Capitulo 1

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La habitación estaba vacía. Me encontraba en una esquina, fría y mohosa. Un ratón recorría la pared de lado a lado, se percató de mi presencia y se detuvo a observarme. Un movimiento en falso y huiría de mí. No puedo permitirme eso.

Los sonidos de unos pasos inundaban mi mente. El taconeo de mi madre se hacía presente hasta doblar la esquina y conectar su vista con la mía. Sus palabras me pedían que me fuera a bañar y que dejara de estar en el suelo.

El agua calaba mis huesos, mi media melena castaña caía por toda mi cara y espalda, con mis manos lo tiré hacia atrás. El canto de mi madre desde la cocina inundaba mi pecho, hasta tal punto que yo acompañaba el ritmo con suaves golpes de voz desde mi garganta hasta mi paladar.

El silencio se presentó en toda la primera planta de mi casa, solo se escuchó mi estornudo, pues, no me había dado cuenta del agua helada que caía ahora por mi cabeza. Cerré el mono mando cortando el agua de raíz.

Caminé hasta el salón y me senté en el sofá, colocando mis manos encima de mis piernas. Alguien pronunció mi nombre. Escuché el crack de la trampa de ratones en mi habitación. Me dirigí asomándome por la puerta. El cadáver del pequeño ratón está tieso, no dudé en tocarlo, aún estaba caliente. Agarré el trozo de madera, y salí a buscar a mamá.

— Mamá, he atrapado a otro... - mi voz se vio ahogada al encontrar todo vacío. — ratón.

Se le debió olvidar algo en el supermercado. Siempre hace lo mismo, es muy despistada.

Algo cayó a mis hombros: una manta. Me giré lentamente para encontrarme a papá. Me envolví con la manta cuando papá me elevó en sus brazos y me llevó a mi habitación. Me dejó de pie en la cama, sacó del cajón ropa interior y me ayudó a colocarla. Sacó finalmente la manta para poner mi pijama.

— Mi vida, ¿cuantas veces tengo que decirte que no andes desnuda por casa? - me repitió como todos los días.

— Se me olvidó - contesté; lo de todos los días.

— No se te puede olvidar, si no voy a tener que castigarte sin las trampas para ratones. - sacó la chaqueta de su traje y la colocó en su brazo.

— No, papá, no lo voy a volver a hacer, te lo prometo. - me acarició el cabello y besó mi frente. Unos ruidos venían del sótano. Otra vez las malditas zarigüeyas, papá se pondrá furioso.

Su ceño se frunció antes de volver a cargarme hasta el sofá de nuevo. Colocó encima de la mesa del café; un periódico en la página de los crucigramas con un bolígrafo al lado. Puso una lata abierta de albóndigas con arroz que trajo de la cocina con un tenedor para remover la comida. Encendió la tele para hacer más amena la estancia en el solitario salón.

Colocó la lata en mis piernas y me entregó el tenedor. Se agachó hasta quedar a mi altura acariciando mi, casi, seco cabello. Me dio mi pastilla de las 8 de la tarde, facilitándome la bajada con un poco de agua. Llevé mi primer bocado de la tarde, mi estómago necesitaba y pedía comida.

— Mi amor - levanté mi vista hacia mi padre — Voy a echar a las zarigüeyas ahí abajo, te tienes que quedar aquí tranquila, si te aburres puedes hacer los crucigramas. No quiero molestarte así que por si hago ruido, te pondré los cascos, no podrás sacártelos hasta que vuelva. ¿De acuerdo?

— Sí. - me llevé otro bocado a la boca — ¿Qué tal en el trabajo?. Mamá se le ha vuelto a olvidar algo en el supermercado.

— La consulta, deprimente, espero que no me abandones en un lugar así cuando sea un viejo. - me colocó los cascos alrededor del cuello, ya empezaba a escuchar la música clásica que emanaba de el aparato. — Además, todos están locos - dijo divertido, pero no encontraba el humor en la frase — pero papá intenta curarlos, ya sabes, como un buen psiquiatra. ¿Estás orgulloso de papá?

— Sí. - parpadeé observando cada detalle de sus ojos que eran idénticos a los míos. — ¿Cuándo va a volver mamá?

— Pronto, seguramente ya estés dormida, trabaja mucho para esta familia. ¿Verdad? - asentí lentamente — Ahora tengo que irme, antes de que destrocen más el sótano. Recuerda, no te saques los cascos hasta que vuelva, ¿lo entiendes? - volví a repetir mi acción anterior.

Papá sonrió satisfecho, acto seguido besó mi cabeza y me colocó la diadema tapando por completo mis orejas, la música empezó a sonar en mi cabeza. Seguí con la vista a mi padre mientras abría la puerta del sótano, me dio una última sonrisa antes de cerrar la puerta.

Centré mi vista en el periódico, el de siempre. Coloqué a un lado la lata y releí las páginas de aquel artículo de prensa. La primera página habla de mi padre, es un prestigioso psiquiatra que trabaja cerca de el geriátrico de la ciudad. Le han hecho una entrevista en la que contesta sus ambiciones. La segunda página habla sobre el descubrimiento de un nuevo planeta en el sistema solar. No comprendo muchas de las palabras pero supongo que es algo bueno para las personas. La tercera página aparece la foto de una chica — Nora Parks — una chica de trece años que ha desaparecido, los policías han arrestado al culpable. La cuarta página relata la nueva publicación de la colección de los clásicos del cine.

Me gustaría obtenerla pero este periódico es de hace 4 años. Papá me lo compró para enseñarme a leer. Ahora con 9 años ya me cansé de ver las mismas páginas.

Mi vista viajó por la habitación hasta posarse en la maleta de papá. Estaba unos pocos metros de mí, no me haría falta salir del sofá...

Decido desobedecer a mi padre y agarrar de su maleta una libreta llena de notas. La abrí en la primera página, el historial de sus pacientes. El primer paciente resultaba ser un niño. Un niño de 10 años. Arranqué las páginas y las guardé en el pantalón del pijama. Limpié los restos de las hojas y devolví la libreta a su lugar.

La música inundaba mi mente, apenas podía pensar en nada. Veía mis manos agarrando los pantalones, de una manera que no logro entender. Una luz se coló por la ventana del salón, dando a la casa de los vecinos de enfrente. Las luces eran de un coche, el que llegaba todas las noches a la misma hora: 21:33.

Salió el mismo hombre de todos los días, pero algo pasó. Las luces del porche se encendieron y salió de la casa un niño, corriendo hacia el hombre, que lo alzó en sus brazos antes de que se cayera al suelo. Dejó su maleta de trabajo, porque su prioridad era agarrar a ese niño de unos 2 años.

Me dejé caer en el sofá, mis ojos me iban pesando a cada parpadeo que daba. Intentaba mantenerme despierta pero la imagen se hacía cada vez más borrosa. Unas piernas se pusieron en frente de mí, alcé mi vista: Mamá había vuelto. Forcé una sonrisa a lo que ella no dejaba de tocarme la cara, besó mi cara y ahí fue cuando caí rendida en el sofá.

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PINTURAS ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora