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La historia siempre me ha encantado, el como han cambiado las cosas, para bien o para mal, las características de las cosas que han pasado antes de las personas que ahora andamos por las calles. El motivo de porqué funcionan así las cosas, porqué el sistema es así y no de otra. Ayudarnos a mejorar, a cambiar.

Siempre he amado las clases de historia. Y sobre todo a mi profesora, quien me ha enseñado de todo, tanto de historia como de la vida misma. A mis cortos dieciocho años, los cuales son cortos pero amplios gracias a esta gran mujer que me ha enseñado de todo lo que pueda ser posible ante mis ojos todavía inexpertos del sistema que era complicado pero con ciertas razones detrás.

Aprendía de todo, y el estudio era mi refugio dentro de mis problemas interiores. Sobre todo el tiempo libre, que usaba para leer o escribir.

Sí, me refiero a tiempo libre que era mucho. Me la pasaba en un sótano todos los recreos, a menos de que me quede con profesores. Unos bravucones que siempre me molestan llegaban a mi, me arrastraban y como preso en un calabozo me dejaban en un sótano, que todos desconocían. No tenía luces, ni ventanas, ni un tragaluz. No tenía nada, sólo una ampolleta que claramente era lo único que lograba alumbrar mis tardes o mañanas.

Hoy era un día como esos. Había llegado a clases, y cuando salí a mi primer recreo, ellos ya me habían atrapado. El más asqueroso de ellos, Jung, quien se llevaba mal con toda escuela, junto a sus amigos, o más que todo secuaces que lo seguían como pequeños perritos, siendo ordenados por él. Era horrible.

Estaba siendo llevado por ellos, siendo encerrado mientras los pasillos de la escuela estaban completamente vacíos. Ya me había acostumbrado, verdaderamente.

Me dejaron ahí, mientras que esperaba a que se fueran. Ellos no sabían que tenía una caja con libros antiguos o libretas llenas de escritos míos, o de poemas. De todas formas sabía que si los descubrían, serían completamente destruidos. Tenía que estar completamente al tanto de eso.

De repente, la luz de arriba de mi cabeza se apagó. Tenía miedo, le tenía miedo a la oscuridad a pesar de que era ya grande, en verdad me daba miedo. Así que dejé el libro que estaba leyendo para poder hacerme bolita en un rincón del frío sótano, con mi cuerpo pequeño y huesudo que crujía con cierta sensación friolenta de soledad. Mi mirada se escondió en mis piernas, no quería ver nada, y aunque lo intentara, no podía hacerlo. Algunas lágrimas de frustración estaban sobre mis ojos, odiaba todo, y me estaba molestando todo. Me sentía tan desolado y adolorido conmigo mismo que no escuchaba algunos gritos de afuera del patio, donde habían niños jugando, niños pequeños o más grandes sentados, conviviendo y conversando, cosa que para mi estaba completamente privada. No era justo, sentir esa soledad en mi pecho mientras los demás podían convivir con quienes querían. No me gustaba, quería salir, quería respirar aire que no tuviera humedad o frialdad. Tener amigos en vez de enemigos, una felicidad o sonrisas las cuales compartir.

¿Por qué tengo que ser así?

—¡Ayuda!—Grité con sequedad en mi garganta, no había tomado ningún líquido desde el día anterior. Mi voz estaba gruesa, y nadie se dio cuenta de mi grito. El timbre sonó y las puertas de aquel sótano fueron abiertas. Salí corriendo. Siempre me dejan hacerlo, salir con libertad, pero entrar a la fuerza. Era tonto, supongo que era para no llamar la atención de mi ausencia.

Volví a clases, me senté antes de que la profesora llegara. Estaba agitado, todavía. Me sentía hostigado con la luz que de a poco fue llegando a mis ojos acostumbrados a la oscuridad.

Quería irme, y quedaban todavía muchos recreos, y muchas clases.

Esta vez, la clase de biología era la cual estaba siendo presentada en frente de mi. Me gustaba, pero no demasiado como historia. Pasó rápido en verdad.

Salí corriendo de el salón. Si corría antes, podía escabullirme y no ser encerrado como siempre. Algunas veces lo conseguía. Los baños eran muy obvios, el gimnasio era mi única opción ya que a nadie le gusta ir a menos de que sea por obligación de la clase de educación física. Me encerré en los camarines. Escuchaba un goteo de las duchas, sentía como un escalofrío recorría con rapidez mi espalda. ¿Alguna vez alguien me tomaría en sus brazos sin juzgarme?

Esperaba que sí. Alguien que me tome en cuenta por como soy, por dentro. ¿Llegaría el momento?

Pasé todo el receso ahí, con las luces encendidas, y con el goteo estresante de las duchas. Quería desaparecer, quería salir de ahí, y sonreír. Me sentía como un niño de cinco años buscando a su madre. No podía evitarlo, tantos años pasando por esto, ya estaba sobrepasándome. De hecho, hubo un tiempo en el que fue tan excesivo, que me provocó cierta alergia al polvo, y problemas respiratorios por la humedad del sótano. Se me estaba yendo de las manos verdaderamente.

Me levanté de el banco de los camarines que estaban un poco húmedos. Salí con cuidado, y mientras subía las escaleras para salir, un brazo rodea mi cuello.

—¿En verdad creías que te librarías de nosotros?—Preguntó la voz grave que sabía perfectamente de quien se trataba.—No seas tonto, siempre vamos tres mil pasos más adelante que tú, así que como castigo, te dejaremos todo el día encerrado. ¿Te gusta la idea?—Yo no podía defenderme, mi cuerpo era más menudo que el de él, era sólo darme una patada y de seguro saldría volando. Mi contextura no me ayuda para nada.—Vamos, huesitos debes ir a tu cementerio ya.—Me movió de los brazos, junto a los otros dos.

Esta vez, en vez de dos personas quienes lo acompañaban, eran tres. La tercera persona que nunca había visto, bajó su mirada apenado por mi agarre forzado. Pareciera como si no buscara esto, como si en verdad no quisiera dejarme encerrado, teniendo compasión en sus ojos.

Me encerraron en cuanto sonó la campana.

—¡Más te vale quedarte ahí, anoréxico de mierda!—Gritó uno mientras golpeaba la puerta.—No quiero escuchar gritos. ¡¿Escuchaste?!—Me quedé callado, y sólo arrastré mis pies hasta una caja de madera, sentándome, apoyando mi espalda en la pared. Tenía clases de inglés ahora, y no podría asistir, genial...

—¡Hey!—Gritó una voz, que no reconocía, no era ninguno de ellos. Quizás era el chico nuevo—Oye... Te puedo sacar de aquí, pero por favor no digas palabra.—Sonaron unas llaves, me paré al instante.—Sólo di que se les quedaron las llaves o algo.—Sonreí, mientras él sólo abría la puerta.

—¿Quién eres?—Le pregunté al chico de cabellos castaños, más alto que yo. Era el chico que me miraba.

—Sólo una persona compasiva. Corre, y ve a clases, yo me ocupo de todo, no te preocupes.—Susurró, mientras miraba a sus alrededores.—No digas nada sobre esto.—Palpó mi hombro, mientras cerraba aquel sótano.

—No diré nada, lo prometo, chico compasivo.—Le guiñé un ojo antes de salir corriendo a clases, otra vez.

Al fin, algún día bueno y nuevo que me haría momentáneamente feliz.


🦋




Les contaré una breve anécdota que me pasó a los diez años. Yo me la pasaba en un sótano (Era como un gimnasio) Y ahí me encerraban todos los días sin que yo luchara (?).

Bueno, al grano, un día me escapé de ese gimnasio, y terminé con unos moretones, y encerrada otra vez. Sí, me empujaron por las escaleras para "poder llegar al gimnasio rápidamente". Sí, eso, así que en verdad esto está casi completamente ambientado en mi. Sólo que lo hago más a mi manera. Obviamente esto sólo está ambientado en mi, yo lo moldeo de todas formas para la historia. Pero aún así, trato de encarnar lo que sentí en esos momentos a través de Wonwoo. Supongo que lo entienden.

Espero que lo hayan disfrutado.

Nos vemos...

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