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Aún quedaban más de cuatro semanas para que finalizara el año, pero la ciudad ya estaba engalanada de Navidad y luces de colores. Había pasado casi un mes desde lo ocurrido en el operativo, y tanto Dani como Mariana y Juliana estaban bien.

Tras salir del hospital, Val tomó las riendas de la relación y el tiempo que Juliana estuvo de baja no se separó de ella y de la pequeña Luna ni un segundo. Lupe se inventó un viaje a Manzanillo, y Val hizo que Juliana, la niña y los cachorros se trasladasen con rapidez a su casa. En cuanto Alirio conoció a la pequeña y ella le hizo uno de sus gorgoritos, él se convirtió en su esclavo. Aquellos días Juliana descansó como nunca mientras Alirio y Val se ocupaban de la niña y de toda la jauría.

Pero cuando Juliana se recuperó y decidió volver al trabajo, Val y ella tuvieron una enorme discusión, que al final arreglaron gracias a la pequeña Luna. No podían vivir la una sin la otra, pero Juliana seguía empeñada en que no debían confundir las cosas.

Lo que nunca le confesó era el miedo que sentía cada día al percibir que ansiaba y necesitaba más su cariño y su amor. Pero eso, a pesar de necesitarlo, Juliana se lo negaba. No quería volver a sufrir. No obstante, su coraza se fue resquebrajando día a día y la necesidad de sentirse amada y querida por Val comenzó a poder con ella a pesar de su aparente frialdad.

Durante aquellos días Alirio fue feliz. La casa de Val, aquella enorme y preciosa casa, de pronto tenía vida al estar Juliana con la pequeña allí, los perros corriendo por la parcela, e Ivanna y Mariana visitándolos continuamente. Pero la felicidad que durante aquellas semanas había sentido también Val, desapareció finalmente cuando Juliana decidió volver al trabajo, regresar a su casa y llevarse a Luna y a Gaviota y a todos los cachorros.

—¿Ya hiciste las compras de navidad? —preguntó Mariana al frenar en uno de los semáforos.

—No, qué locura como gasta la gente ¡Y eso que estamos en crisis!

—¿Crisis? ¿Qué es eso? —suspiró Mariana—. Oye, hablando de crisis. ¿Qué le compro a la cagona de Navidad y Reyes?

—Uf... no sé. Pero por Dios, lo que le compres que no sea muy grande. Tengo la casa a reventar de juguetes Valentina cada vez que sale se vuelve loca comprando.

—¿Y hablando del Postrecito qué le vas a comprar?

—Si te soy sincera, no tengo ni idea. Tiene de todo y no se me ocurre nada original que regalarle. Y tú, ¿qué le vas a regalar a Ivanna?

—Un clásico. Una correa roja para su súper reloj inteligente y Yo con todo y moño.

Juliana la miró sorprendida.

—No me mires así. Creo que es un regalo excelente. La bandita del reloj color roja, ella la quiere para completar el look de payasita de hospital y así impresionar a sus pacientes y para completar el obsequio estaré, Yo toda depilada, bronceada y brillante se dará gusto. De solo imaginarla jajaja, por cierto debo mandar hacer el moño gigante para mi jeje.

—Como lo pintas puede que tengas razón —asintió Juliana, a quien le sonó el móvil. Habló unos segundos y colgó.

—No me lo digas —se mofó Mariana—. Por tu sonrisa y ese tonito de voz entre tonto y meloso, ¿a qué hablabas con la doctora Postrecito?

Juliana no quería reconocer que Val provocaba en ella aquella extraña reacción. Era verle o hablar con ella por teléfono y una tonta sonrisa se adueñaba de ella. Incluso hasta le cambiaba la voz.

—Sí, era mi Postrecito.

—Uhhhhh —sonrió Mariana—. ¡Qué sentimiento de la propiedad! ¡Mi postrecito!... Ainsss... Juliana, te estás enamorando. Esto último lo dijo cantandito.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora