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A las tres de la madrugada Juliana y Mariana, destrozadas por los tacones, tenían un humor de perros. El operativo que habían montado tenía pinta de no servir para nada. Allí la gente solo se divertía, comía y bailaba.

-¡Por Dios! Pero ¿es que esta gente no se cansa? -se quejó Juliana, a quien le picaba la cabeza por los kilos de laca que llevaba-. Te juro que estoy por quitarme el puto sujetador y ponerme la liga como diadema.

-Te entiendo -gruñó Mariana-. Estoy tan cansada que hasta veo feos a las camareras guapas.

Aquello hizo sonreír a Sergio que, tras la metedura de pata del principio, había intentado mantener la boca cerrada para asegurarse una noche tranquila.

-¿Qué sabes de Adriana? ¿Ha dado señales de vida ya? -preguntó Mariana a su amiga.

Al pensar en su prima, Juliana sonrió. Hacía tres años que se había marchado a vivir a un pueblecito de las afueras de Texas y aún la echaba de menos.

-Hace cerca de un mes que no sé nada de ella. Le envié al apartado de correos que ella nos dio la medallita que la abuela le compró a la niña, pero claro, como no tienen teléfono, no sé si la han recibido o no.

-Aún no me imagino a Adriana en plan vegetariano -sonrió Mariana-. Ella que se tragaba pares de Whooper con queso y doble de beicon.

-Chica, el amor le ha nublado la razón. Le fundió el cerebro.

-Sí, y el sentido común -añadió Mariana-. ¿Le mandaste dinero para el viaje?

-Claro, la abuela se empeñó. Quiere que venga a México unos días. Así podremos conocer a la niña. Pero ya sabes que está como una cabra.

-Bueno... bueno, tómatelo con calma -susurró Mariana-. Piensa en lo feliz que se pondrá doña Lupe, con Adriana y la pequeña aquí.

-Uf... ni te cuento. Aún no sabemos si vendrá y ya me tiene loca buscando por internet cómo se hacen unas croquetas vegetarianas -rió al pensar en su abuela-.

Anoche mismo me dijo que quiere que salgamos a comprar cosas para Luna. Tuve que decirle que no llene la casa con cosas para un bebé que se va a ir. Cuando venga Adriana, ya veremos.

Con solo pensar en su familia, a Juliana se le alegraba el día. Su prima Adriana y ella se habían criado con sus abuelos. Sus padres habían muerto años atrás en un accidente de avión, y su familia eran ellas tres, y ahora la pequeña Luna.

En ese momento, Márquez, la comisaria jefe, les hizo una seña y los tres se pusieron alerta. Al parecer, el señor Vito Carvajal se marchaba. Para ellos eso significaba que el operativo podía acabar en pocos minutos. Pero no... el buen señor parecía no arrancar.

-¡Mierda, qué lento el abuelo! -exclamó Mariana-. Al final voy a tener que ir yo y meterlo en el coche para que todos podamos irnos a casa.

Juliana sonrió, pero la sonrisa se le heló al encontrarse con los ojos de Márquez. Esos ojos duros que ella conocía de verdad. Durante unos segundos se miraron, hasta que ella, incómoda, desvió la mirada.

-¿Quién dió el dato de que atentarían contra el abuelo? -preguntó Juliana, enfadada por lo que Márquez le había sugerido con la mirada.

-El Costras -respondió Mariana.

-Costras de la chingada -bufó Juliana.

-Tranquilas, inspectoras -susurró Sergio.

-Creo que esta vez se ha reído de todos nosotros -se quejó Juliana, a quien la liga con la pistola la traía por la calle de la amargura; incluso le había salido un sarpullido que le picaba horrorosamente.

Si yo no te tengo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora