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La libertad no es nada. 

No es nada si se infringe la del otro.

No es nada si rompemos todas las reglas. 

¿Por qué queremos libertad si en realidad no existe?

Es simplemente una utopía. Un cuento onírico.

No me agrada la idea, pero es cierto.

Yo estoy encerrado, sin motivo, sin poder quejarme, sin nada. Ahí termina mi libertad. Mientras que los otros, pueden gozarla. Supongo que no siempre puedes ganar todo, ¿No?

Estoy encerrado. Pero la diferencia es que Mingyu estaba conmigo. Ambos estábamos encerrados, faltaban solo las esposas en nuestras muñecas para hacerlo oficial. No puedo, no lo soporto, no soporto tener que arrastrarlo a esto. No me parece justo, no quiero que esté a mi lado, como yo lo he pasado por tanto tiempo.

Un leve estornudo se escuchó de su parte, cubriendo su cara al hacerlo.

—Lo siento, soy alérgico al polvo...—Susurró.

—Toma.—Me levanté y le pasé una cajita de pañuelos, la cual estaba escondido en un rincón del oscuro sótano.—Yo ya estoy acostumbrado. Supongo que tú no, es cosa de tiempo.—Sonreí. A penas podía ver sus manos subir a su rostro para sonarse y limpiar las mucosidades de su nariz respingona y perfecta.

—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo exacto llevas aquí?—Suspiré, mientras me volvía a sentar junto a él.

—Tres años, como mucho. 

—¡¿Tres años?!—Asentí, mientras apoyaba mi cabeza en la pared.

—Creo que se volvió costumbre, hasta este es mi hogar. No me importa si estoy encerrado, me da igual. A estas alturas todo me da igual.—Una pesadez estaba en mi pecho, no me agradaba. 

—¿No te incomoda?—Me encogí de hombros.—Tengo frío...—Estaba con mangas cortas, y con los pantalones un poco desgastados.—Supongo que no me queda otra que quedarme con frío.—Soltó una risita que reverberó por todas las paredes. Sólo el sonidito me hizo reír. 

—Yo no tengo frío. Puedes quedarte con mi chaqueta.—Negó, mientras yo me movía, sentándome mejor en la esquina en la cual me encontraba.—¿Seguro?—Asintió, mientras sonreía. Se acercó a mi, y puso su cabeza en mi hombro.

—Sólo... Sólo necesito estar contigo, aunque sea aquí.—Susurró, mientras ponía su brazo sobre el mío.—¿Puedo quedarme así siempre?—Asentí, mientras apoyaba de vuelta mi cabeza. Se sentía bien después de todo. Algo en mi pecho me lo repetía. ¿Qué es esto?

—Creo que eres lo mejor que a este sótano le pudo pasar.

—¿Este sótano?

—Sí, mi sótano. Pero no este sótano, si no que yo...—Murmuré, con cierto pánico en mi voz. Con un leve tono tembloroso que me dolía. Me dolía decir eso, saber que siempre estuve en oscuridad y que recién mi luz llegó. 

—Quiero iluminar este sótano entonces.—Susurró, mientras levantaba su cabeza para mirarme. ¿Por qué sus ojos brillaban si no había luz? ¿Por qué me sonríe como si fuera lo mejor? No lo entiendo. Sus suspiros llegan a mi cara, y sus ojos brillaban demasiado para mi.—¿Puedo abrazarte por favor?—Asentí mientras su cuerpo se pegaba a mi. 

Suspiramos al mismo tiempo, y estoy casi seguro de que nuestros ojos se cerraron al mismo tiempo.

Mi cuerpo se relajó y la oscuridad nos absorbió en total armonía, sin alteraciones en este lugar. Sólo nuestras respiraciones y nuestros ojos brillantes.

-Body-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora