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La promesa no promesa de Mingyu estaba siendo a medias cumplida. Existían días en los cuales ambos intentamos como podíamos el no quedar encerrado. Pero era algunas veces imposible. 

Hoy, era un de esos días. Era por la tarde, receso del almuerzo. Ellos me habían dejado adentro. Y sí, no me dejaban comida. Así que como soy inteligente y astuto, había veces que dejaba mi colación dentro de una caja, comida en bolsas. Así me servía cuando podía y necesitaba. 

Estaba comiendo unas papas fritas en bolsa. Hasta que unos quejidos se escuchan afuera, arriba de las escaleras. 

Salí, la puerta estaba abierta por alguna razón. Miré hacia arriba, Mingyu estaba siendo golpeado por otros tres chicos, que reconocía con claridad. Estómago, espalda, piernas, cabeza incluso. Algunos quejidos salían de él, como si estuviera arrancando su dignidad y su dolor a raíz sin anestesia de por medio de golpes. Me dolía verlo, subí las escaleras y grité. Golpearlos era mi perdición después de todo.

—¡Hey! ¡Paren ya, cobardes!—Dije mientras subía el último escalón. Ayudé a Mingyu a subir, mientras él sólo me miraba con ciertas lágrimas en los ojos. Estaba siendo fuerte después de todo.—Es suficiente.—Dije mientras lo ayudaba a mantenerse parado. 

—Nada de suficiente. Yo sé cuando los límites son cruzados, pequeño bastardo.—Tomaron a Mingyu, mientras yo me quedaba con la boca abierta sin poder hacer nada.—Así que ambos quedarán encerrados.—Susurró mientras miraba a sus dos compañeros. Jung me tomó de ambos brazos, y como preso, me dejó cerca de la puerta. 

Mientras Mingyu suplicaba con cierto soborno de palabras que le daba a sus antes amigos. Nos empujaron a ambos ahí. Quedamos en silencio mientras cerraban la puerta.

—¡Basta! ¡No, no, no, no, no, no y no!—Gritó Mingyu mientras intentaba ponerse de pie, con sus golpes. Yo sólo suspiraba y me quedaba apoyado en la pared, deslizando mi espalda para quedar sentado en el suelo. El chico de cabello café golpeaba la puerta. Era completamente inútil, no había nadie detrás de aquella puerta.—Wonwoo, por favor ayúdame.—Dijo mientras me miraba sosteniendo su costado, como si se estuviera desarmando. 

—Basta, no hay caso en hacerlo. Ya nos dejarán salir, tranquilo.—Me levanté, y lo tomé para sentarlo en una especie de almohada que era mucho mejor para él, con sus golpes que me preocupaban.—Ven, no pasa nada. De verdad, ya saldremos.—Susurré mientras acariciaba sus espalda.

—No es justo, no es justo. ¡Quiero salir!—Gritó, mientras dejaba salir una lágrima que brillaba con la poca luz. Sí, la ampolleta que antes ocupaba se quemó, así que era más oscuro de lo normal este lugar.

—Lo sé, tranquilo...—Susurré, mientras le acariciaba su espalda.—No pasa nada, es normal colocarse así. ¿Si? No pasa nada.—Dejó caer su cabeza en mi hombro, mientras no paraba de llorar.

—No lloro por mi, pequeño. Lo hago por ti. ¿Cómo puedes estar acá solo sin reclamar?—Me encogí de hombros.—No te conozco mucho, pero en verdad te admiro...—Sonreí, mientras secaba sus lágrimas. Despegué su cabeza de mi hombro, me levanté, él me miraba moverme. Una brisa rozó mis mejillas, y un escalofrío me recorrió como si mi espalda fuera un camino al verlo tan intranquilo, subiendo y bajando sus hombros por el llanto que había liberado por medio de las lágrimas calientes que luego perderían su calor. 

—Toma, limpia tu cara. Yo revisaré tus heridas.—Saqué una caja de pañuelos y se los entregué. Los tenía guardado en una caja, como todas las pocas cosas que tenía.—Levanta tu remera.—Dije mientras lo intentaba parar, cosa que él no quería.

—No tengo nada, no te preocupes.—Sacó mis manos de sus costados. Secó su rostro, y luego me miró.—Tienes muchas cosas aquí... ¿Ya no te incomoda estar aquí?—Me encogí de hombros, mientras se inclinaba un poco a mi.

-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora