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Mis días se volvieron tan oscuros como el sótano. Ninguna sonrisa brotaba en mi rostro pese a la presencia hermosa de Mingyu. No sabía como sentirme, si ver a una persona me conmovía o se me hacía indiferente. Si veía a una persona feliz o enojada, emocionada o aburrida. No me interesaba, no me conmovía ni por mi mismo y me sentía tan decaído que ni comer, ni dormir se volvía mi prioridad. Las ojeras me comenzaban a consumir y mis brazos se sentían pesados y torpes, mis piernas se aflojaban al llegar a casa y saber que estaba muriendo, sabiendo que mañana no tenían ganas de funcionar como deberían hacerlo. Mi cabeza me repite que está cansada, y ni siquiera yo me doy cuenta. No es normal. Sáquenme de aquí.

Me quiero rendir...

Pero.

Simplemente.

No.

Puedo.

Hacerlo.

Mi vida va caminando por un hilo, se mueve, y me da miedo caer. 

No poder regresar, no poder levantarme y subir de nuevo a esa cuerda inestable pero llena de cosas. ¿Qué es lo malo? ¿En qué fallo? ¿Por qué la felicidad no llega? 

Todo el tiempo, te dicen cosas como: "En algún momento podrás hacer lo que quieras" o "En un momento de tu vida, podrás ser feliz y disfrutar de muchas cosas".

¿Tengo que pasar toda mi vida trabajando para llegar a los sesenta recién siendo feliz? No tiene sentido. Quiero disfrutar siempre, pero nadie me desata las manos de la silla fija de esta vida aburrida y asquerosa que llevo hace un tiempo bastante largo. Por no decir toda la vida. Límites que nadie me debió poner en un principio, no me agrada saber que estoy así, encerrado en una cápsula, en una gran cápsula para ser en algún momento yo mismo, disfrutar todo y al final ser feliz. ¿Cuál es el problema en ser feliz ahora? 

Entiendo que no siempre se puede estar feliz. 

Pero tampoco quiero estar en una condena para recién luego de cincuenta años poder ser feliz. 

No debería ser posible. 

Mis piernas me obligaron como costumbre a moverme de nuevo, de vuelta a clases. Llegando bien, con un peso en el pecho y una mirada clavándose en mi nuca. Me di vuelta, Mingyu me estaba mirando, con sus ojos redondos que luego se curvaron por su sonrisa al ser descubierto por mi. ¿No? ¿Me molestaba esa mirada? Claro que no. La amaba, me daba una cierta motivación, me daban las mínimas ganas de sonreír y de suspirar aliviado, sabiendo que alguien sostenía mi espalda para no caerme. Sabiendo que alguien me daba la mano para caminar y no caer en el intento, saber que unas palabras me calentaban el corazón, y las ganas de acabar con todo disminuían con esas palabras. ¿No es algo mágico? El como una acción pequeña puede desestresarte a niveles tan hermosos que ni te lo puedes creer. Un abrazo, un pequeño beso, o una sonrisa te hace olvidar los motivos de tu aparente ultimátum, o de una perdición en sentimientos, un mejunje en cosas y pensamientos que me daban la sensación de sentirme mal, como si me estuviera desmoronando. Un agujero negro en mis sentimientos. 

Le sonreí.

Mi pecho se sintió liviano...

Y su sonrisa se volvió más grande, escuchando el profesor llegar de fondo.

Sólo me di vuelta, con la vista al frente y su mirada y sonrisa marcada en mi retina, como una imagen constante. Me encantaba y de todas formas, podría decirse que me embriagaba. Era hermoso.

La clase, por primera vez, se me pasó lenta.

Pensando quizás todo el tiempo en porqué Mingyu me miraba, con historias poco realistas en mi cabeza que se repetían con imagenes que no habían sido nunca reales (y quizás nunca lo sean).

-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora