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La semana trascurrió con tranquilidad. Val le enviaba continuos mensajes al móvil y ella contestaba encantada. Juliana sonreía como una tonta cada vez que recibía un mensaje, y en más de una ocasión se regañó. No debía ilusionarse. Aunque no quisiera, estar con Val la hacía sentirse especial. A veces se sentía culpable por no ser sincera con ella y contarle lo de Luna.

Lupe, su abuela, con una sonrisa en los labios la escuchaba hablar por teléfono por las noches. En la cara de Juliana se reflejaba una serenidad y una felicidad que pocas veces ella había visto. En una semana apenas pudieron verse por sus respectivos trabajos y la cagona, y el viernes a primera hora de la mañana, mientras Juliana se preparaba un vaso de café con leche, su abuela preguntó antes de salir a andar como todas las mañanas.

—¿Estarás en casa cuando vuelva?

—No, abuela. En cuanto me tome el café y me duche, me voy para la comisaría.

—Entonces danos un beso y ten cuidadito hoy, hermosa.

—Claro. No te preocupes. —Juliana la besó y dijo a la pequeña Luna, que al verla sonrió y le echó los brazos—: Sé buena y no metas en líos a la abuela.

Se aseguró de que el cochecito de Luna estaba ya abierto en la entrada del portal y se despidió. Ellas se marcharon a pasear.

Cuando Juliana se duchó, se puso unos vaqueros negros y una camisa blanca, cogió las llaves de su coche y se marchó.

—Adiós, belleza. Que tengas buen día —saludó el señor Montolla , que regaba los geranios de su ventana.

Juliana le guiñó un ojo y se dirigió hacia su coche. Cuando lo abría, la voz de un hombre la hizo volverse.

—Disculpe, señorita Valdes. La señora Elena Carvajal quiere hablar con usted.

Juliana se quedó de piedra. ¿Qué narices hacía aquella mujer en la puerta de su casa? Intrigada, cerró su auto y caminó detrás del hombre hasta un Cadillac de cristales tintados. Con estilo, él abrió la puerta trasera y ella entró. Juliana se sentó y fijó su mirada en la madre de Val.

—Buenos días, señorita Valdes —saludó la mujer.

—Buenos días, señora —contestó Juliana y sin darle tiempo a nada más, añadió—: No quisiera ser desagradable, pero ¿qué hace usted aquí?

La mujer la miró de arriba abajo con gesto agrio y contestó:

—Creo que usted y yo tenemos que hablar sobre mi hija.

Juliana suspiró.

—Usted dirá.

—Como imagino, sabrá que mi hija procede de una familia adinerada y con clase.

Ha tenido una educación exquisita en los mejores colegios, es una gran neurocirujana que da conferencias por el mundo y sin discriminarla es una mujer muy deseada.

—Algunas cosas las desconocía —se mofó Juliana—. Pero ahora que me lo ha contando, ya las sé.

—Me he pasado toda la vida cuidando de ella para que se convierta en lo que es. Y aunque sé que no es agradable oír lo que voy a decir, no me gustaría que su vida se torciera por una mujer como usted.

«Esta mujer está loca de cárcel», pensó Juliana.

—Disculpe, señora. Cuando dice una mujer como yo, ¿a qué se refiere?

—A su baja cuna y a su trabajo vulgar y sin clase.

Aquello hizo que Juliana pusiera los ojos en blanco y resoplara sonoramente.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora