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La vida se me estaba yendo.

Las ganas de despertarme por las mañanas no existían. 

No había una forma de poder sonreír si no había algo que de verdad me alegraba.

Mi vida tomó un rumbo que dolía. 

Tomó un camino que las riendas que se me entregaron, no las podía dirigir. 

Algo estaba perdido, mi corazón lo estaba, mi cabeza en otro mundo. Estaba mal, no cuadraba. 

Las veces que veía a Mingyu, mi corazón se confundía, se aceleraba y no sabía a donde correr. No encuentro el sentido en esto. Si es que lo tiene. Simplemente se preocupa por mi, no encuentro nada de malo en eso. ¿Por qué lo hace tan constantemente? Mi vida está gris... Con una leve luz por él, por su culpa. No sé que ha hecho, pero las veces que salgo de recreo, sólo pienso en él. No es normal. 

Creo que me desvanezco...

No como nada durante el día. 

Sólo algunas cosas al llegar a casa.

Creo que he bajado de peso...

No quiero ir a clases.

Hoy toca pesarnos y medirnos en educación física. ¿Qué tocará ahora?

Me preparé, llevé un bolso para la clase de educación física, y mi mochila al hombro. No quería que el día terminara para tener una clase tan horrible como esa. Sufrir y ver como varias personas me medían, y me pesaban. No me agrada. 

Los recreos, los pasé encerrado. 

Mingyu había faltado a clases.

No tengo su número, así que desconozco el porqué había sido su ausencia. Sólo sé que me hizo mucha falta durante el día. Ya era mi mejor persona, y la única.

Cuando llegué al gimnasio, me cambié antes que todos. Y cuando en la lista de nombres me llamaron, sólo me saqué los zapatos y ciertas prendas. Me paré en la báscula, y mi miedo era demasiado. Mi pulso estaba acelerado y veía el palito pasar por los números, números que determinaban mi miedo, o mi aprobación. La profesora anotó los datos y me pidió bajarme.

Efectivamente, había bajado de peso. 

Y me repitió una vez más.

—Wonwoo, creo que debes comer más. Estás muy bajo peso.

No respondí, me coloqué mis zapatos y mi sudadera, y me fui. Me cambié de ropa. Esta clase sólo estaba destinado a eso. Me cambié en los camarines, sin tomar en cuenta nada. Nada que pudiera importarme.

Un número no es nada, un número no es nada, un número no es nada, un número no es nada, un número no es nada,  un número no es nada, un número no es nada, un número no es nada...

No lo es...

No me define como debo ser tratado...

Quiero salir de este cuerpo. 

Me odio, y no puedo cambiar. 

Me senté en un rincón de algún lado, un lado que ni siquiera tomé en cuenta. Creo que era la parte trasera del gimnasio, donde nunca nadie pasa. Me senté con las rodillas pegadas a mi pecho. Me trataba de convencer que mis huesos no crujían, que mis lágrimas no arreglaban nada, que mi peso no definía nada. ¿Por qué me siento tan mal? ¿Por qué es algo tan horrible si no es tan importante? Me quiero ir, me quiero ir. 

El mundo se me vino abajo, con todo lo que en verdad me importaba. Las lágrimas húmedas y secretas bajaron, el sentimiento de desolación, aún más encima de mi. Un sentimiento que ni siquiera puedo manejar, sólo se instala con cadenas y protección en mi pecho para destruirme con pensamientos destructivos en mi corazón. Sintiendo una especie de soledad y tristeza que me consume. Algo andaba mal, no me gustaba estar así. Mi mente me lo repetía, yo estaba mal, no la báscula, no las personas. Pero no puedo ser otro yo. No me gusta, no puedo, simplemente no me sale. Necesito cambiar... ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cuál es la receta? ¿Cuál es el formato? ¿Más sonrisas? ¿Más comida? ¿Más risas falsas? ¿Más amigos que en realidad no me quieren? 

¿Qué es lo que debo de hacer? 

¿Cómo debo cambiar?

No encuentro esa receta, y todos me miran feo. 

Quiero irme. 

Varias lágrimas bajaron, mis piernas y manos temblaban, mi labio inferior también, sintiendo como las lágrimas ardían en mi garganta. Un nudo era lo que impedían ese transcurso de las lágrimas que ardían. Mis ojos ardían y se llenaban de aquel líquido de tristeza. Me dolía el pecho, pecho oprimido de todo lo que hablaba de sentimientos. Quería dejarlos salir ya...

Me levanté, con una debilidad en mis piernas, con un temblor y las lágrimas siendo las aventureras que erosionaban sobre mis mejillas con su rastro salado. 

Me fui, tomé mis cosas y llegué a casa con mucha rapidez. 

Me sentía atorado, me siento estancado. Un vacío estaba en mi... 

Me acosté en mi cama. 

Mi mochila voló igual que mis pensamientos positivos del día. 

Mi vida se desmoronó.

Y todo se fue lejos para llevarse consigo la felicidad. ¿Qué es esto? ¿Por qué caigo en un vacío?

Lloré por un buen rato, puesto que era lo único que mi corazón podía liberar, un sentimiento de sólo hambruna de calor, de sed de afecto y exceso de soledad. Mi corazón estaba colmado de eso: Soledad.

Mi madre llegó a casa. No me moví, sólo me sequé las lágrimas, y esperé a que tocara mi puerta para "saludarme".

—¡Wonwoo!

—¿¡Si!?—Grité mientras sus tacones subían por las escaleras, mis lágrimas ya limpiadas fueron arrastradas como un aluvión por mi manga de la sudadera.

—¿Por qué no sales a comprar?—Negué mientras entraba a mi habitación.

—No me apetece salir...—Suspiré mientras me levantaba y guardaba algunos apuntes de ayer que dejé por el escritorio.—Supongo que puedes ir tú. No me apetece.—Susurré, mientras dejaba en una carpeta destinada a esa materia, todos los papeles y cosas.

—Tu padre no quiere ir y yo tengo que trabajar. Así que tú eres el único que puede hacerlo. No te lo pido, te lo ordeno.—Su cara enojada, fue completamente ignorada por mi. Sobre todo su tono de voz que ya acostumbraba a escuchar. 

—Pues que pena. Tengo que estudiar, y comer algo.—Mi ceño se frunció. Estaba aburrido de todas las cosas que pasaban en casa. Odiaba a todos, odiaba a mi madre, quien me regañaba demasiado por todo, y mi padre que no me prestaba ningún tipo de atención. No, no existe la familia perfecta, pero, esto no llega a ser una familia. No recuerdo la última vez que salimos en familia, o el último día que celebramos algo especial entre los tres. 

¿Para qué esforzarme si ya todo estaba podrido?

—Me parece bien, pero necesito que vayas.

—Se nota que no te interesa lo que te acabo de decir. No iré, punto final. Adiós.

Se fue de mi habitación, cerrando de un portazo. No salí en el resto de la tarde. 

No comí

Estudié como si me fueran a matar si no lo hacía.

Escribí en un cuaderno sobre como me sentía. Es algo que se volvió costumbre.

Desde que los días oscuros llegaron, y las paredes se me estrecharon, la ampolleta se fundió, y el sol fue sacado a patadas de su puesto por la luna. Sí, se volvió una costumbre, una costumbre tan aliviadora que no vivo sin hacerla. Por más que el día sea común, especial, malo, horrible o mágico. Daba igual debía hacerlo de todas formas. 

Mañana sería otro día. Otro día para decirle al mundo como me sentía. ¿No?

O más bien...

Decirle a MI mundo como me sentía.

Mi lápiz, mi papel.

Y otra cosa.

Más 

Bien

Persona

Mingyu, mi otro mundo.

Supongo.

¿No?

-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora