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15 de junio de 2017

—¡Buenas noches, CANCUUUUUUUNNN!

El gentío enloquecido de la discoteca Coco Bongo gritó.

«Ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.»

—¡Queremos pasarlo bien! —aulló uno de los tres DJ por el micrófono.

—¡Sí! —gritaron cientos de personas con ganas de pasarlo bien.

La DJ de turno que estaba a medio vestir levantó una de sus manos agitando para llamar la atención, subió la camiseta y enseñó uno de sus pechos que tenía un tapa pezón brillante y subió el volumen de la música y todo el mundo comenzó a bailar mientras llovía confeti desde lo más alto de la discoteca. La noche era divertida y alocada, idónea para conocer gente.

Entre aquella multitud que bailaba, reía y bebía, estaban Juliana y Mariana, dos amigas que, sin ataduras de ningún tipo, pensaban disfrutar aquella noche a tope porque sus vacaciones se acababan.

—Bueno... bueno... bueno...Salud Juli — gritó Mariana, la más alta de las dos—.

Creo que ha sido una excelente idea veranear de nuevo aquí.

—Te lo dije —sonrió Juliana—. Cancún tiene algo especial. Me encanta este sitio y espero algún día poder tomar la decisión de vivir aquí cerca del mar.

—¿Y qué harás?, ¿Vender collares o pareos por la playa? —se burló Mariana.

Juliana la miró y sonrió tomando un trago. No sabía qué haría en el futuro, pero tampoco le importaba mucho. Lo único que tenía claro era que quería ser feliz, sin ningún tipo de atadura.

—Quizás monte mi propia tienda de accesorios y ropita. Ya sabes que a mí el rollito Hippi-Chic me gusta bastante.

—Sí, pero no un rollito como el de tu prima vegana, que mira dónde está.

—No... no por supuesto —se carcajeó Juliana—. Yo tengo claro que me encanta una parrillada, las hamburguesas, y los refrescos y no estoy dispuesta a hacerme vegetariana, ni por una chava ni por nadie.

—Y como es lógico, querrás vivir en una preciosa casa blanca cerca del mar, ¿verdad?

— Pos claro... eso es lo que le gustaría a todo el mundo. Pero me tocará ganarme la lotería o cobrar alguna herencia.... Mientras tanto en mi realidad viviré en un pequeño apartamento en la ciudad. Pero el plan de vivir junto al mar y en un lugar tranquilo, donde pueda escuchar música y leer no está muy lejos. Ahí vienen Bianca y Gabriella —señaló Juliana dando un sorbo a su trago y saludando a dos típicas italianas, altas, delgadas, bronceadas y bien vestidas, con ese algo encantador que, desprenden los nacidos en la tierra de Vercase.

—Ainssss... qué pena —suspiró Mariana al verlas acercarse—. Se acaban las vacaciones. Se acaban y ya no veremos más a Bianca Amato y Gabriella D'angelo las casanovas perfectas.

Observadas por ellas y por otras féminas presentes en el club, a las italianas, como buenas cazadoras de sangre caliente, se les elevó el ego, y como dos leonas en celo, caminaron hacia ellas con ese aire coqueto e italiano que a la mayoría de las mujeres les gustaba pero no reconocían.

—Puta vida. ¡Qué buenorra está Gabby! —Susurró Mariana al verle con una braga blanca de lino, abierta hasta el ombligo dejando entre ver sus senos—. Es un poco delgada para mi gusto sabes que me gusta agarrar carnita, pero me atrae su rollito de gánster, es la única mujer en su familia llena de varones, no trae braguitas Grrrrrr..

Las habían conocido el primer día de estar en la isla, y desde el segundo uno, su compañía había sido divertida y alocada, algo que iba con ellas. Todas eran adultas y sin necesidad de hablar entendieron que estaban de vacaciones. No habría preguntas ni reproches. Solo habría unas buenas, divertidas y lujuriosas vacaciones. Nada más.

—Sí... sí que está buenorra —asintió Juliana aunque solo tenía ojos para Bianca que, a diferencia de su amiga, iba vestida con un conjunto de short de lino azul mostrando sus bronceadas piernas—. Pero no olvides, Doña Ronquidos, que esto es Cancún, que estamos de vacaciones y ellas son las típicas italianas y...

—Y que mañana regresamos a nuestra vida real.

—¡Exacto! —asintió Juliana.

—Yo creo que para aprovechar la última noche directamente voy a arrastrarla al apartamento. ¿Qué te parece?

Juliana soltó una carcajada. Ellas llegaron, las besaron y se emparejaron como cada noche. Poco después reían y bailaban como el resto de la gente del local. Sobre las tres de la mañana se dirigieron al apartamento de Juli y Mariana. Había que despedirse, y por todo lo alto.

Cerca de la una de la tarde del día siguiente, con las maletas llena de ropa sucia y recuerdos, Juliana, Mariana y las italianas llegaron al aeropuerto de Cancún. Allí tras varios besos largos y dulzones, e intercambio de toques y de teléfonos a los que nunca llamarían, se despidieron.

Poco antes de embarcar, las muchachas hablaban y una gitana morena se acercó a ellas. —Ojú... la caló que hace hoy —y tendiéndoles una ramita dijo—. Anda, luceros, compradme hierbabuena para la buena suerte.

Las muchachas se miraron y sacaron un billete cada una. Sin perder tiempo, la gitana los cogió y se los guardó.

—Tomad, luceros —dijo clavándoles en el pelo dos ramitas—. Esto os dará buena suerte. ¿Me dejáis mirar la palma de vuestras manos?

—¡Chido!... me encantan estas cosas —comentó Juliana con una sonrisa mientras extendía la mano.

La gitana les tomó las manos, y en menos de dos segundos las miró y dijo:

—Ojú... qué suerte la de ustedes...

—¿Nos vamos a ganar una herencia? — dijo Mariana.

—Mejor aún —asintió la gitana—. El amor está por llegar para las dos... y no serán mexicanos... serán extranjeros.

Ellas se miraron con picardía. Seguro que aquella picarona las había visto con las italianas, pero la dejaron continuar.

—Con ellas vuestra vida será cómoda y placentera, y...

—¿Se ve cuántos niños tendremos? —se medio burló Juliana.

La gitana volvió a fijar la vista en sus manos.

—Luceros, eso no lo veo. Pero lo que sí os puedo asegurar es que estas serán vuestras últimas navidades solteras y sin hijos.

Al oírla, las dos soltaron una risotada. Lo último que entraba en sus planes era una boda, y menos aún niños. Por lo que tras despedirse de la gitana, que continuó su particular venta de ramitas por el aeropuerto, embarcaron en su avión.

—Tengo el corazón partido —bromeó Mariana mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

—Pues ya te lo puedes ir pegando con cinta adhesiva —respondió Juliana.

—¡Mierda, Juliana! —rió Mariana—. ¿No te da pena no volver a saber nada de esa pedazo de hembra italiana, posible esposa y madre de tus niños?

Juliana la miró, se quitó la ramita del pelo y sonrió. La gitana y sus brujerías.

—Pues, chica... no te voy a mentir. Gabriella ha sido un estupendo ligue de verano, y con eso me doy por satisfecha. Además, ya sabes que en cualquier momento te puedes divorciar. Y ahora, cierra el pico July, relájate y ¡por Dios!... no me babees. Dijo seriamente Mariana.

Juliana la miró, bajó la gorra hasta que le tapó los ojos y los cerró; de inmediato se quedó dormida hasta llegar a Ciudad de Mexico.

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Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora