–12–Preparé una salida, estaría fuera durante todo el día. No quería estar en casa. No quería verle el rostro a Donna. Sentía asco. Era como si en mi cabeza aún estuvieran sonando sus gemidos agudos de anoche.
Y yo no sabía porqué estaba convirtiéndome en alguien tan sombrío.
Así que temprano, mucho antes de que ella se levantara, tomé mi mochila de la escuela, la vacié de mis útiles escolares y la llené de ocho manzanas, dos botellas de agua y un paquete de galletas. Frank aún dormía abrazado a mi almohada, parecía haber descansado lo suficiente. Deseé ser como él.No pude dormir nada.
Lo desperté moviéndolo suavemente del hombro, vi como hizo una mueca, arrugó la puntita de su nariz y frunció su entrecejo. Sonreí.
“Frank, vamos...”
Después de quince minutos, ya estábamos saliendo a toda prisa de la casa. Cerrando suavemente la puerta para no despertar a Donna y que no me viera salir.
No tenía nada planeado, no sabía a qué lugares podría ir, no tenía muchos amigos a los que visitar y no me sentía totalmente seguro en algún lugar. Así que solamente tomé de la mano de Frank mientras caminábamos de forma rápida por la calle, ni siquiera amanecía del todo.
Él estaba asombrado por la cantidad de casas en el vecindario, por todos los buzones rojos y las flores en los jardines. Sonreía cuando veía a las aves cantar sobre los cables del tendido eléctrico, o de como el cielo pasaba de estar azul a un violeta claro. Por un momento me perdí en su despreocupación. En como podía ver la belleza en las pocas cosas que pasaban a nuestro al rededor. Me perdí en la forma en la que apretaba sus dedos contra los míos cuando algo llamaba efusivamente su atención.
Tuve ganas de llorar.
Sotuve con fuerza la correa de mi mochila mientras esperábamos un autobús en la parada, tenía el dinero del boleto en mi mano y estaba seguro de que para las demás personas, yo viajaba sólo.
Esperé a que no estuviera lleno. Aunque nadie viajaba un sábado de madrugada hacia algún lado. A menos que estuvieras escapando de tu casa.
Cuando el autobús llegó, me preparé mentalmente para no lucir tan afectado. De todas formas sostuve la mano de Frank, como si realmente estuviera allí. El transporte abrió sus puertas y el conductor apenas giró a verme. Subí y le di el dinero, me dio el pequeño ticket. Sólo veía hacia el frente, como si hiciera esto de forma automática.
Los dedos de Frank se apretaron contra los míos.
Yo estaba dirigiéndome al interior del autobús, me gustaba la comodidad de los asientos traseros, no estaban tan desgastados.
Frank y yo estábamos a punto de sentarnos cuando escuché a la voz ronca del conductor, decir:
“¿Y tu amigo no va a pagar el pasaje?”
Sentí como si mi corazón estuviera dentro de mi boca, seguramente comenzaría a desangrarme o a dejar de respirar. Miré a Frank alarmado, con mis ojos cristalinos y realmente abiertos. Él estaba sentado, mirando hacia afuera.
Parecía tan despreocupado que quise golpearlo.
Luego, aún parado en medio del pasillo de ese autobús vacío y con el corazón en mi garganta, caminé casi tambaleándome hasta el conductor, me veía a través de sus lentes negros de sol, no sabía qué decir.
¿A caso...?
“¿Q-qué dijo?”
Pregunté, viendo a Frank allá sentado. Me miraba con una pequeña sonrisa en sus labios.
Sonreí.
Aunque tenía ganas de llorar.
“Dije que él debe pagar su boleto, ¿viene contigo?”
Con una de mis manos, temblorosa, busqué el dólar en mi bolsillo y se lo di, el conductor me dio el ticket y volví al fondo, me dolía todo.
¿Cómo...?
Miré el ticket y luego a Frank, él veía como las casas, sus jardines y los buzones rojos pasaban por la ventanilla como si se trataran de una fotografía en movimiento.
(Entonces cubrí mi rostro y lloré.)