Bianca
Volví a ponerme mi camiseta sin mangas sin poder encontrar donde había arrojado mi corpiño de encaje negro.
Mis medias, ahora más rotas apenas alcanzaban para cubrir lo que las rozaduras habían hecho en mis rodillas. Marcos y su jodida alfombra de segunda mano.
―Tengo ensayo, enana. –dijo prendiendo su cinturón con prisa. ―Ya nos vemos otro día, te llamo o mejor te mando un mensaje.
Puse los ojos en blanco anticipando que serían semanas hasta que volviera a saber de él. Siempre era así, y odiaba que me importara.
―Puedo ir al ensayo. –sugerí con una sonrisa seductora, apoyando mis manos sobre las suyas para que no pudiera seguir vistiéndose. ―Hace mucho que no los escucho tocar.
Marcos dio unos pasos atrás y me sujetó por las muñecas con el ceño fruncido.
―Ya sabes que esto no es así. –sonrió de manera condescendiente y me acarició la mejilla con los nudillos. ―Lo de recién estuvo bien, pero no mezclemos las cosas ni lo hagamos difícil porque no tengo ganas de boludeces.
―Tampoco quiero mezclar las cosas. –contesté con el orgullo herido, y me mordí los labios por dentro. ―No te hagas ilusiones, para mí esto es solo sexo, Marcos.
―Entonces estamos hablando el mismo idioma. –se rio encogiéndose de hombros mientras me soltaba. ―Es un alivio, enana. Dale, vestite que me tengo que ir en cinco minutos, y ya no hago tiempo para ir a comprar. –agregó mirando el último cigarro que le quedaba.
Resoplé calzándome las zapatillas a las apuradas.
―No sé para qué vas a buscarme a la escuela si no tenés tiempo. –observé ofuscada. Ni siquiera lo había disfrutado. Como de costumbre, una vez que él había saciado sus ganas, tenía que irse. ―Y eso de enana, podés ahorrártelo. Medimos lo mismo, metro setenta. –lo empujé aprovechando que estaba mal parado y se cayó al colchón que tenía en el cuarto, golpeándose de paso con el amplificador de su guitarra.
―¡Perra! –se quejó y amenazó con pararse y devolverme el empujón, pero yo salí de ahí corriendo y sacándole la lengua.
Camino a casa, me vi en una vidriera y arreglé mi cabello alborotado como pude, metiéndome un chicle de menta en la boca.
Podía sentir el perfume de Marcos en mi ropa, el humo de los cigarrillos, y ese otro olor todo desparramado en mi rostro. Ese que dejan los besos desesperados. Ya saben qué olor. Olor a saliva. Nada agradable, pero real.
Tenía todo el aspecto de alguien que venía de estar revolcándose toda la tarde de manera salvaje con un criminal, como lo llamaba Amalia.
Ella no entendía.
Marcos no era como otros chicos que conocía.
Era maduro, y no solo porque tenía veinticinco años y ya no viviera con sus padres, si no porque me comprendía. Comprendía las cosas que sentía, lo que tenía en la cabeza... Comprendía mi bronca y se conectaba con partes de mí que solo gracias a él había conocido.
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1 - Perdón por las mariposas
Подростковая литератураBianca tiene una vida difícil, de la que ya está aburrida. Cree en el amor, y le gustan los chicos malos que no siempre la trataron tan bien. Thiago es un chico de buena familia, clase media-alta, que vive para jugar al fútbol. Dulce, considerado y...