6.-

1K 128 1
                                    

Eramos compañeros de el lugar oscuro. En más de una ocasión, ambos terminábamos juntos, encerrados, en el mismo lugar mientras el silencio reinaba. Era desesperante, pero de todas formas me sentía acompañado. 

No era así, este día. Era especial, Mingyu había hablado con ellos, intentaron arreglar las cosas pero nada. No se solucionó nada, y conseguimos más golpes y encierros más permanentes. Eramos prisioneros de ellos, estaba agotado. 

La diferencia entre Mingyu y yo, era que él se podía librar. Si se colocaba rebelde con las decisiones de el grupo, quedaba al lado mío, si no, sólo era libre. 

En cambio yo, por más que chillara, luchara, gritara, quejara, y suplicara, no podía librarme. Esa era nuestra jerarquía y nuestra diferencia. Estaba acostumbrado, ya un mes de esa costumbre, de saber si iba a estar solo o no. En mayoría, si no me hacían nada terrible, no intervenía. No lo juzgaba, sí era peligroso, pero me dolía verlo ahí, con ganas de ayudarme pero sin poder liberarlas en una acción beneficiosa para mi mismo. Se sentía doloroso, como si varias astillas de traición se instalaran en mi pecho. 

Me daba una tristeza inmensa ver como él era el encargado de encerrarme, con una mirada apenada y dolida en sus ojos al hacerlo. 

Nada era justo.

Y para mi la justicia no existe. Las personas malas a veces recibe cosas buenas, y las buenas, cosas malas. No es justo, y claramente lo tenemos que asumir como "cosa del destino". Que yo tenga que sufrir las mismas cosas, claramente no era justo. Tener un cuerpo diferente a el de los demás y ser molestado por eso, tampoco era justo.

Nada era justo, y nunca lo sería. 

Ya no creo en eso. 

Sólo tengo que asumir que soy delgado, y repetírmelo frente al espejo, que no soy anoréxico, que soy una persona normal como cualquier otra, que no tengo alguna enfermedad. Soy alguien supuestamente normal por más que a mis espaldas me lo nieguen. Subirme a la báscula y decirme que estoy bien, e igualmente necesito a lo mejor comer más. Nada grave. 

No soy un monstruo. Soy alguien normal. ¿No?

Había vuelto a casa. Agotado, hoy había arrancado en vano de ellos, así que sí, estaba agotado. Sumándole el hecho de que unos golpes fueron añadidos a mi cuerpo. Seguro varios moretones saldrían de esos lugares dañados. Me recosté en mi cama. Mis padres no estaban, quizás ambos estaban trabajando hasta tarde, como siempre. 

Otra vez solo, llorando mientras el techo me miraba indignado por mis lágrimas de cobarde. Me sentía horrible, me sentía como el ser más horrible de el mundo, como si alguien me hubiese puesto sobre la cabeza una etiqueta de lo horrible que soy. No me siento alguien genial, quería dejar de existir, para todos, para cada una de las personas que me conocían, y que seguro no les importa mi vida. Quería irme, desaparecer y saber que nadie me extrañaría. 

Que la tierra me tragara, dándome una agradable sorpresa de la muerte sobre mi. Lo necesitaba en serio. 

Me levanté, lavé mi cara. Me senté en la ventana con asientos que había en mi habitación. Agarré una libreta y aún con lágrimas en los ojos, comencé a escribir una historia. Una pequeña historia de amor que posiblemente nunca conseguiría, una historia que sería olvidada como mis sueños. Una historia de amor que de seguro era la ideal en mi vida, pero que nunca se convertiría en realidad. Lo tenía asumido, aceptado completamente. No tenía porqué repetirlo mi madre, al decirme que me iba a quedar solo, por mi carácter y cuerpo sin gracia. La poca necesidad de decirme siempre lo inútil que soy, lo poco que necesito a las personas y viceversa. Me odio, odio a las personas. Prefiero quitarme la vida antes de que seguir viviendo una pesadilla como esta. Dejar de existir, cada segundo y cada respiro se ve más factible, más gratificante y más hermoso. No sé, quizás sea lo necesario. Tal vez a nadie le importe, tanto que tenga que pudrirme en un rincón mientras todos olvidan mi rostro de sus cabezas. Sí, dejar de existir podría ser una opción bastante grande e importante. 

Lo he pensado más de una vez. Mi cuento termina así. El chico enamorada de la chica, que nunca le correspondió. Morir por amor, siempre han dicho eso. Es raro. 

Lancé mi libreta a la cama, no tan lejana de mi sillón cómodo que estaba sobre la ventana. Me sentía cómodo en este lugar, luminoso, agradable y perfecto. 

Tenía muchas ganas de dejar de respirar en estos momentos. 

¿Por qué no podía tener un final feliz como en mis cuentos? 

No me gusta, lo odio, lo detesto, lo aborrezco, es asqueroso, es abominable, es horrible. Odio todo, y no puedo cambiarlo, tengo que vivir la vida como la tengo, vivir la asquerosa vida que quiero que ya termine. 

Sí, sonará exagerado. Pero, ¿Es imaginable el hecho de vivir siempre encerrado? Como Rapunzel en una torre, pero subterránea. Odiaba no poder tener amigos, no conversar como un chico normal. Lo odiaba, me dolía. Varias veces mi madre me dice que yo soy el culpable, que ya pasará. 

Pero no veo cambios. 

¿Es diferente que hace cuatro años atrás?

No lo veo así.

Suspiré mientras me acomodaba en el sillón. Y cuando no encontré posición cómoda, me levanté. Tenía que ducharme. Me quité la ropa, y me metí. Fue rápido. Salí en cuestión de dos minutos. 

Me vestí con mi pijama, que era una sudadera larga, que me llegaba un poco en los muslos, y un pantalón de chandal.  Me acosté en mi cama, mientras cerraba los ojos, acostado. 

El timbre sonó, y eso me hizo levantarme tambaleante. Miré por la mirilla, y al ver a Mingyu, me asombré. Abrí la puerta lo más rápido posible.

—¿Qué haces acá?—Pregunté apenas abrí la puerta.

—E-Estoy buscándote.—Dijo agotado, seguro había corrido.—Están planeando algo para molestarte mañana. No vengas a clases, o no sé, busca un refugio.—Se apoyó en el marco de la puerta por el cansancio, mientras me miraba con la capa de sudor sobre su frente.

—¿A qué te refieres? No puedo faltar mañana, tenemos dos exámenes y una exposición.—Dije asustado.

—Sí, por eso te lo advierto ahora. Puedo quedarme contigo mañana, pero no sé si pueden aplazarlo para arruinarte en otro momento. Sobre todo que la exposición que tenemos mañana es complicada. No sé, sólo te lo digo desde antes para que decidas.—Se irguió luego de recuperar el aliento. 

—No lo sé, Mingyu. Creo que me mientes.—Fruncí mi ceño, confundido.

—¿Mentir? ¿De qué hablas loco? Estoy ayudándote.—Con su tono enojado, me miró.

—¿Cómo rayos sabes mi dirección si ni siquiera me conoces? Con suerte conoces mi nombre, así que por favor no me atormentes con estupideces.—Dije mientras cerraba la puerta.

—Sé donde vives porque siempre vamos por el mismo camino. No seas paranoico, Wonwoo.—Murmuró, poniendo el pie antes de cerrar la puerta.—No creas que ellos lo saben, o que lo tuve que buscar en algún lado. No estés loco, me pueden expulsar por eso, tonto.—Abrí la puerta con tranquilidad.

—¿Tú eres el chico de la camisa roja?—Se colocó rojo. Ambos habíamos ido al mismo parque por muchísimos años, y recién me daba cuenta.—Mentira que eres tú... Siempre te veía de pequeño. No puede ser...—Era él, siempre andaba con remera rojas, sudaderas o cosas rojas. Siempre lo veía. Y ahora no lo reconocí. No puede ser.

—No pasa nada. Yo tampoco te reconocí.—Sonrió.

—Debería creerte...—Subí mi mirada, su sonrisa desapareció en un instante con esas palabras.—Tengo miedo de lo que puedan hacer... No quiero estar solo.—Hice un pequeño puchero, mientras suspiraba, apoyándome en la puerta.—Tengo que ir a clases de todas formas...—Sonreí de lado, desanimado.—Gracias por avisarme de todas formas...—Iba a cerrar la puerta, y me detuvo con un carraspeo.

—P-Puedo quedarme contigo todo el día, no sería problema para mi...—Habló mientras volvía abrir la puerta.

Me quedé sin palabras.

—Sólo si quieres. Puedes negarte, no me molesto... Sólo trato de cuidarte... Después de todo, eres el único que vale la pena.


-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora