Capítulo 32.

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Gerardo, Fátima y yo teníamos un trabajo en equipo que hacer. Así que los invité a mi casa. Salimos de la escuela, fuimos a comprar un pollo rostizado con doble ración de papas y una vez llegamos a la casa, hicimos todo menos el trabajo. Ellos estaban maravillados con mi casa y los lujosos muebles que la adornaban. Me preguntaban mil y un cosas acerca de cuánto me habían costado, dónde había comprado ciertas cosas y que si ya no había algo que quisiera, que se las regalara. Yo les aseguré hacerlo aunque prefería morir a regalar mis cosas que me recordaban mis años de felicidad.

Estábamos chismeando tan a gusto que comenzamos a carcajearnos. Estábamos pasando un momento completamente agradable. Me dirigí todavía riéndome de un chiste que Gerardo dijo sobre su infancia, a mi cuarto para poder lavarme las manos antes de comernos el pollo, cuando escuché la puerta de mi cuarto cerrarse suavemente y con seguro. Volteé alarmada y ahí estaba Míster O solamente con una trusa Calvin Klein de color rojo.

-¿Estás loco? –lo regañé en susurros –Gerardo y Fátima están aquí...

-Me vale, yo te quiero aquí y ahora –citó mis palabras de la mañana cuando lo apresé contra la pared –aparte, tú me pediste que te haga mía. Así que aquí voy.

Mis palmas comenzaron a sudar. Ver a Ian solamente con un calzoncillo rojo, con su cabello despeinado y esa mirada lujuriosa, provocaron cosas inexplicables en mi sistema nervioso. Pero no podíamos. Tenía invitados.

-No, Ian –le levanté el dedo índice –no. No es correcto.

Quise sonar autoritaria pero tenerlo así me provocaba debilidad. Mucha debilidad. Aun así, soné firme y me premié por eso.

-No. ¿Sabes qué no es correcto? Que me hayas dejado excitado desde la mañana.

Y sin más, me jaló hacia él y me comenzó a besar. Intenté apartarme pero me tomó de la cintura y con la otra mano, comenzó a masajear mis pechos por encima de la tela. Sentí descargas eléctricas que me llegaron hasta lo más profundo de mí. Temblé.

-No... -gemí y me volvió a besar. Definitivamente ya no tenía yo el control de la situación.

Se sentó en mi cama y me jaló para ponerme encima de él. Después, él se puso encima de mí y me quitó mi top. No traía sostén, comenzó a masajear mis pezones haciendo que tuviera convulsiones bajo su caricia. No sabía lo sensible que tenía esa zona hasta que sentí fuertes descargas de placer.

-Ian...

-Alguien tiene muy sensible los pezones –sonrió con su labio inferior atrapado entre sus dientes –se pueden hacer maravillas si hago esto...

Los estrujó con suavidad y yo arquée mi espalda como endemoniada. Antes de gritar, Ian me colocó uno de mis peluches en la boca para que lo mordiera. Era un Tsum Tsum de la Cenicienta y los ojos de Ian se iluminaron.

-Carajos... te ves hermosa así, toda una niña inocente... –gruñó –no te lo vayas a quitar, corazón, no queremos que tus invitados te escuchen.

Me entregué a la lujuria en cuanto sentí la erección de Ian sobre mi pierna. Ahora se acercó a mis pezones y comenzó a lamerlos y a presionarlos con sus labios. Me besó y me hizo cosas que me provocaron espasmos.

-Ian... por Dios...

-Así como soy tuyo, tú eres mía –me respondió con mi pezón tocando su labio inferior. Fue la escena más erótica que jamás había visto.

Sus labios carnosos, su barba cada vez más larga, sus ojos brillantes y sus dientes perfectos hicieron todo para que sintiera no mariposas, sino todo un aviario en mi zona íntima.

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