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En una de las habitaciones de la primera planta, Val intentaba calmar a su madre y a Giselle. Lo ocurrido minutos antes con Juliana en el baño las había alterado demasiado.

—Vamos a ver —repitió Val por enésima vez—. Conozco a Juliana y las conozco a ustedes, y sé que ella no reacciona así si antes ustedes no la provocan. Ni piensen que soy tonta porque no lo soy.

—Ha sido humillante —gimió Elena en uno de sus dramas—. Nunca me habían humillado así, y menos en mi propia casa.

En ese momento entró Ivanna con una botella de agua y una caja en la mano.

—Tomen esto —dijo dando una pastilla a cada una—. Les calmará un poco.

Giselle se tomó la pastilla, se tapó con las manos la cara y comenzó a llorar para desesperación de Val. No podía soportar ver a una mujer llorar. Acercándose a ella, la abrazó y dijo:

—Vamos a ver, Giselle, ¿por qué lloras?

Ella le miró temblona y en un gemido murmuró:

—Pensé que esa mujer me mataba, mi amor. Me agarró por el cuello en una de las ocasiones y sentí morir.

—Oh, qué horror —susurró Elena.

—Y cuando rompió la botella de colonia —obvio mentía— e intentó cortarme la cara... yo... yo...

Val se sintió fatal. Sabía que, por su trabajo y su carácter, Juliana era de decisiones radicales pero era incapaz de hacer algo así, con todo lo que le decían se negaba a creerlo.

—Vamos, Giselle —protestó Ivanna al ver a su amiga tan agobiada que le hacía gestos pidiendo ayuda—. Ya cálmate. Creo que estás exagerando demasiado.

—Esa maldita mujer me amenazó y me dijo que me quitara de en medio, porque ella y su hija necesitaban una tonta con dinero que las mantuviera.

Valentina la miró. Era imposible que Juliana hubiera dicho eso.

—No mientas, Giselle —recriminó con dureza.

—¿Estás segura de que miento, mi amor? —chilló histérica—. ¿Por qué te empeñas en creerle a ella y no a tu madre y a mí? Tú misma viste cómo me tenía inmovilizada en el baño con la botella de cristal rota en la mano. ¿Acaso me vas a decir que eso también era mentira?

—No, Giselle, eso lo he visto —suspiró incómoda.

—Y esto —volvió a chillar señalándose la mano que aún tenía marcada en la mejilla—, ¿esto también es mentira? Me pegó, Valentina, abre los ojos, mi amor, y fíjate en qué clase de mujer es esa policía.

—Ha sido bochornoso —sollozó Elena—. Ese lenguaje soez, esos modales...

Ivanna y Val se miraron; comprendían lo que decía.

—¿Te puedes creer que han sido capaces de decir que...?

—Sí, mamá. No hace falta que continúes —interrumpió Val harta—. Yo sé cómo es Juliana.

—Mi amor, esa mujer desde que me vio no ha parado de insultarme y decirme groserías —mintió Giselle—. Es como si estuviera celosa de que yo fuera tu mujer.

—Ex mujer —matizó ella.

—¿Por qué has tenido que invitarlas a esta fiesta? —gritó su madre—. Ahora todo el mundo tendrá chismes para contar sobre la familia.

—Oh, sí, Elena —asintió Giselle dándole unos toquecitos en la mano—. Te aseguro que esas dos darán mucho qué hablar. ¿Viste cómo bebían cerveza?

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora