Había hecho el camino a casa dispuesta a dormirme ocho horas de siesta. Estaba destruida y la resaca ya estaba mostrando otros síntomas más molestos como dolor de estómago y agotamiento general. Ya estaba pensando en tomarme un analgésico y recostarme, cuando llegué a mi puerta y lo vi.
Marcos, sentado en los escaleras de entrada, esperándome con una sonrisa encantadora como si nada.
—¿Qué haces acá? – pregunté sin dar vueltas, con tantas ganas de vomitar al ver su cara, que podría haberlo hecho. En serio, denme diez minutos y era muy posible...
—Hablemos un poco, no seas así. – dijo poniéndose de pie, y acercándose a donde estaba. Lo conocía. Esta actitud de gallito era la que siempre terminaba por doblegar mi voluntad ...antes.
—Creo que te dije el otro día que no quería hablar. – contesté y me miró confundido para después reírse. Tenía los ojos raros... Algo se había tomado, no había dudas. Su aliento tan cerca de mi rostro era inquietante. Había algo en su modo de actuar que me hacía poner nerviosa... Cuando estaba así, era difícil saber cómo iba a comportarse.
—¿Bianca? – preguntó Thiago, que claro, había venido caminando más despacio, siguiéndome sin que yo lo notara. Mierda. Era la última persona que quería que estuviera aquí ahora.
—Todo bien, anda a tu casa. – le dije, rogando que me hiciera caso. No quería meterlo en problemas, ni que llamara la atención del enfermo de mi ex.
Él, se quedó mirándome confundido por un segundo, y después sus ojos fueron de Marcos y otra vez a mí. Su gesto dolido me estaba dando a entender que estaba creyéndose algo que no era, y por más ganas que tuviera de aclarárselo, ahora no era el momento. Primero necesitaba quitarme a Marcos de encima. Literalmente, porque lo tenía tan cerca que podía oler su perfume mezcla de cigarrillos y... él.
—¿Este es el nabo con el que estabas en la fiesta? – dijo mi ex, riéndose. —Pero si es un muñequito de torta. ¿Cómo me podes dejar por este pendejo de secundaria?
—Te dejé porque te cogías a mi amiga, Marcos. – respondí entre dientes, poniendo distancia entre nosotros con las manos. —Crecé de una vez.
—O sea que no estás con este chetito... – dijo señalando a mi vecino, que nos miraba con el ceño fruncido. Oh, no. Que no le siguiera el juego. ¿Qué hacía que no se metía en su casa?
—¿Y por qué tengo que contestarte eso? – pregunté molesta. —Nosotros no somos nada. – agregué contundente, para que dejara de mirar a Thiago y me mirara a mí.
—Eso puede cambiar... – insinuó rozándome la mejilla. —Sabes que tu amiga hace rato que me busca y yo no le doy bola... Le dije que quería volver con vos.
—Me da lo mismo lo que vos quieras, Marcos. Con vos es siempre lo mismo y estoy cansada de que me boludees. – expliqué.
—Si, yo sé que tuvimos problemas y que nunca supe cómo estar bien con vos, pero voy a cambiar. – dijo y me alarmó ver que estaba casi rogándome.
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1 - Perdón por las mariposas
Novela JuvenilBianca tiene una vida difícil, de la que ya está aburrida. Cree en el amor, y le gustan los chicos malos que no siempre la trataron tan bien. Thiago es un chico de buena familia, clase media-alta, que vive para jugar al fútbol. Dulce, considerado y...