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El camino de vuelta a la casa de Juliana se produjo en el más absoluto de los silencios. No quería hablar con ella. Cuando llegó al portal de su casa, dijo:

-Gracias por traerme. Adiós -y cerró la puerta del portal en sus narices.

Incapaz de decirle nada, Val la dejó marchar. Eran las tres de la madrugada y sabía que cualquier cosa que dijera haría que Juliana explotara. No quería discutir con ella. Después de todo lo acontecido, no tenía fuerzas para seguir. Lo que quería era calma y un abrazo pero eso no iba a suceder.

Ella entró en su casa con los ojos llenos de lágrimas, se quitó aquella ridícula ropa, dió un pequeño beso a la pequeña Luna, que dormía junto a su abuela, y aún consciente de que no iba a dormir, se acostó.

A las diez de la mañana, cuando Lupe regresó de su paseo con Gloria, Luna y la perra Gaviota, se encontró a Juliana levantada.

-Buenos días, cariño mío. ¿Qué tal la fiesta de ayer?

-Horrible -dijo Juliana-. ¿Dónde está Luna?

-Está con Gloria, ahora la traerá -respondió la mujer-. ¡Pero bendito sea Dios, mi niña! ¿Qué pasó? Vaya ojeras que tienes.

-Abuela, no te lo tomes a mal, pero ahora no tengo muchas ganas de hablar.

-Ok -suspiró Lupe. Pero aquel suspiro fue el detonante para Juliana.

Juliana movió una silla con tan mala suerte que uno de los cachorros, J.J, estaba debajo y le pilló el rabo. Con rapidez, Lupe cogió el cachorro y gritó a su nieta.

-Pero ¿se puede saber qué te hemos hecho nosotros para que estés así?

-¡Estoy harta! Harta de todo, Harta de tener la casa llena de perros porque a ti te dé la gana, por lo tanto quiero que hoy mismo esos perros salgan de mi casa, ¿me entiendes?

-¿Hoy no tienes que trabajar, hermosa?

-Pero bueno -se quejó Juliana-. ¿Qué insinúas? ¿Que me largue de mi casa?

-¡Jesús amante! Cuando te pones así, no te soporto -gruñó Lupe.

Como un vendaval, Juliana cogió la caja donde estaban el resto de los cachorros, metió en ella a Gaviota y J.J, abrió la puerta de la calle y gritó:

-Llévate a estos animales de aquí antes de que lo haga yo misma.

A Lupe se le cayó la taza de café al suelo.

-¡Perfecto, abuelita! Ahora rómpeme la vajilla.

Sin hacerle caso, Lupe fue hasta la puerta y dio un portazo al salir. Con el corazón en un puño, llamó en casa de Gloria y le pidió que se quedara con los animales y la pequeña hasta que ella volviera. Luego regresó a la casa y sin mirar a su nieta, comenzó a limpiar las manchas del café.

En ese momento sonó el portero automático. Lupe reconoció la voz de Val y suspiró. Dos segundos después, ella entró en la casa y la anciana le indicó que Juliana estaba en la cocina. Val se plantó ante ella.

-¡No tengo ganas de discutir, Val, por lo tanto, sal de mi casa ahora mismo! -vociferó Juliana.

-Yo no he venido a discutir -dijo ella apoyándose en el borde de la puerta.

-Pues mal día has elegido para venir, hermosa -susurró Lupe.

Juliana gritó:

-¡Abuela, nadie te ha dado vela en este entierro!

La mujer dijo algo que no entendieron y Val dijo:

-Juliana, por favor, mírame.

-No.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora