Capítulo 5

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Veía a todos, pues toda la gente que se encontraba circulando por todos los pasillos me ponía en una alerta imaginaria que no sé que pensar. Sin embargo, mi semblante se mantenía serio.

El profesor iba con una falsa seguridad notable. Supongo que estar entre asesinos pone en tensión a la gente indefensa.

Hemos comido en una habitación aislada en la que se encontraban muchos guardias que les tocaba su turno de comer. El señor Lee, hablaba con muchos de sus compañeros de trabajo. Sin embargo yo quiero mantenerme al margen de todo este círculo de personas.

Ahora por el pasillo nos metimos en una sala. Parecía un aula de cualquier instituto con la diferencia que las sillas se encontraban en un círculo imperfecto. El señor Lee me explicó que tendría que estar al margen, aunque podría intervenir en algunos casos, siempre y cuando el me de la palabra.

La primera ronde de personas fue algo extraña, quiero decir, contaban sus problemas que a nadie le importan, no hay nadie interesante. Sus motivos egoístas son los que los llevan a cometer crímenes. Y si no, son personas que solo buscan subsistir en este mundo a base de quebrantar la ley, pero no de una manera inteligente, es como si un niño oculta una escoba tras su espalda. Algo mediocre, a lo que esto acostumbrada en esta sociedad.

Las siguientes rondas de humanos no eran diferentes a los primeros. Todos tenían el mismo patrón y todos desenlazaban en un lugar: la prisión.

No eran los más peligrosos, los psicópatas no los trataba el señor Lee, pues él era un psicólogo y no un psiquiatra, no tiene los suficientes conocimientos para tratar a un verdadero asesino.

Por la puerta entraron personas de entre 18 y 25 años. Como en las anteriores rondas se sentaron en las sillas, me llamó la atención ya que algunos de ellos, entraron esposados. Sin embargo, uno de ellos estaba con una camisa de fuerza, al igual que tenía ojeras bajo sus ojos, podía leer la maldad en sus ojos azules.

Sobraban un par de sillas esta vez, algo que me molesta. La puerta fue abierta y entró un chico rubio riéndose y detrás de él, en igual de condiciones, Bach. Detrás de ellos se encontraban un par de policías, escoltándolos a la sala.

Se sentaron en las sillas sobrantes del lugar, cosa que hizo recobrar la armonía en el grupo, al igual que en mi cabeza. Se estableció la paz. Un dolor se hizo presente en mi muslo, no me había percatado de lo fuerte que estaba apretando mi pierna con mis uñas hasta el momento en que me relajé.

El señor Lee saludó a todos como había hecho anteriormente con los otros grupos. No me había movido de mi lugar, pues estaba sentada como en una mesa de profesor detrás del círculo, observando la terapia, observé la ventana cubierta de barrotes. Me siento como un pájaro en una jaula.

— ¿Quién es ella, doctor Lee?- habló el chico con la camisa de fuerza.

Todos se quedaron sorprendidos antes sus palabras, por la pinta deduzco a que nunca ha hablado en ningunas de estas charlas de pacotilla. Aunque he de admitir que hizo que girara mi cabeza en dirección a sus ojos. Nos aguantamos la mirada, sus ojos transmitían paz, una paz perturbadora, pero no calaba en mi cuerpo.

El profesor pareció perder todo el color. La clase se mantenía en un silencio sepulcral. El señor Lee se disculpó un momento y salió de la habitación. No lo culpo, ese chico tiene un aura maligna. Los compañeros que tenía a su lado se apartaron sutilmente hacia el lado contrario. A pesar de que ahora tenía la atención puesta en mí de todos y cada uno de los presentes, no me acobardé ante tal individuo.

— Y bien... ¿Quién eres? - su sonrisa era totalmente siniestra.

Pestañeé por necesidad, Bach me observaba al igual que el resto pero su mirada era de sorpresa y no de confusión. Torcí mi cabeza e hice que me triscara y volví a repetir mi acción hacia el otro lado.

PINTURAS ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora