CAPÍTULO 23

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Kagome la veía con horror, haciendo un esfuerzo para procesar aquellas espantosas palabras. Las lágrimas que afloraron fueron deslizándose una tras otra por sus mejillas. No podía ser cierto, pero ella misma lo había admitido. ¡Kagura asesinó a su amada abuela!... Ella le arrebató a la persona que más quería en el mundo, su única familia... Era una verdad abominable, sentía que se quedaba sin aire... y que el corazón se le detenía, no podía soportar tanta rabia, dolor... tanta crueldad.

De estar libre, sin dudar se habría abalanzado sobre esa maldita hiena, matándola con sus propias manos. Jamás la perdonaría, ¡Nunca!.

Kagura reía burlonamente ante la mirada de odio de Kagome, cuando un sonido en el exterior llamó su atención, se acercó sigilosamente a la ventana para ver de qué se trataba. A pesar de que ya anochecía, la pobre luminaria del exterior le permitió distinguir a Naraku, que cerraba la puerta de su vehículo y caminaba en dirección a la cabaña. Sonrió maléficamente. "Ahora me las vas a pagar desgraciado", pensó, alejándose de allí. Corrió hacia una puerta que daba a una minúscula habitación que servía de closet. Dejó la puerta entreabierta para no perder detalle de lo que acontecía en la recámara. Si el hombre le quitaba la mordaza, Kagome seguramente le diría que ella se encontraba allí.

Escuchó que la puerta principal se abría y cerraba de inmediato. Lo vio acercarse a la cama, preparándose silenciosamente para lo que ocurriría.

- ¡Vaya! Pero que lamentable – exclamó el hombre de pie junto a la cama – ¿Mi pequeña fierecilla lo está pasando mal? – se burló inclinándose para secar las lágrimas que aún caían por las pálidas mejillas.

Kagome giró la cabeza evitando el asqueroso contacto de las manos de ese infeliz. Miró de reojo en dirección al lugar donde se ocultaba Kagura. Decidió no revelar su presencia a Naraku. No sabía en concreto qué propósitos escondía esa mujer, pero de querer matarla, lo habría hecho en cuanto la encontró. Por lo que su objetivo no podría ser otro más que el mismo Naraku.

Por el momento eso jugaba en su favor, ya que si Kagura tenía planeado acabar con ese maldito, ella no correría peligro. Sin embargo, después de la atrocidad que acababa de revelarle y el ser testigo de lo que haría con el hombre, también le significaba una inequívoca sentencia a muerte.

- Deberías aceptar lo inevitable – manifestó desanudando su corbata, tirando de ella para dejarla caer al suelo, se quitó la chaqueta lanzándola a la misma dirección. Fue desabrochando uno a uno los botones de su camisa, dejando su pecho al descubierto – Esta noche te haré mía – anunció sonriendo con perversión. Kagome giró la cabeza para verlo con una mirada cargada de aborrecimiento.

Naraku desamarró las sogas que sostenían los tobillos, una vez liberados Kagome pataleó furiosamente, pero él fue más rápido, atrapó sus piernas apretándolas con excesiva fuerza.

- No vuelvas a hacerlo fierecilla – advirtió serio. Subiendo a la cama para sentarse sobre los muslos de la chica inmovilizándola – De lo contrario tendré que ponerme un poco rudo, y ambos sabemos lo doloroso que puede resultar – añadió acariciándole el moretón en la mejilla, siguiendo hacia el hinchado pómulo y finalmente rozó diminuto corte en su labio inferior. Kagome sostuvo su mirada con una expresión colérica.

Asió la blusa abriéndola con violencia, despedazando los botones a su paso, amplió la sonrisa al fijar la vista en los turgentes pechos cubiertos apenas por un fino brasier de encaje blanco. Kagome se sacudió ansiando zafarse inútilmente del hombre que estaba sobre ella.

Levantó la mano derecha y acarició la nívea piel con los dedos, índice y medio, recorriendo por sobre el encaje, los senos que atrajeron su completa atención, debido al hipnotizante vaivén causado por la agitada respiración de la chica.

Nisshoku no kokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora