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A las once de la noche, subidas a unos taconazos de escándalo, dos espectaculares mujeres, una rubia impactante Mariana y otra una morena súper sensual, movían su trasero con tranquilidad mientras caminaban por las calles cercanas al zócalo. Mariana se puso una falda de cuero negro con un top rosa, y Juliana, el minivestido de cuero negro que destapaba más que tapaba y sus botas de caña alta de la otra ve en el parking con Val.

—¡Buenorrasssssssss! —les silbó un taxista al pasar. Aquel fue el piropazo más suave que oyeron durante horas...

—Chicas —se rió López por el comunicador desde el bar—. Creo que se equivocaron de profesión.

Eso las hizo sonreír.

—Sí, López, sí —se mofó Juliana—. De putas... nos iba mejor.

Sin mucha gracia, el gordo Santander dijo, enfadándolas:

—Dime cuanto cobras, rubia, que rápidamente te doy trabajo.

Ellas se miraron y maldijeron. Mejor ni contestarle. Dos horas después, sobre la una de la madrugada, el dolor de pies ya era molesto. Su humor contra Santander era terrible y pésimo. Era un tipo muy desagradable.

—Como alguien más me vuelva a preguntar «¿Cuánto?» o me hable de un servicio o algo por el estilo —bufó Juliana—, juro que...

—¡Ay, Dios!... que me meo —se quejó Mariana—. ¿Dónde puedo entrar a mear?

—Entra en el bar donde están tus compañeros, pero no los mires —respondió la voz suave de Mateo a través del audífono.

Ambas se miraron y Mariana entró en el bar. Juliana se quedó sola andando calle. Sobresaltándola, un grupo de tres hombres tomaron a Juliana del brazo y tirando de ella la metieron en un lateral. Eran tres borrachos.

—Sueltenmeeee —gritó al verse acorralada contra la pared—, los voy a mataaar...

Pero no le dio tiempo a decir más. Mateo, el jefe, junto a varios más vestidos con ropa de calle, salieron por una puerta y tras esposar a los borrachos, que se asustaron, los metieron dentro de una casa. No podían dañar el operativo. En ese momento quedaron a solas Mateo y Juliana. Este tocándole en la oreja, le apagó el audífono, luego apagó el suyo.

—¿Te hicieron algo? —preguntó mirándola.

—No tranquilo, solo eran tres borrachos.

Tras un silencio extraño para los dos, Mateo la miró y sonrió.

—Cuando todo esto acabe, me gustaría tomar una copa contigo y charlar.

Juliana le miró con sorpresa e iba a responder cuando Mariana llegó como una loca desbocada.

—Pero ¿qué coño pasó?

—Nada —respondió Juliana—. Unos borrachos intentaron propasarse, pero nada...

Mateo, con una sonrisa que hizo que Juliana le mirara con atención, se acercó de nuevo a ella, le tocó de nuevo el audífono en la oreja y lo encendió. Luego se lo encendió él.

—Muy bien, inspectoras, todo controlado.

Segundos después, aquel extraño hombre desapareció por la puerta por donde había salido.

Al ver que su amiga iba a decir algo, Juliana le tapó la boca y se señaló la oreja. Las escuchaban. Mariana asintió y sin decir nada, salieron del portal y comenzaron a andar de nuevo por la calle contoneando sus cuerpitos. Veinte minutos después, uno de los hermanos Feijoo, Francisco el Alacran, se bajó de un coche rojo que no aparcó y se marchó.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora