Capítulo 31

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Bianca

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Bianca


Y acá estaba otra vez, en la oficina de la vieja Garibaldi. Mierda.

Puse los ojos en blanco cuando por fin me dejó marchar tras regañarme por mi terrible comportamiento, amenazándome una vez más de echarme del colegio si seguía así. Lo ofensivo que había sido que me hubieran vuelto a descubrir fumando en horas de clase... y no precisamente tabaco.

Estaban siendo unos días muy intensos ¿ok?

Samuel medio se había mudado con nosotras y no paraba de hablar de su próximo gran emprendimiento mientras la boba de Amalia lo miraba con devoción. Como si fuera el hombre más brillante que había conocido, y no el baboso aprovechado, que no hacía más que mirarme las piernas cada vez que podía cuando nos cruzábamos en algún rincón de la casa cuando ella se distraía.

Asco de tipo.

Y si todo eso no fuera suficientemente espantoso, estaba lo de Thiago.

Hacía días que lo había echado de mi habitación, y por lo tanto días de que lo habíamos dejado. Tenía una sensación desagradable en todo el cuerpo, y cada vez que me acordaba de cómo me había mirado, quería encerrarme en mi habitación y no salir por una buena temporada.

Por esas cosas es que no me ponía de novia, mierda.

Odiaba admitirlo, pero echaba de menos su sonrisa, su aparatosa manera de querer gustarme y cada uno de sus besos, desde que nos habíamos conocido.

Se seguía sentando a mi lado en la sala, así que no se imaginan lo difícil que era esquivar sus miradas lastimeras, o sentir su perfume en el aire cuando quería olvidarme de todo el asunto y seguir adelante.

Por eso es que creo que les resultará lógico que haya querido distraerme un poco de la tortura y me haya ido un ratito a la terraza a encenderme un cigarrito... No estaba lastimando a nadie, después de todo, y tampoco era una adicta.

Solía fumarme alguno en las fiestas, pero sinceramente en ese instante lo había hecho para dejar de sentirme una mierda por unos minutos. Para que esa sensación de haberla cagado con él no me abrumara y me dejara como siempre, boqueando por aire.

Como un pez fuera del agua.

Lo veía triste, decaído, despeinado... y lejos de darme lástima, mierda, me ponía muchísimo. Estaba tan guapo, que dolía verlo.

Había descuidado un poco su aspecto, ya no iba de punta en blanco con las camisas planchadas y abotonadas, o esos zapatos que desentonaban tanto con el resto de los alumnos que asistían a la escuela normal 32. Ahora con suerte unas zapatillas, siempre las mismas, alguna camiseta y pantalones de deporte. Unos grises que me quemaban la cabeza...

Y el resto de mis compañeras también lo habían notado. Juani al verlo solo de nuevo, lo acechaba como un halcón desesperado, lista para saltarle al cuello a la menor oportunidad. Porque además de estar bueno, volvía a ser el centro de las miradas y esta vez, yo no podía decir nada de nada.

1 - Perdón por las mariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora