Porque todo lo bueno comienza con un poco de miedo.
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México tenía ya dos meses de embarazo. Hace tan sólo cuestión de una semana que se había dado cuenta de ello. Las náuseas matutinas eran pan de cada día. Rusia no se despegaba de su esposa ni para ir al baño, la esperaba afuera. El resto del grupo ya se había enterado, y necesitaban centrar toda su atención en la mexicana y en los hijos de Argentina y Chile.
La norteamericana se encontraba sentada en una silla con el rostro algo pálido por los mareos. Odiaba sentirse así, prefería quedarse tranquila en cama todo el día sin hacer nada y sin tener que soportar esos mareos. Sin embargo, tanto ella como Rusia querían al pequeño que crecía dentro de ella, así que aguantaría por todos.
—Привет (Hola) —vio a su esposo arrastrar una silla a su lado—. ¿Cómo están mis dos personas favoritas?
—Estamos bien, Rusky. Es sólo que...
—¿Te sientes bien? ¿Tienes antojos? ¿Sueño? Puedo llevarte a dormir si quieres.
—No, Rusia...
—¿Llamo a Chile? Dejame sentir sus pataditas —el de Ushanka puso una mano sobre el pequeño vientre de su esposa—. No siento nada.
—¡Rusia! —el contrario se calmo para dejarla hablar—. Es muy pequeño todavía, no puede patear. Y estoy bien, sólo estoy algo mareada.
—¿M-Mareada? —el eslavo comenzó a ponerse pálido—. Esta bien, Мексика. No entres en pánico, puedo acompañarte al baño si gustas.
—Si, creo que eso sería buena idea.
Rusia y México caminaron juntos al baño de mujeres. El eslavo se quedó fuera esperando a que saliera su esposa. Parecía un guardaespalda. Movía su pie arriba y abajo inquieto esperando a la latina. Gracias al eco de los baños pudo escuchar sus arcadas y el vómito cayendo al inodoro. Abrió por completo sus ojos azules y entró con prisas al baño importandole poco que fuera el de mujeres. Encontró a México con la cabeza pegada al inodoro expulsando el desayuno.
—Мексика! (¡México!) —comenzó a ponerse nervioso—. Нет, нет, нет! (¡No, no, no!)
—Rusia, tranquilo —el sovietico se quedó estático donde estaba acatando la orden de su esposa—. Son sólo náuseas matutinas, no te preocupes tanto, mi amor. Estoy... Digo, estamos bien.
Luego de deshacerse del vómito, fue a los lavabos a enjuagarse la boca. Rusia caminó cabizbajo hasta ella. En cuanto lo vio, la mexicana se acercó a abrazarlo. Le dio varios besos en su rostro y le preguntó con una sonrisa tierna.
—¿Qué tienes, cariño?
—Nada, es solo que tengo miedo de que algo les pase a ustedes dos, es todo —dijo con cierta preocupación en su mirar.
—Vamos a estar bien, Rusky. Estos son sólo síntomas que no nos van a afectar, ¿si? Pero cálmate, es un proceso —lo abrazó con más fuerza—. Serás un padre increíble.
—Y tú la mejor madre.
Continuaron abrazados dándose mimos y demostrandose el amor que se tenían.
—Rusky, ¿qué pasa si sale tamaño tu?
—¿Tamaño yo?
—Si, si sale demasiado grande para mí.
Hubo un silencio indefinido. Ambos palidecieron un poco y Rusia comenzó a pensar en ello analíticamente. Sujeto a su esposa de los hombros y se aseguró de que ambas miradas se encontrarán.
—Estamos jodidos.
(...)
Luego de asegurarse por décimo segunda vez de que México estuviera durmiendo bien, Rusia comenzaba a preguntarse si realmente sería un buen padre. En medio de esas preguntas existenciales, pudo observar de lejos a sus sobrinos. Se levantó de la cama y se acercó a ellos.
—Weon, ya suelta eso, por la chucha —Kaysa intentaba quitarle un juguete a Karl por la fuerza.
—Nein. Es mío, pelotuda.
—Niños, dejen de pelearse por eso —se agachó hasta la altura de los pequeños.
—¡Rusia! —gritaron ambos al unísono con una sonrisa en sus caritas.
Ambos se lanzaron sobre él intentando derribarlo. Le quitaron su Ushanka y Karl la terminó usando. Los tres rieron cuando él ruso terminó por caer al suelo de espaldas. Rusia había estado conviviendo mucho con los niños para estar preparado cuando su hijo naciera.
—Oye, Rusia. Si México y tú querían mucho a su bebé, ¿por qué México se lo comió? —preguntó el pequeño niño.
—Porque...
—No seas tonto, Karl. México no se lo comió. Está creciendo en su panza.
—¿Eso quiere decir que va a explotar?
—¡Si! ¡Va a explotar!
Que imaginación tenían los niños. Rusia palidecio de sólo pensar en el momento en el que México daría a luz. Los niños comenzaron a reír de su reacción. Comenzaron a hablar de lo mucho que le crecería la barriga a México y como iba a “explotar”. Rusia se ponía nervioso cada vez que los pequeños hablaban del día en que nacería su hijo.
—¡Yo quiero que sea niña!
—¡Qué sea niño!
—¡No!
—¡Si!
Y volvieron a pelearse. Tenían el carácter de Argentina y Chile. Rusia los tranquilizó y separó antes de que comenzarán a golpearse. Los pequeños de un añito habían sido educados para aprender a hablar y caminar a una temprana edad, más que nada por si había peligro, que gritaran por ayuda y corrieran lejos del desastre.
—Rusia...
Todos guardaron silencio al ver a México de pie detrás del marco de la puerta. Apenas llevaba dos meses y tenía una barriga que parecía de tres. Ella aseguraba que era por culpa del ruso y su estatura.
—¿Qué pasa, amor?
—Iré con Chile a buscar algo de comer. Tengo ganas de acabarme la estantería de Maruchans.
—Está bien, Мексика. Ten cuidado.
La mexicana se acercó a su esposo para besar sus labios. Los niños hicieron una mueca de asco. Ambos amantes se separaron y el ruso volvió a quedarse sólo junto a los niños.
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Арocalipsis [RusMex]
Romance» Actualizaciones: Miércoles y Jueves « Cuando un experimento falla y sale de control, Estados Unidos pone en peligro al mundo entero. Aquellas criaturas con piel verdosa escapan del laboratorio contagiando a todo ser viviente a su paso. Es tarde pa...