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Diez días después a las ocho de la noche, junto a la máquina de café de la comisaría de Las Lomas, Juliana y Mariana hablaban.

—¿Sabes algo de la doctora Postrecito? —preguntó Mariana.

—No —gruñó Juliana dándole con fuerza al botón de doble de azúcar.

Le molestaba hablar de ella. Como una idiota esperó aquella llamada durante días, pero no la recibió.

—Uis..., reina, si ese bombón se presentó en tu casa, te aseguro que quiere algo —sonrió Mariana. No desesperes.

—Por su bien y por el mío espero no volver a verle. No le di mi número de móvil y como casi nunca estoy en casa, dudo que me encuentre.

—No es por meter cizaña que, bueno... sabes que me encanta. Pero con doña Lupe y su secuaz Gloria, la doctora Postrecito te encontrará.

Ambas sonrieron al pensar en ellas.

—Ya me he encargado yo de hablar con ese par y de decirles que no se metan donde no tienen que meterse o al final tendremos problemas.

En ese momento pasó por delante de ellas Márquez, con Sergio y Dani, y tras mirarla de arriba abajo, preguntó:

—¿Cómo va tu mano, Valdes?

—Estupenda. En cuanto al operativo de esta noche...

—No cuento contigo —cortó Márquez.

«La madre que la parió», pensó Juliana.

—¿Por qué? —preguntó enfadada.

—No estás en condiciones de empuñar un arma.

Juliana sonrió con acidez, pero sin dejarse achicar, señaló:

—Llevo meses trabajando en este caso, ansío la detención de Escudero más que nadie y no voy a permitir que una simple quemadura en la mano, que ya desapareció, no me permita ver la cara de ese cabrón cuando lo detengamos.

Mariana la miró y Márquez torció el gesto. Detener a Escudero, un proxeneta conocido como El Marquesito, era algo que les había traído de cabeza. Una de sus chicas informó que ese canalla estaba organizando una subasta entre gente de alta categoría para ofrecer la virginidad de niñas de no más de dieciséis años.

—Inspectora Valdes, pase a mi despacho. Tenemos que hablar. Y ustedes, vayan a dar una vuelta —dijo Márquez—. Pero en quince minutos los quiero a todos aquí.

Sin mirar atrás, Márquez se marchó.

—¿Estás loca? —exclamó Mariana sujetándole el brazo—. No te enfrentes con ella. No seas tonta y no te preocupes...

—Juliana, cállate —le pidió Dani.

—Cierra el pico —gruñó Juliana y comenzó a caminar tras Márquez.

Una vez las dos estuvieron dentro del despacho de la comisario, esta la miró fijamente y dijo:

—Vamos a ver, Juliana. Creo que lo más juicioso es que te mantengas un poco al margen del caso. Con tu mano así no...

—¿Qué le pasa a mi mano? Con mi mano así puedo hacer muchas cosas —cortó, incapaz de seguir escuchándole—. Si no quieres que esté en primera fila, déjame al menos que esté en segunda. Pero no me pidas que esta noche no vaya a esa jodida subasta porque voy a ir aunque tú no quieras.

Márquez la miró. La conocía muy bien y sabía que no la haría desistir. Se acercó a ella y tomándole la barbilla partida (seña particular de Juliana) le dijo:

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora