Capítulo 23.

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Una vez llegamos, comenzamos a caminar por el centro comercial. Era otro diferente al que nos había llevado a mí y a Ernesto la vez que me incluí solo para molestarlo. Era mucho más grande. Se parecía mucho a los centros comerciales de Los Ángeles.

-Psst –Ian me tocó el brazo mientras pasábamos tiendas.

Volteé a verlo y me quedé boquiabierta al ver que imitaba mi forma de caminar. Levantó mucho la barbilla, sacó las nalgas, puso sus manos sobre las caderas y comenzó a contonear exageradamente la cadera. Yo me quería reír, por supuesto, pero me contuve ya que se estaba burlando de mí. Volteé a ver a mis primas y me reí en secreto al ver que ellas caminaban exactamente igual que yo, igual que Ian imitándome.

-Eres un grosero –lo empujé con el hombro mientras él se carcajeaba.

La verdad era que así teníamos que caminar en mi familia. Con la barbilla bien alzada, cara de egocentrismo y pasos feroces pero elegantes. Pero la verdad era que yo ya no lo hacía para creerme más que todos. Más bien, lo hacía porque ya era costumbre.

En cambio, Ian era lo opuesto a nosotras cuatro. Ian caminaba amigablemente, con zancadas largas y una sonrisa coqueta/amigable en su cara. Más de treinta personas lo saludaban con alegría y él respondía de esa forma. Mi vecino era... una persona agradable con todos, menos conmigo. Con la cara sonrojada, me acordé de la primera vez que me acorraló desnudo en mi baño.

Pero también noté que muchos lo reconocían por su trabajo de estrella porno. Él disimulaba muy bien su incomodidad, pero de vez en cuando me miraba con cierto temor. Yo ignoraba como si no estuviera pasando nada, aunque quise arrancarle la cabellera a las chicas y chicos que le pedían fotos. Mis familiares no lo notaron, gracias a Dios, porque si mi tía supiera su trabajo, me obliga a regresar con ella y alejarme de aquel lugar. No porque me quisiera proteger de una violación o algo así; sino para evitar que yo terminara en lo mismo.

-Mira, Cristal –me llamó parada frente a una tienda de jabones, lociones, perfumes y de más cosas totalmente naturistas –ahí hay un jabón de concha nácar. Dicen que sirve para aclarar la piel. Deberías comprártelo.

Me quedé boquiabierta. Así era mi tía: racista y nunca se medía. Después de inflar los cachetes con los dientes apretados, suspiré derrotada. Todavía no me acostumbraba a que a veces podía ser demasiado pesada y crítica.

-Oye –Ian me llamó en susurros mientras continuábamos nuestro camino –yo digo que no te debes comprar nada. Estás perfecta así.

-Ja, claro que no –contesté con baja autoestima. Ese era la actitud que siempre tomaba cuando mi tía me decía algún comentario así –a lo mejor me lo debería de comprar...

-No –Ian ahora sonó autoritario –Me encantas así.

-No lo sé...

-Tiara, siempre me provocas erecciones teniendo el color de piel que tienes. Y te aseguro que no solamente a mí –me guiñó un ojo y yo sentí mi piel arder en pudor –pero en serio, estás hermosa así.

-Bueno, no me lo compraré –acordé muerta de vergüenza. Me tapé la cara con ambas manos al sentir la mirada de Ian penetrándome.

-Eres tan bonita –confesó con un suspiro.

Ya no me sentía mal con mi tono de piel. No sé si fue porque me distrajo con sus palabras morbosas, pero me sentí mejor. Vamos, que un chico guapo, tatuado, musculoso te diga que eres hermosa tal cual eres, sin querer cambiarte nada, era para ruborizarse. Lo empujé sin pensarlo con el hombro, completamente avergonzada. Él solamente me miró desconcertado y después me regresó el empujón, sonriendo como un niño pequeño. Me derretí de ternura y proseguimos empujándonos dulcemente por un buen rato.

TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora