🧠 Culpa 🧠

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Es culpa mía si las cosas me hieren con más fuerza que a otros

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México volvía a dormir entre los brazos de Rusia, este la abrazaba con cariño con una sonrisa sumido en un profundo sueño. España los observaba, estaba parado debajo del marco de la puerta. No quería perder a otro de sus hijos y no iba a dejar que fuera por culpa de un corazón roto. Miraba al ruso con detenimiento mientras un relámpago sonaba fuera de El Refugio. La lluvia caía con fuerza y Alemania había salido a buscar a Argentina hace un buen rato. El español dudaba que alguno de los dos fuera a regresar.

«Es raro que Nueva España no haya golpeado a-» escucho un quejido de dolor por parte de Rusia, quien retiró sus brazos del abrazo con México para posicionarlos en su entrepierna. «Esa es mi niña»

México había pateado con fuerza al ruso. España recordaba muy bien que cuando la mexicana aún era su colonia iba a dormir a su cama en las noches lluviosas. Recuerda cómo lo pateaba y golpeaba mientras dormía y, claramente, aquella costumbre no había desaparecido. Sin embargo, notaba algo diferente en los golpes que le proporcionaba su hija al euroasiatico. Los notaba... Débiles, cómo si no estuviera durmiendo bien.

¿Papá? —vio a México incorporarse sobre la cama—. ¿Qué haces aquí, jefe?

—Vuelve a dormir, Nueva España. Es muy tarde para que estés despierta —le susurró para no despertar a Rusia—. Por cierto, pídele perdón cuando se despierte.

—¿Por qué?

—Por dejarlo estéril —ambos rieron por el chiste de España. Las mejillas de México estaban rojas, pero la oscuridad de la noche logró ocultar eso—. En serio, tienes que dormir, tía.

—Jefe —el contrario asintió escuchandola—. ¿Argentina volvió o fue un sueño?

El otro sólo sonrió triste. Se sentó sobre la cama a su lado y observó como la otra doblaba las piernas para abrazarlas con sus brazos. Buscó su mirada entre la oscuridad.

Nueva España, Argentina se fue, tenemos que aceptar eso por más que nos duela —la otra agachó la mirada—. No me gustaría que te sientas impotente, no es tu culpa. Alemania y Chile fueron los causantes de su dolor y sé que vos hiciste lo que pudiste por apoyarlo —posicionó su mano en el hombro de su hija menor para apretarlo ligeramente mostrando apoyo—. Tienes que descansar, pequeña princesa Azteca.

La mexicana soltó una leve y tímida risa. Sonrió y sintió cómo su padre retiraba su mano de su hombro. Se recostó de nuevo sobre la cama entre los brazos de su amado ruso. España los arropo a ambos y, por más que le molestara que durmieran así, ya había aceptado el amor que Rusia le tenía a su hija. Beso la frente de la mexicana como muestra de cariño.

Te quiero, papá. No quisiera perderte a ti también.

—Tranquila, Nueva España, jamás me apartare de tu lado sin intentar protegerte antes —le dijo acomodando uno de los mechones de México detrás de su oreja.

Cómo chingas, es México, no Nueva España.

(...)

Alemania volvía a El Refugio la mañana del día siguiente. No habían rastros del argentino. Podía estar muerto o a kilómetros de su actual ubicación. Aquello lo preocupaba demasiado, había perdido a su pareja y a su hijo o hija. Sentía la culpa cómo una estaca atravesando su corazón. Tal vez si lo hubiera escuchado o hubiese tomado en serio todo lo que le comentaba sobre sus sentimientos su novio seguiría ahí. Pero se había ido.

Арocalipsis [RusMex] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora