Capítulo 26

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Bianca

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Bianca

Algunos fines de semana después, por fin le habían sacado el castigo a Thiago y el entrenador le había prometido que lo pondría como titular aunque fuera unos minutos. Estaba emocionado, así que supuse que aunque odiara el deporte y prefería estar haciendo cualquier otra cosa antes que estar en la escuela un domingo, podía hacer el esfuerzo por ir a verlo otra vez.

Era un partido importante, tenía entendido, porque se jugaba con un colegio que era un clásico rival y se esperaba mucho del equipo... así que hice el esfuerzo extra y llevé puesta una camiseta con los colores para estar en la tribuna. Y era un montón, porque por nadie hubiera hecho semejante payasada. Bastante mal me caía el resto de los jugadores o del alumnado, ya que estábamos, como para hacerme la porrista.

Y hablando de porristas, el grupo de Juani me había visto llegar entre la gente y ya estaban comentando con miradas envenenadas hacia donde yo estaba sentada.

Puse los ojos en blanco y volví a mirar a la cancha, ignorándolas.

Desde hacía semanas que me daba lo mismo lo que pudieran pensar o decir de mí, de todas maneras iban a hablar.

Seguí mirando a los concurrentes hasta que di con caras conocidas.

Mierda.

Entre los familiares de los jugadores, el matrimonio Balcarce, miraba todo desde la platea. Nacha, sonriente como siempre, ilusionada por ver salir a su hijo, estaba impecable. Elegante con su peinado de peluquería, vestido de domingo y hasta tacones. Reprimí una risa porque seguramente estaba acostumbrada a las canchas de su Club, o a las del antiguo colegio de su hijo, y no a la mugre que teníamos nosotros. Solo un espacio lleno de tierra con arcos y algunas gradas.

Oscar, su padre, miraba todo con atención y con ese ceño fruncido tan característico suyo, que siempre me había hecho sentir juzgada.

Me moví incomoda y estiré el largo de las perneras de mi short demasiado corto. Odiaba que me hicieran sentir así, pero es que ese señor miraba con un asco, que intimidaba.

Eso, y el hecho de que se suponía que yo ya no me veía con su hijito, así que no tenía nada que hacer en esta tribuna.

Si Thiago hacía algún gol, sabía que lo primero que haría sería mirar a donde estaba y hacerme la seña esa con su fleco para dedicármelo, era ya una tradición, y sus padres se darían cuenta de todo.

Me senté desanimada y esperé a que esto comenzara de una vez.

El partido estaba cero a cero, y era una de las cosas más aburridas que me había tocado ver.

Mi vecino estaba sentado en el banco de suplentes, y desde allí gritaba a sus compañeros para que se pasaran la pelota o vaya a saber qué les gritaba, porque no se escuchaba desde donde estaba, y tampoco entendía nada del juego. Parecía frustrado como el resto de la gente, y no fue hasta que quedaban quince minutos del segundo tiempo, que el entrenador, tras maldecir por todo lo alto, suspiró y lo hizo entrar a regañadientes.

1 - Perdón por las mariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora