Capítulo 52

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Thiago

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Thiago

Días después todos parecían estar molestos conmigo.

Había tenido que soportar una llamada de mi madre que a los gritos, me había regañado por haberme perdido el partido, con la voz de fondo de mi padre que tampoco sonaba muy feliz.

El entrenador estaba decepcionado, y me había dado un sermón reprochándome el tiempo que había dedicado en mí para que yo lo dejara pasar así. Pero me había cansado de explicarles a todos que no había tenido otra opción.

Había sido un caso de vida o muerte, y no me arrepentía ni un poco de haber ido con Bianca, porque de no haberlo hecho, podría haber sido terrible.

Todavía me estremecía al imaginarme lo que pudo pasarle aquella noche en el estado en el que estaba. Más tranquila y sobria me había contado sobre el nacimiento de su pequeño hermano y el impacto que había tenido en su vida. Y no tenía que haber sido fácil, para nada...

No iba a juzgarla, cada uno lidiaba con sus problemas como podía, pero de una cosa estaba seguro, y es que siempre que me necesitara, ahí estaría para ella.

Lo que me preocupaba ahora es que habían pasado semanas, y Bianca estaba rarísima. Bueno, rara ya era un poco de por sí, pero estaba rara conmigo y eso comenzaba a alarmarme.

Sabía que se sentía culpable por lo del partido, aun cuando yo le había jurado mil veces que no estaba ni molesto, ni me lamentaba por un segundo, porque había sido la mejor elección que podría haber hecho.

Estaba enamorado de ella, y como no le gustaba que se lo dijera, tocaba callármelo, pero para mí era razón más que suficiente para lo que había hecho.

También lo notaba con otras cosas.

Estaba más cariñosa que de costumbre... Había dejado de fumar en su habitación cuando estábamos por irnos a dormir y ponía siempre la música que a mí me gustaba, como si quisiera compensarme por algo. Y no se quedaba ahí, no.

Quería compensarme de todas las maneras posibles... hasta en la cama. Y no me estaba quejando, no.

Pero tampoco quería que se sintiera en deuda conmigo, y trataba de corresponderla siempre que podía, como esa mañana; con mi cabeza entre sus muslos y haciendo que se corriera por segunda vez, mientras se mordía los labios y despegaba la espalda de la cama, retorciéndose de gusto.

Habíamos madrugado y ahora en su ducha, nos abrazábamos bajo el chorro de agua caliente, mirándonos mientras nos dábamos algún que otro beso perezoso. Me encantaba despertarme con ella, y echaría muchísimo de menos eso el año siguiente.

Pasé mis manos por su cabello para hacérselo hacia atrás y volví a besarla pensando en que la quería. Era una tortura no poder decírselo en voz alta, pero en mi mente, se lo decía a cada rato.

1 - Perdón por las mariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora