Capítulo 5

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La mañana del sábado empezó de la peor manera

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La mañana del sábado empezó de la peor manera.

Los gritos del piso de abajo me despertaron de repente, y tras soltar todo tipo de maldiciones, hice un lado las mantas y me levanté.

Ni los días que no tenía escuela me dejaba dormir esta mujer...

Amalia estaba tendida en la entrada, buscando entre las cosas de su cartera la llave de la puerta. Había tirado todo su contenido al suelo, y se quejaba chillando que todo era un desorden, y nadie la ayudaba con la limpieza.

Puse los ojos en blanco y la ayudé a ponerse de pie, mostrándole la puerta abierta para que pasara y dejara de hacer ese espectáculo tan patético.

Tenía todo el maquillaje corrido, y olía a bar. Genial.

—Entra, dale. – le dije bostezando. —Ya recojo yo tus cosas.

—No puedo dejar todo acá. – me contestó, indignada. —¿Y si me roban?

—¿Quién va a querer robarse tu mierda? – me reí sin ganas.

—Ninguna mierda. – dijo señalándome el rostro. —Que con lo que gano del bar estamos viviendo. Porque no te creas que tu querido padre nos pasa un centavo, no, no. – negó dramáticamente con la cabeza. —Ese se olvidó de nosotras y ahora va a tener la familia que siempre quiso.

—Que no cuente conmigo para eso. – dije entre dientes, sujetándola con cuidado para que no se golpeara, pero no paraba de resistirse.

—¿Me lo prometes? – preguntó con la voz todavía tomada. —No quiero que te vayas con él y me dejes sola. Yo sé que soy ...lo peor. – sollozó. —Pero vos sos todo lo que tengo. Mi hija.

—No me voy a ir con él, Amalia. – le aseguré. —Y no te pongas tan sentimental, que es demasiado temprano para tanta lágrima. Entra a casa y vamos a dormir.

Sonrió con tristeza y justo cuando estaba por terminar de cruzar el umbral, jadeó poniéndose verde, y tras sujetarse con fuerza de uno de los arbustos, vomitó aparatosamente todo el alcohol que había consumido.

Obviamente, ese era el momento en que los vecinos eligieron para salir de la casa y mirarnos.


Los padres de Thiago estaban de punta en blanco, sonrientes, bromeando entre ellos, diciendo el magnífico día de campo que iban a tener.

Y nosotras ahí, tambaleándonos, mientras yo sostenía a Amalia del cabello, para que no se manchara. Ya tenía experiencia, pueden adivinar.

Al vernos se quedaron inmóviles.

La comprensión se leyó claramente en el rostro de él, eso y un profundo gesto de desprecio. Casi asco. No voy mentir, me dieron ganas de golpearlo.

Ella, en cambio, se llevó una mano a la boca y corrió hasta donde estábamos, para mi absoluta vergüenza.

—Por Dios, ¿qué le pasa a tu mamá? – quiso saber, inocente. —¿No se encuentra bien?

1 - Perdón por las mariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora