Capítulo 6

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La sala de espera para entrar a la consulta se encontraba vacía. Solo me encontraba yo apoyada en la columna en frente a la puerta, esperando a pasar por este paripé sin sentido.

Se ha acabado la sinfonía de Johann Sebastian Bach, pero volví a reproducirla ya que era la que ponía mientras estaba en la sala esperando. No me puedo creer que tarden tanto ahí dentro, me está trastocando mi horario.

Algo se movía fuera de mi campo visual, mejor dicho, alguien. Elevé mi vista al pasillo, había salas de espera una señora con un niño que se encaminaban a uno de los asientos en frente a otra de las puertas. La mayor parte de los adultos eran mujeres. Mi madre se sentaba conmigo al lado, en vez de leer algún libro educativo o alguna de esas revistas el corazón; intentaba mantener una conversación conmigo.

Taparon mis ojos con unas manos que se encontraban muy frías. Las posé las mías encima de las suyas y las quité para girarme lentamente. Me encontré con sus ojos claros y una sonrisa amplia. Tenía puesta a misma chaqueta, como el primer día que lo vi.

Sacó mi auricular de la oreja derecha y se lo puso en el oído. Frunció su ceño pero luego conectó su vista con la mía.

— ¿Bach?- frotó su cabello.— ¿Esto quiere decir que me extrañabas?- rodé los ojos y saqué los cascos para guardarlos en el bolsillo de mi abrigo.

— No.- mentí.

— Sé que es mentira, porque todos los que me conocen me extrañan al cabo del tiempo, soy algo así como una droga.

— Para mí eres un parásito, por mucho que me intente librar de ti siempre acabas volviendo.- soné fría, pero no pareció calar en él, ya que no se le había borrado esa sonrisa de tranquilidad. Sus ojos no decían lo mismo, solo estaban analizarme y calculando todos mis movimientos.

— Que cruel eres,- se detuvo un momento para morderse el labio.— Angie.

En esos momentos, sentí algo en mi interior y fue furia. Me dieron ganas de golpearlo. Pareció leerme la mente cuando sostuvo mis manos atrás de la espalda con una de sus manos. No sin hacerme daño, si no parecía retenerme. Nadie se fijaba en nosotros, pero tampoco me incomodaba o temía por mi integridad, solo es Bach.

— Ni se te ocurra golpearme.- contestó de manera dura, pero sin eliminar esa sonrisa.

— No vuelvas a llamarme así.- la puerta fue abierta por el doctor Sar.

De la consulta salió una chica, aparentaba tener 25 años. Tenía una sonrisa en la cara que podría analizar como bipolaridad. Bach se quedó viéndola de arriba abajo y ella a él. Me soltó y se acercó a ella. El doctor no sabía que pensar de la situación, pero me dejó pasar y sin más entré.

Me metí en la habitación para colocarme mi pantalón corto y un sujetador de deporte, ya empezaba a quedarme pequeño por el crecimiento natural de los senos.

Una vez a la semana me mandaba esto para hacerme unos tests físicos, además de observar mi cuerpo por culpa de mis iniciativas nerviosas. Até los cordeles para que el pantalón no cayera al suelo.

Volví a la sala dónde hacer los ejercicios. El doctor Sar se encontraba en la puerta hablando con las personas de fuera, agarró a Bach y lo metió dentro de la habitación.

No es propio del doctor hacer terapias conjuntas.

Sacó el móvil del bolsillo y apuntaba algo en el mientras veía un papelito, coreando que había conseguido el número de teléfono de la otra chica. Caminó hasta la ventana mientras mostraba una falsa realidad que me chocaba. Odio a la gente feliz.

PINTURAS ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora