Capítulo 38

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Bianca me miró sorprendida mientras entraba por su ventana

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Bianca me miró sorprendida mientras entraba por su ventana. Estaba estirada sobre su cama con el cabello mojado, recién salida de la ducha, con una remera de una banda que no conocía, y con un paquete de papitas en el regazo.

Levantó la mirada del celular y me sonrió. Eso solo, ya había valido la pena la posible bronca que estarían teniendo mis padres por haberme ido.

—Me tuve que ir de mi casa, peleas. – señalé mi ventana en donde se escuchaban desde lejos algunos gritos todavía.

La chica asintió y me ofreció de su paquete, limpiándose las manos en el pecho, mientras se sentaba más derecha.

—Te hicieron problema porque estabas conmigo. – dijo y no era una pregunta.

—Sí, pero eso no importa. – hice un gesto para quitarle importancia. —Necesitaba irme, me sacaron el tema de Lucía, no podía quedarme.

—Me estoy convirtiendo en la manera que tenés de castigar a tus viejos cada vez que hacen o dicen algo que no te gusta. – comentó, otra vez atenta al celular. —Voy a terminar pensando que te gusta estar conmigo nomas para hacer enojar a Oscar.

—Eso no es así... – empecé a decir, pero ella me interrumpió metiéndome una papita en la boca.

—Está bien, qué sé yo. – se encogió de hombros. —Mejor que volviste, me estaba aburriendo.

—¿Ya me extrañabas? – pregunté, guiñando un ojo y ganándome una lluvia de papitas en mi cabeza cuando me tiró todo el paquete.

—Me extrañabas vos a mí, que tuviste que venir a verme otra vez cuando recién te ibas. – se burló, pero sonriendo y yo no pude hacer otra cosa que sonreír también.

Porque no se lo diría, pero era cierto y más allá de la pelea con mis padres, ya la extrañaba. Me acerqué a ella y le robé un beso lento y cariñoso, que a pesar de la sal de las papas, se sintió la cosa más dulce en sus labios.

—¿Podré darme una ducha? – pregunté sin dejar de besarla.

—Sí. – respondió, devolviendo mis besos. —Ya te doy toallas.

Lo primero que me pasó, fue que al salir del baño, casi desnudo y con la toalla amarrada a la cadera, me encontré de frente con Amalia, la mamá de mi vecina, que al verme se pegó un susto de muerte.

—Uy, perdón. – mascullé, queriendo encontrar algo para taparme.

—No te hagas problema. – dijo ella mirando el techo, para no mirarme a mí. —Por favor decile a mi hija que la próxima vez me avise que tiene visitas. Aunque sea con un mensaje... – siguió diciendo abochornada y yo asentí, salpicando con mi cabello todo su piso.

—¿Y perderme semejante escena? – se burló Bianca, asomándose por la puerta de su habitación. —Por primera vez no soy yo la que se encuentra con alguno de tus chongos en pelotas por los pasillos...

1 - Perdón por las mariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora