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Dos semanas después, Juliana se había recuperado por completo de la varicela y volvió a su trabajo. Sus compañeros la recibieron entre aplausos. Tres días después estaba agotada, pero intentó soportar todo el embrollo del trabajo. Luna no le permitía descansar. Solo quería jugar y no había manera de hacerla dormir por las noches. Val demandaba cada día más su presencia. Necesitaba estar con ella, disfrutarla y hacerle el amor, y en el trabajo, las órdenes de la comisaría la absorbían por completo.

Con el paso del tiempo, las dos tortolitas comenzaron a tener sus primeras riñas. En más de una ocasión tuvo que llamarle para decir que no podía ir a su cita. En un principio, Val intentó entenderlo, pero llegó un momento en que aquello comenzó a molestarle. Nunca podía hacer planes con ella. Cuando no pasaba una cosa, era otra y Val siempre se quedaba ilusionada y deseosa de verla.

Días después, un gran revuelo tomó la comisaría. La policía colombiana se había puesto en contacto con la mexicana. Un espía había filtrado una reunión clandestina de un narcotraficante mexicano y otro colombiano en un campo a las afueras de la ciudad. La comisaría estaba llena de jefazos, policías y demás.

—¡Qué hambre tengo! —se quejó Juliana.

—Y yo —asintió su compañera—. Cuando salgamos podíamos ir al bar de Pachito y darnos la alegría de unas cervezas.

—Me apunto e invito —se ofreció Dani.

—Ok. Pero rapiditas que hoy tenemos cenita y no quiero oír quejas de Val.

—Sí... sí, rapiditas —asintió Mariana, que andaba en la misma situación de enamoramiento con Ivanna.

—¿Tienes una cita? —se guaseó López.

—Sí —admitió Mariana—. Hoy tenemos cita, cena y postre de lujo.

Diez minutos después, mientras terminaban de rellenar unos informes, Mariana susurró:

—Atención, Juliana. El monumentazo de los INTERPOL, a tu izquierda.

Por su lado pasó Mateo. Aquel moreno barba poblada y buen porte que siempre que veía a Juliana le sonreía.

—Uf... con ese culito que tiene —suspiró Mariana.

—Si te oye eso que has dicho el doctora juguetes, te lo hará pagar —sonrió Juliana.

—¿Ese es Mateo Luna, uno de los jefes de los INTERPOL? —preguntó Dani.

Juliana asintió. Siempre le había atraído ese cuerpo de élite.

—Ese era uno de mis objetivos —suspiró Juliana—. Aunque ahora no sé si lo voy a llegar a cumplir, con la niña y todo el caos que rodea mi vida.

—¿No seas tonta? —recriminó Mariana—. A ti te faltan dos tornillos y cada día estoy más convencida. Mira, Juliana, quítate la idea de pertenecer al grupo de operaciones especiales o tendré que hablar con tu doctorcita para ver si te opera el cerebro.

—Ni se te ocurra —advirtió muy seria—. ¿Por qué dices eso?

—Porque pertenecer a esa brigada significa no tener casi vida privada. ¿Te parece poco?

—Yo no quiero vida privada, ¿lo has olvidado, Mariana?

—No. No lo he olvidado, ¡bonita!, pero creo que desde hace un tiempo, todo cambió para ti.

No hizo falta decir más. Ambas sabían de qué hablaban. Solo había que ver la foto que Juliana había colocado en su mesa de Luna, rodeada por la perra Gaviota y todos los cachorros. En ese momento, Márquez abrió su puerta y ordenó a su gente que pasara.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora