Capítulo 8.

5.9K 314 21
                                    


ADVERTENCIA: Este capítulo si está algo fuerte para qué les miento jajaja, si no eres fan del sexo entre dos hombres, deberías saltártelo porque aquí hay una escena así. ¿Qué puedo decir? Así de sucio, morboso y lascivo es Ian... o mejor dicho: Míster O. Espero les esté gustando y solo para decirles que estaré subiendo un capítulo diario :) para que estén muy al pendiente de la historia. Saludos y gracias por leer! 



En serio, ¿cómo rayos terminé en este punto de mi vida donde estaba a punto de cometer un homicidio en un striptease de hombres?

Cuando llegué a la puerta, el guardia no me dejó pasar. Obviamente había presenciado la pequeñita escena de película que hice donde gritaba que era menor de edad y que los demandaría a todos y por eso, no me dejó pasar. Le juré que no demandaría nada y al no verlo tan convencido, prometí darle mi número de celular. Aceptó y me dejó entrar. No sin antes darme un post it para que anotara mi número. Obviamente anoté uno completamente falso. Le pedí igualmente que me prestara una sudadera o algo para poder camuflarme y que el amarillo de mi atuendo dejara de resaltar. Él me prestó una sudadera suya que era completamente negra y olía a cigarro con un perfume barato. Le agradecí lanzándole un beso al aire y después de despeinarme, me animé a entrar.

-Estamos en el mes gay –anunció Ian por el micrófono –creo que lo correcto es que todos vean lo bello y sensual que puede ser el sexo entre dos personas de su mismo sexo.

Me quedé boquiabierta. Me tapé la boca para no gritar. Ernesto yacía en medio del escenario, torpemente parado sin saber qué hacer. Ian miraba todo el tiempo hacia la entrada, supuse que para corroborar que yo no entrara. Qué bueno que pude ideármelas para tener un disfraz.

Ian se acercó a Ernesto y le susurró algo al oído. Él sonreía tímidamente y acertó con la cabeza. Se inclinó frente al idiota de Ian y colocó en su espalda.

-Así me gustan. Que sean unos obedientes. –Ian le dio una cachetada ligera -¿cómo me llamo?

-Míster O –contestó Ernesto con muchos nervios.

-¿Cómo me llamo? –Ian le soltó ahora sí una cachetada estrepitosa.

-Míster O.

-¿Por qué Míster O, esclavo mío? –preguntó sonriendo.

-Porque usted hace que todos formemos una O con la boca –contestó Ernesto con voz temblorosa.

Ian se posicionó a espaldas de él. Le pidió al público una corbata y le lanzaron como veinte. Se inclinó hacia Ernesto y con la corbata, le amarró las manos para dejárselas completamente inmóviles.

-Yo no necesito los típicos juguetes sexuales para provocar gritos y gemidos. Yo solo necesito esto –se bajó los calzoncillos, dejando a la vista su pene una vez más.

La boca de Ernesto formó una O. Lo miró anonadado y con mucho respeto. El público estalló en gritos y aclamaciones. Ian agarró la base e igual que conmigo, comenzó a darle latigazos por la cara, cuello y pecho. Una vez su pene se endureció, sin darle tiempo a protestar, se lo metió en la boca. Mi amigo abrió los ojos como platos e intentó abrir más la boca. No pudo.

-Oh vaya, me encanta que las personas tengan boca chiquita porque me encanta ver cómo poco a poco se les va haciendo más y más grande conforme practicamos –confesó, metiéndole sus dos dedos índices a los cachetes para jalarlos hacia los lados y hacer más espacio para su pene –Así, usa tu lengua. Acaricia lo que te hará tener una O en tu boca por un buen rato.

Era una escena devastadora pero a la vez, excitante. Mi amigo sufría por el tamaño y por el público observándolo; pero no se sentía violado ni lo estaba siendo como yo hacía quince minutos. Él lo estaba disfrutando y eso provocaba que todos aclamaran más. Mucho más. Por fin se le había cumplido estar con el irresistible maestro Ian, como él siempre lo llamaba.

Ian sacó su pene de la boca y Ernesto tosió. Ian lo agarró de los cachetes, lo obligó a abrir la boca y se inclinó para escupirle en la boca. Ernesto se lo tragó con dificultad y en cuanto lo hizo, volvió a tener el pene en la boca.

-Así es, chúpalo. Hazlo feliz como él te hará feliz –dijo y comenzó a hacer movimientos de cadera hacia adelante y hacia atrás. Mi amigo soltó una arcada. Ian frunció el ceño.

-No me gusta que les den arcadas y menos cuando apenas tienen un cuarto de verga en la boca. Te cabe más, yo lo sé –volvió a meterle los índices para jalarle los cachetes y lentamente comenzó a caminar hacia él para que su pene se le metiera más y más...

Los ojos de Ernesto estaban llenos de lágrimas y tosía para adentro. Ya empezaba a dudar de que lo siguiera disfrutando. Ian estaba demasiado extasiado, tanto que no se estaba dando cuenta de que lo estaba ahogando. Ernesto se movía desesperadamente, intentando zafarse del amarre. Yo estaba entre si meterme a ayudarlo o no. Había prometido pasar desapercibida pero...ver a mi amigo siendo ahogado me preocupaba.

-Así es, nene –Ian sacó el pene a nada de que Ernesto se desmayara –ahora sí, toce. Recupérate porque se viene el premio que ganaste por chuparlo tan bien.

Tal cual, Ernesto comenzó a tocer y a recuperar aire.

-Ahora sí, ¿listo para tu premio?

Todos gritaron que sí, viviendo la experiencia como si ellos fueran los que estaban siendo apresados. Ernesto se veía cansado pero con una sonrisa, aceptó. Más que nada, lo hizo para no decepcionar al público y a su amor platónico. ¿Seguiría siendo su amor platónico después de eso que le hizo? Esperaba que no.

Ian le ordenó que solo se chupara la cabeza del pene. Ernesto enrolló sus labios alrededor y comenzó a succionar a la vez que hacia movimientos hacia adelante y hacia atrás. Cuando menos lo esperamos, Ian comenzó a descargar chorros y chorros de líquido blanco por todos lados. Ernesto incapaz de controlarlo, tuvo arcadas, lo cual provocó que escupiera lo poquito que había logrado recaudar en el piso. Ian se veía completamente indignado y disgustado de que hiciera eso, es más, hasta una cachetada le dio y lo agarró de los cabellos.

-Nunca, jamás, vuelvas a hacerle eso a Míster O, ¿entendiste? Esa es una falta de respeto para mí y para mi verga. No nos mereces –lo soltó bruscamente.

Incapaz de poder seguir viendo a Ernesto ser tan denigrado, di media vuelta y salí corriendo de aquel lugar. Oraba para pedir perdón por lo que acababa de presenciar y también, para que Ernesto saliera con bien de ahí. Comencé a llorar mientras me regañaba mil y un veces por haber aceptado ir ahí. ¿cómo rayos vería ahora a Erneto? Lo acababa de ver con un pene en la boca y escupiendo semen. Oh Dios. Estaba mal. Muy mal. Y con Ian... a ese definitivamente no lo podía ver nunca más. Ya no le tenía respeto de ninguna manera y solamente pensar en él me daba coraje o náuseas.

Quería que Ernesto se tragara todo su fluido... ¡Nefasto! No se conformó con que casi lo mataba con su pene operado. Dios lo perdone porque yo no podría.

Llegué a mi casa con mi tacón restante en la mano y con la sudadera del guardia. Puse los ojos en blanco al pensar que tenía algo que me recordaría para siempre de él y de ese horrible lugar. También tienes a nada más y nada menos que a Míster O de vecino, me recordó mi subconsciente que estaba arrinconada en una esquina, temblando por lo que acabábamos de presenciar. Fue horrible ver a Ian en ese estado tan... lascivo. No me gustó para nada y de hecho, mañana tenía planeado darme de baja en la universidad y buscar otra. No podía tolerar la idea de ver a Ian y a Ernesto en el mismo salón...

En cuanto llegué a mi hogar, me bañé con agua hirviendo (salía diez minutos después que el agua fría) y me sirvió bastante para relajar mi mente y mis músculos agarrotados. Me sequé y me puse mi pijama favorito que constaba de: un short muy cortito y cómodo con estampado de caritas de Olaf por todas partes y una camiseta sin mangas con una imagen de Olaf impresa en medio. Me peiné con un chongo y salí.

Grité como nunca lo había hecho al ver al mismísimo Ian, Míster O, sentado en el marco de mi ventana, vestido completamente de negro. Miró mi inapropiada pijama de arriba para abajo y después, sonrió.


TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora