Capítulo 9.

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Fingí que no estaba ahí. Gracias a Dios, él se limitó a quedarse sentado en el marco de la ventana. Mientras tarareaba una canción, me senté en el sofá, agarré una novela romántica de una autora llamada Megan Hart e intenté comenzar mi lectura. Obvio, no me podía concentrar y menos escuchando la risa de Ian. Disfrutaba la situación donde yo lo estaba ignorando... o tal vez le daba risa mi pijama. Me daba completamente igual.

-Ay niñita, me ofende que no me quieras hablar –dijo con fingida voz de tristeza. Se volvió a reír al ver que yo no le contesté ni lo volteé a ver –por ahí me dijeron que tienes un maestro guapísimo, demasiado dotado para ser humano y muy bueno enseñando que te había dejado tarea para que terminaras en dos semanas. ¿No?

-Me da igual –contesté sin voltear a verlo –me daré de baja mañana mismo. Ese maestro que tengo es un idiota y no lo tolero.

Ian se carcajeó más fuerte.

-Cielos, en serio que eres una niña malcriada que no aguanta nada. No sé por qué no aposté algo, hubiera ganado con tanta facilidad.

Me digné a verlo. Estaba sonriendo con el labio inferior atrapado entre sus dientes. Gozaba la situación. Así que para hacerlo cabrear como él a mí, me crucé de brazos y puse mi típica mirada de amargada. Su sonrisa se desvaneció y frunció el ceño.

-No me gustan las mujeres caprichudas y manipuladoras. Me gustan las obedientes y mansas –confesó con voz ronca.

-A mí no me gustan los hombres –dije y crujió los dientes.

-¿Cuándo dejarás de fingir ser lesbiana? –preguntó alzando una ceja –es demasiado bajo tener que mentir sobre la orientación sexual.

-¿No te mordiste la lengua? Fingiste ser gay para usar a... Ernesto solamente para molestarme. Eso fue todavía más bajo –puse los ojos en blanco. Él sonrió a pesar de estar enojado.

-¿Quién dijo que soy heterosexual? –preguntó riéndose para adentro.

-¿Eres gay? –pregunté alivianada.

-Bisexual.

-Esos son gays de closet –me reí.

-Claro que no. A mí me gusta la feminidad, esté en hombres o en mujeres –me guiñó un ojo –por eso mi nuevo chico, Ernestito, me encanta. ¿Viste lo sexy que se veía pintado? No sé cómo pude controlarme.

-¿Controlarte? –alcé la voz levantándome del sofá con agresividad y acercándome a él -¿Estás loco? Casi lo ahogaste en plena presentación...

Ian frunció el ceño y con un salto, entró a mi casa. Genial. Se acercó a mí amenazantemente sin despegarme esos ojos verdes ardientes ni un segundo de mí.

-¿Estuviste en el show? –preguntó entre dientes.

-No es de tu incumbencia –contesté cruzándome de brazos.

-¿Cómo entraste? –inquirió respirando cada vez más fuerte.

-He dicho que no es de tu incumbencia, déjame en paz –giré para darle la espalda.

En eso, me soltó una nalgada demasiado fuerte. Sentía su mano marcada en mi piel hirviendo. Volteé completamente indignada a regañarlo, cuando noté que Ian ya no estaba. Míster O había llegado.

-Las niñas buenas no contestan, ¿escuchaste? -preguntó acercándose a mí –y te voy a dar otra para que se te quede bien grabado.

Se sentó en el sofá y con fuerza subnormal, me jaló hacia él, me volteó, hizo que me doblara a la mitad y no solamente me dio una, sino tres nalgadas más.

-Ahora sí, pídele perdón a papi –ordenó encendido en lujuria.

Indignada, volteé a verlo. Sentí su erección creciente en mi abdomen, lentamente creciendo hacia mis costillas. Su respiración era agitada y las venas de sus músculos estaban a punto de explotar. Sabía que una cachetada solo lo haría enojar a tal grado que quizá me podía dejar como había dejado a mi tacón: hecho añicos.

-Entré gracias al guardia –confesé.

Como esperé, la confesión hizo que Ian se desorientara y su pene comenzó a desinflarse, podía sentirlo. Crujió los dientes.

-¿Qué dijiste?

-Que entré gracias al guardia –repetí con una sonrisa pícara –por cierto, ¿le puedes regresar su sudadera?

-No tienes su pinche sudadera –se rió obviamente cabreado.

Sonreí retadora. Entré a mi cuarto y en menos de diez segundos, salí con la sudadera negra del guardia. Seguía oliendo a él, así que se la aventé en la cara a Ian. Como una bestia, la agarró, la examinó, la olfateó y después me miró.

-¿Le diste tu virginidad a ese imbécil? –no había rastro de burla, estaba preguntando de verdad.

Me reí histéricamente aunque realmente quería gritar. En primera, ¿Cómo se acordaba de que seguía siendo virgen?

-No es de tu...

-Si vuelves a contestarme que no es de mi pinche incumbencia, te lo juro que no te la acabas –me interrumpió –te lo vuelvo a preguntar: ¿le diste tu virginidad, sí o no?

-No –confesé y al ver que Ian se relajó un poco, agregué: -Aún.

Me miró con coraje, lanzó la sudadera por la ventana y se acercó a mí.

-Eres una niña muy rebelde –otra vez estábamos volviendo al juego de roles –creo que te voy a tener que...

-¡Nada! –grité, le di una cachetada y haciendo lo que sea por seguir viva, me encerré en mi cuarto con seguro.

Escuché que Ian golpeaba mi puerta con fuerza y que me exigía abrirla. Cada vez se enojaba más y de hecho, llegué a creer que rompería la puerta. Empecé a orar mientras gimoteaba. Iba a ser violada.

Me metí a mi cama y me tapé hasta la cabeza con la sábana y colcha, ignorando el calor infernal que hacía. Si Ian entraba, al menos podría usar el juego de cama como una fina barrera entre nosotros. Ya buscaría la forma de huir.

Cuando los golpes finalizaron y escuché fuertes pisadas alejarse de mi puerta, le di gracias a Dios pensando que ya se había ido. Obviamente no iba a ser estúpida y abrir la puerta. Así que después de media hora de estar orando, por fin pude reconciliar sueño y me quedé dormida, teniendo muchísimas pesadillas donde estaba siendo acorralada por un lobo con ojos verdes.

Eran las seis de la mañana, pude verlo en mi iPhone. Después de checar que seguía sin haber ninguna conexión WiFi gratuita disponible, me aventuré a abrir la puerta a pesar de que estaba completamente aterrada. Tuve varias pesadillas donde hacía lo mismo e Ian entraba con su pene enorme a violarme. Ignoré mis recuerdos horribles y con manos temblorosas y sudorosas, abrí la puerta y no escuché ni un tipo de sonido, solo el de los pajaritos cantando como todas las mañanas. Salí, me asomé al baño y estaba vacío. La cocina estaba vacía, el otro cuarto estaba vacío, el patio estaba vacío y por último la sala estaba...

Con Ian acostado, dormido. Estaba acostado en mis muebles rojos, sin camisa, descalzo y con unos pants grises. Un brazo cubría sus ojos mientras el otro estaba estirado y sus piernas colgaban de un recarga brazos del sofá. Hice como si gritara pero sin soltar ni un solo ruido. ¿Qué rayos quería de mí ese imbécil? ¿Por qué simplemente no me podía dejar en paz? ¿Alguna vez tendría la contestación a alguna de esas preguntas?

TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora