Capítulo 3

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— Arte, ¿cómo te encuentras? - me preguntó el Dr. Sar.

— Bien - respondí con simpleza.

— ¿Por qué no te gusta el nombre Angie Simons?

— Porque ese no es mi nombre, mi nombre es Arte Seven Voltaire. Nací en Texas, el 25 de diciembre, tengo 17 años actualmente. No me agrada cambiar mi nombre y mi procedencia por el simple hecho de que a ustedes les plazca esa idea. Me parece irrelevante. - apuntó algo en la libreta que cargaba en sus rodillas.

— Bien... Tan cerrada como siempre, por lo que veo. ¿Te estás tomando la medicación?

— Sí, como usted ordenó. - afirmé rascando detrás de mi oreja.

— ¿No lo has vuelto a ver? - negué con la cabeza, sabiendo que se refería a la persona que yo llamaba 'papá' cuando era niña. — Eso significa que las pastillas han surtido su efecto. ¿Algo que hayas notado que creas que debas informarme?

— ¿Piensa que le estoy ocultando información Dr.Sar? - encaré, pero no quería sonar borde. — Si hubiera algo que me preocupara o que no estaría bien en mi cabeza lo primero que haría sería llamarle. Si estoy aquí es solo porque mi madre no me deja vivir con lo de sus consultas. ¿O acaso son ustedes los que me están ocultando algo a mí? - estuvo unos minutos en silencio ambos viéndonos mutuamente hasta que decidía hablar — Estoy perdiendo mi tiempo con alguien como usted en vez de estar donde deberían estar las personas de mi edad. - contesté impasible pues me estaba perdiendo horas de estudio por venir aquí. Ni que estuviera loca.

— Pero...

Me levanté, agarré el abrigo que me había quitado antes y lo coloqué en mi brazo. Me encaminé a la salida sin atender a los gritos del doctor. La sala de espera se encontraba despejada, solo una mujer con un adolescente de unos 13 años, estaban sentados en el asiento de plástico. Pasé ante ellos, ganándome la vista del niño.

Tuve que atravesar un enorme pasillo hasta llagar a los ascensores, gracias al gran cúmulo de gente, decidí usar las escaleras. Mi móvil sonó, un mensaje de mi madre apareció en la pantalla, y decidí ignorarlo.

Bajé las escaleras, colocando mientras mi abrigo. Puse mi mochila en mis hombros y seguí bajando. Saqué de los bolsillos mi mejor medicación: un canuto, ya liado.

Toqué ambos bolsillos y había vuelto a perder mi encendedor. Maldita sea. Unos sonidos se hacían presentes por la escalera, alguien estaba haciendo lo mismo que yo, pero en dirección contraria, ya que el sonido se escuchaba cargado y sutil, no como yo, que me dejaba llevar por la fuerza de la gravedad.

No aceleré mi paso pero tampoco lo reduje. La figura masculina se hizo presente y como ya predije iba en dirección contraria. Apenas podía ver su cara, una enorme capucha cubría su cabeza, conforme nos íbamos acercando pude recorrer su rostro de arriba a abajo.

Un adolescente, diría que de unos 18 años, unos ojos grises se iluminaban gracias a la ventana que se encontraba a mi derecha. El cabello era oscuro, no podía observar que color, pero sé que entre la gama de negro se encontraba el tono de su cabello. Iba vestido con unos vaqueros ajustados rotos, una camiseta corta y una chaqueta de deporte. El típico adolescente con problemas de autoestima. Que pena me da. En realidad no.

Me puse en mitad de su camino, su vista me recorrió de arriba a abajo hasta conectar nuestros ojos. Ninguno articuló nada, intenté ver algún ápice de extrañeza pero no había nada. Recorrí ambos brazos pero estaban guardados en los bolsillos. Mis ojos volvieron a los suyos en menos de un segundo; ambos estaban rojos.

PINTURAS ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora