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Mis días aumentaban, los minutos frente a una pizarra se me hacían pesados. La sensación de querer desaparecer del mundo no se iba, se había instalado en mi cabeza para atormentarme. Algo estaba mal aquí. 

Ni Mingyu puede apaciguar mi sentimiento de querer morir.

Porque sí, eso es lo que necesito. Sólo soy un estorbo, una carga, y un peso más que con facilidad puede desaparecer. Mis muñecas ya más o menos raspadas, con ciertas cicatrices, con heridas que no han sanado. Cicatrices dolorosas, y fáciles de recordar con un nudo en la garganta. 

Me duele...

No saben como me duele y por eso me hacen daño. 

Otra vez bajo esa ampolleta fuerte, esa ampolleta con una fortaleza gigante para aguantar todo lo que la oscuridad abarca. Mientras las repisas llenas de polvo me miran, rodeándome en su miseria, porque ahora también me empolvaba, también sufría. Sufría lo mismo que ellas. ¿Cómo se puede vivir sin esto sin pudrirse por dentro? ¿Cómo no llorar hasta que las lágrimas no salgan? No es cosa de ser débil o no, es cosa de dignidad, me quitan la dignidad, siendo encerrado, sin las libertades que cualquier persona, debería de tener, sin ser arrebatada. 

No es justo.

Ni para mi.

Ni para la persona que pasa cosas como las mías o peores. 

Ya no creo en la justicia. ¿En verdad esto tiene un motivo real?

Cuando no puedo cambiar, es porque no puedo, es así de simple, no hay más, no hay nada detrás de eso. Lamentablemente, mis costillas tienen muchas razones como para incitar a los hijos de puta a encerrarme, como si fuera un puto peligro para la sociedad.

¿No es cierto?

Me siento mal, maldita sea.

Este no soy yo, deberían sacarme.

Un toque de puerta, y un ruido que retumbó por todo el oscuro y estrecho sótano, mientras se abría la puerta. Un cuerpo, moribundo, cayó y la puerta fue cerrada otra vez. Mingyu estaba con la cara toda moreteada y ensangrentada con un ojo inflamado y su ropa sucia. ¿Por qué él? Maldita sea, no se merece esto...

—¡¿Mingyu?!—Grité mientras me levantaba y me iba a donde él, tomando su brazo e intentando levantarlo con mis pocas fuerzas.—¿Qué pasó?

—Sólo quería hablar...—Susurró, mientras tosía. Lo acosté en el suelo, con una pequeña manta que uso desde hace mucho tiempo, y una almohada que la uso pocas veces. Sí, tengo muchas cosas escondidas aquí.—N-No lo conseguí, como lo ves...—Susurró, mientras yo sólo lo veía.

—Pero... Espera.—Busqué en mis cosas, en todas las cosas que poseo, en todo, en cada una de los pequeños tesoros que tengo.—Deberíamos estar saliendo de clases a esta hora... Maldita sea. No puedo odiarlos más.—Rebusqué una vez más en mis cosas. Ni una tirita tenía.

—No pasa nada...—Susurró, mientras cerraba los ojos.—D-Déjame dormir un ratito.—Con un nivel de voz vacilante sólo se escuchó un suspiro más. 

—Mingyu...—Con los ojos un poco inundado de lágrimas, acaricié su cabeza, sentándome a su lado, esta vez en el suelo gélido, tan gélido como para sentirlo a través de la ropa y helando mi trasero. Quiero irme, de verdad quiero escapar de aquí.—Mingyu... Despierta, por favor.—Una lágrima pasó por mi mejilla y deslizándose por mi cuello, mojó  un poco la camisa que traía.

—¿Qué quieres pequeño? Me duele un poco la cabeza.—Titubeó mientras se movía con el ceño fruncido.—No me siento bien... Lo siento por...—No terminó su frase, y sólo tomé su mano.—Perdón por no poder solucionar las cosas. Sabes que lo intento lo mejor que puedo.

-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora