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Era el séptimo día. Los tenía contados, minuto a minuto, segundo a segundo. Hacía exactamente una semana que algo andaba mal con él, en su casa, o cualquier lugar donde fuese.

Y lo más inquietante era que no sabía qué era.

A simple vista, su vida transcurría tan normal como de costumbre. Su relación con sus padres era buena, al igual que su desempeño escolar. Tenía una relación normal con sus compañeros de clase, ni demasiado buena ni demasiado mala, e incluso el interminable último año de escuela parecía ir según lo planeado. Gozaba de buena salud y una relativa normalidad en su día a día. Pero hacía una semana su cotidianeidad se había visto afectada. No sabía en qué, no sabía cómo ni por qué, pero sabía que algo no estaba nada bien.

Sentía una presencia. No estaba seguro de cómo explicarlo sin parecer que había perdido la cabeza, pero estaba seguro de que algo lo acechaba.

No sería correcto identificarlo como un fantasma. Claro que Josh nunca había tenido ninguna experiencia con ese tipo de cosas para usar como punto de comparación o referencia, pero simplemente sabía que éste no era el caso. Era diferente a cualquier cosa inusual que alguna vez hubiera sentido.

Eran cosas concretas las que despertaban su inquietud, y estaba casi seguro de que no era su imaginación. Más de una vez había volteado mientras caminaba porque sentía que alguien lo seguía de cerca. Más de una vez un escalofrío había recorrido su cuerpo al sentir la leve sensación de una respiración caliente en su nuca, casi imperceptible. Más de una vez le había parecido oír susurros a su alrededor, a un volumen tan bajo que hubiera pasado desapercibido para cualquiera. Pero no para Josh. Cada día que pasaba estaba más alerta, atento a cualquier movimiento extraño a su alrededor. La paranoia se había apoderado de él, y ahora hasta el más minimo cambio en la corriente de aire le parecía amenazador.

Incluso sus sueños se habían visto alterados por aquello. Una imagen repetitiva volvía una y otra vez a su mente mientras dormía, siempre, sin excepción: una silueta masculina, delgada, moviéndose a su alrededor sin motivo o razón aparente. Cada noche era lo mismo, y nunca lograba ver el rostro de aquel hombre. Invariablemente, despertaba cada madrugada con su respiración agitada y sudando, pese a que el sueño no tenía en absoluto las características de una pesadilla. Al principio no le prestó atención, pero luego de la sexta vez consecutiva que aquella imagen tomó posesión de su mente, comenzó a preocuparse.

Ni mientras dormía podía tener un descanso de la inusual sensación que lo atormentaba.

Pero la tensión había llegado a su punto máximo la noche anterior. Intentaba dormirse -cosa que, claramente, no le había sido nada fácil los últimos siete días considerando lo anterior- cuando juró sentir un pequeño, mínimo tirón en su cabello. Algo imposible de pasar por alto, demasiado evidente como para ignorarlo.

Se aterrorizó por completo. Volteó hacia todos lados, registró exhaustivamente cada rincón de su habitación. Nada. Ya comenzaba a hartarse de aquella presencia que condenaba su rutina a la alerta y la paranoia constantes, y más le inquietaba aún el hecho de que nunca había logrado ver nada.

Sus experiencias con aquello se reducían a lo sensitivo: roces, sonidos, simples sensaciones. Todo era tan superficial y efímero que fácilmente podría haber pasado como un simple producto de su imaginación, como un presentimiento sin relevancia. Pero lo de la noche anterior era inexcusable, no existía forma de que se hubiese imaginado algo que se sintió tan inexorablemente real.

Ahora hasta las cosas más cotidianas y rutinarias podían ser potenciales fuentes de terror. No sabía cuándo aquellas sensaciones volverían a hacerse presentes. Pensó seriamente en faltar a la escuela, pero rápidamente descartó la opción por dos motivos: no quería que sus notas bajaran estando tan cerca de graduarse y, además, faltar implicaría quedarse en su casa, y era precisamente allí donde podía sentir aquella presencia con mayor énfasis.

Así que esa mañana hizo lo de siempre: se levantó, se vistió y desayunó -intentando mantener la mayor calma posible pero sin renunciar a su estado de alerta a su entorno-, y finalmente salió camino a la escuela.

Era una mañana de viernes tranquila y soleada, y todo parecía ir bien. Hasta ahora no parecía haber señales de nada extraño persiguiéndolo, ni tampoco sentía la pesadez usual de su acompañante invisible. Josh por un momento realmente pensó que su calvario había terminado.

Pero no podía estar más equivocado.

—Josh.

El chico se detuvo en seco. Sin moverse, miró hacia todos lados, temiendo lo peor. Quizás había sido algún vecino saludándole o diciéndole los buenos días, aunque no pudo ver a nadie. Continuó su camino con cautela, sabiendo muy bien que las probabilidades de que aquello que acababa de pensar fuera cierto eran prácticamente nulas. Decidió ignorarlo.

Josh, se que me escuchas.

Esta vez no pudo dejarlo pasar. Claramente no provenía de ninguna persona en la calle, de hecho, ésta estaba totalmente desierta. Era una voz más bien inhumana, escalofriante, y el conocimiento de aquello hizo que se le helara la sangre. Sus piernas respondieron unos segundos después que su cerebro, pero cuando lo hicieron corrió lo más rápido que pudo, sin siquiera reparar a dónde estaba yendo.

No tengas miedo, Josh.

Adrenalina y miedo inundaron su sistema, incapaz de librarse de aquella voz que se oía tan malditamente cercana. Casi como si estuvieran susurrando en su oído. Sin darse cuenta a dónde sus piernas lo habían llevado se encontró nuevamente en su casa, cerrando fuertemente la puerta tras él y encontrándose con su madre, quien lo miró extrañanada desde la sala. Una afortunada casualidad, pensó Josh. Su madre solía estar ausente casi todo el día por cuestiones laborales, ya estaba acostumbrado a eso. Pero el hecho de que precisamente en ése momento hubiese alguien en la casa era un alivio para él.

—Josh, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en la escuela? —Inquirió la mujer, frunciendo el ceño con un tinte de sospecha en sus palabras.

—Creo que me siento un poco mal —Josh se esforzó por que no se notara la falta de aire en su voz, ni el pánico aún presente en sus ojos. —¿Puedo quedarme hoy, ma?

Laura lo pensó por unos momentos.

—Está bien, casi no tienes faltas este semestre —Se acercó a él, notando su agitación y el sudor en su frente. —Parece que tienes fiebre, ¿por qué no subes y duermes un poco más?

Josh asintió.

—Ah, cariño, casi se me olvida decirte —Exclamó, antes de que el chico comenzara a subir por las escaleras. —El fin de semana tu padre y yo iremos a una conferencia en Manhattan, ¿no tienes problema en quedarte un par de días solo, no? Es decir, lo hemos hecho antes.

Josh la miró por un breve instante. Sabía exactamente como eran estas situaciones. Trabajo, trabajo y más trabajo. En el caso de sus padres, parecía ocupar el único lugar primordial en sus vidas. Tenía en claro que su madre le hacía aquella pregunta de pura cortesía, que su respuesta no cambiaría lo que ya era una decisión tomada.

Asintió brevemente y continuó su camino escaleras arriba. Esperando que sea lo que sea que lo estaba atormentando lo asesinara antes del fin de semana.

personal demon; [tysh]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora