Capítulo 7.

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-¡Basta ya, bájame! –grité pero la música, tal cual el primer día que lo conocí, impedía que se escuchara algo.

Una vez me bajó hasta sentarme justo en medio del escenario, se quitó los tirantes que tenía sobre los hombros. Yo gateé para zafarme pero él, me agarró de las piernas y me jaló otra vez a donde estaba. Nadie me ayudaba por mucho que yo estaba gritando desesperadamente. Busqué a Ernesto y veía que él solo me miraba con la boca tapada. Maldito cobarde.

Ian me amarró los brazos con un tirante y con el otro, las piernas. Quedé inmóvil frente a él. Me sonreía con malicia y con venganza. Sus ojos recorrieron mi cuerpo una y otra vez sin descaro alguno y vi como sus pupilas comenzaron a dilatarse. Yo le decía algunas malas palabras e insultos a pesar de que sabía que no se escuchaban. Se quitó las botas, luego los calcetines con mucha lentitud. Fue algo sensual, debía admitir. Hizo bola un calcetín y sin darme tiempo a protestar, me lo metió en la boca. Pensé que me darían arcadas pero realmente no sabía a nada. No tenía mal olor y apenas y estaba mojado. Quise escupirlo pero él me lo metió más adentro, ganándose una arcada de mi parte y yo ganándome un ceño fruncido de la suya.

-Esta niña ha sido mala. Ella fue la que provocó un incendio a nuestro amado Mickey –dijo en voz alta una vez le bajaron a la música –así que tendrá sus consecuencias.

Creí que alguien me rescataría o saldría a defenderme, pero cuando todos gritaron y lo animaron a castigarme, me di por muerta. Al parecer eso los excitaba demasiado. Probablemente creían que yo era una actriz o algo parecido y que todo era parte del show. De pronto odié la forma en la que estaba vestida y todo gracias a Ernesto por hacerme dudar de mi antiguo vestido.

-Has sido una chica muy mala –dijo Ian negando con la cabeza –Una nena que merece ser castigada.

Se bajó su calzón y su pene brincó a milímetros de mi cara. Estaba semi erecto e igual que el de Mickey, le salió una gota transparente en la punta. Ian agarró el tronco y me dio un latigazo con su pene en la mejilla. Sentí la mejilla húmeda por la gota. Lo miré indignada y él me sonreía con demasiada lujuria. Volvió a darme otro latigazo ahora en la otra mejilla. Todos gritaban y lo animaban a que me diera más fuerte. Malditos locos.

-Eso les pasa a las niñas que provocan incendios. Se les pega – me dio un latigazo ahora en el cuello. Después en los pechos. Su pene lentamente se rectó hasta que se volvió de piedra y ya no era manejable. Lo miré atónita. Ahora medía como unos veintiocho centímetros. ¿Era posible? Al parecer sí. Tenía los ojos abiertos a más no poder.

-Eso es nena –susurró tan bajo que solo yo pudiera escuchar –excítate con mi verga. Vela. Es tan grande y está cargada de leche calientita. Te la meteré hasta que llorando me pidas más.

Oh Dios. Lo miré horrorizada pero a la vez, excitada, mientras él, se masturbaba frente a mí. Movía su mano de arriba abajo sobre la base de su pene venoso. Muy venoso. Otra gota salió, pero ahora colgó desde la punta hasta la mitad. La limpió con el dedo índice y se lo metió a la boca sin despegarme la vista ni un segundo. Se chupaba su dedo mientras me sonreía con demasiada lujuria. Todos en el público aclamaban más.

-Sabe tan rico... - ahora sacó su lengua y la pasó por todo su dedo índice sin dejarme de ver ni un solo segundo. Su pene punzaba y estaba tan erecto, que le llegaba hasta su ombligo. Sus testículos se veían más hinchados y recargados -¿quieres probarlo, nena? Te encantará. Créeme.

Yo no podía pensar con claridad. Sentía cosquillas en mi zona íntima. Froté mis muslos para poder calmar un poco la sensación. Ian miró mi movimiento y su pene volvió a soltar, ahora, un chorrito de líquido transparente.

-Demonios, nena. Me harás venirme sin la necesidad de las manos –gimió lamiéndose el labio inferior y después, mordiéndolo. Yo volví a frotar mis mulsos que ahora tenían pulsaciones fuertes.

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