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La misma mañana de Nochebuena bajamos en el coche de Ana a Granada. Lola se quedó dormida en cuanto la dejé en su pequeño asiento y mi madre no tardó en seguirla después del madrugón que nos habíamos pegado para poder estar en casa antes de las 12 de la mañana y empezar a ayudar con todos los preparativos.

- ¿Quieres que paremos? – le pregunté a Ana a mitad de camino

- No me vendría mal un café, la verdad – me miró y luego observó a Lola a través del espejo – pero es que mira cómo está, me da pena despertarla

Sonreí a Ana después de escuchar su comentario y miré detrás. Lola estaba agarrada a su peluche favorito durmiendo plácidamente bajo la atenta mirada de mi madre que también sonreía ante aquella imagen.

- No le vendría mal desayunar ya – dije mirando mi reloj – con suerte se vuelve a quedar dormida después

Ana paró el coche en un área de servicio para desayunar y así estirar un poco las piernas. Fue directa al asiento de detrás y cogió a Lola con cuidado. La pequeña abrió un poco los ojos, pero al ver que era la canaria quien la tenía, se abrazó más a ella y continuó durmiendo como si nada.

- Voy yendo al baño, os espero allí – nos avisó mi madre

Aproveché para acercarme a Ana y Lola y dejar un beso a ambas

- ¿Vamos dentro? – La canaria afirmó y después de pedir un café y algo para comer, se sentó con la pequeña encima en una mesa en lo que nos servían todo.

Ana se dedicó a despertarla en lo que mi madre y yo llevábamos las cosas a la mesa. No fue muy difícil la tarea de la morena, puesto que en cuanto Lola escuchó la palabra comida se le olvidó todo el sueño que tenía en aquel momento, eso sí, decidió comer sentada encima de la canaria para así poder recibir algún que otro mimo de su parte.

Pasadas las 12 de la mañana estábamos ya dejando el coche enfrente de casa. Habíamos conseguido que Lola se quedara dormida un poco más y el último rato de coche lo pasamos entreteniéndola con música y juegos.

Mi hermana ya nos estaba esperando en la puerta y en cuanto la pequeña bajó del coche fue corriendo a saludarla

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La llegada fue frenética, lo normal en aquellas fechas. Mi madre después de comer se fue a casa de mi tía para comenzar con los preparativos, mi hermana había quedado con algunos de sus amigos para empezar ya con la fiesta, como era costumbre en el pueblo, mientras que Ana y yo después de recoger y colocar la ropa que habíamos traído, decidimos seguir a Lola en su idea de hacer la siesta y, con Mimo detrás de nosotras, compartimos la que fue mi cama durante muchos años descansando un rato antes de que todo comenzara.

Fui la primera en despertarme aquella tarde, dejé a las dos bellas durmientes en la cama y me fui a tomar un café para espabilarme de cara a la noche. Estaba en ello cuando recibí un mensaje de mi hermana animándonos a ir un rato con ella y los amigos del pueblo antes de la cena, todos querían ver a Lola después de tanto tiempo y ya de paso que les presentara a Ana. Me pareció buena idea y así podría enseñarle a la canaria lo que solíamos hacer allí el día de Nochebuena.

Entré en la habitación y la estampa no podía ser más enternecedora. Lola tenía la cabeza apoyada contra el cuerpo de Ana que la protegía con uno de sus brazos mientras Mimo las observaba desde el borde de la cama. Me acerqué a la canaria y empecé a acariciarle el pelo.

-Tú y tu maravillosa manía de despertarme siempre – solté una carcajada ante el comentario de Ana e hice el amago de levantarme de ahí, pero me retuvo con el brazo que antes sujetaba a Lola – quédate un ratito con nosotras, porfa – dijo soltando un puchero

Mi trocito de MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora