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Con el paso de los días, me di cuenta de cuán oscuro estaba volviéndome. Ni siquiera quería oír o ver a Mikey o a Ray, ellos estaban más que preocupados por mí. Me seguían en la cafetería y terminaban por llenarme de las típicas respuestas que requieren una respuesta automática y muchas veces falsa.Era el típico “¿estás bien?” y luego el “estoy bien” de mi parte, aunque no era así en lo absoluto.
No podía dormir, no podía ver a Frank sin sentirme un enfermo, no podía caminar por los pasillos de la escuela sin sentir que posiblemente Bob o Jepha estarían detrás de mí, haciéndome jurar que no diría nada de lo que había visto hacía más de un mes.
Donna y yo teníamos la misma relación fría de siempre, esa en donde ella dejaba dinero sobre la mesa de la cocina para que yo me asegure de comprar los víveres y alimentarme bien. Esto último no ocurría muy a menudo, solamente me preocupaba por alimentar a Frank, yo solamente me conformaba con una manzana por día o una taza de café cargado.
Y obviamente, Ray y Mikey estaban detrás de mí por esa razón. El lunes, cuando me vieron no pudieron disimular la sorpresa.
“Te ves como la mierda, viejo.”
Dijo Michael, mirando de cerca mis ojeras y mi rostro pálido, ahora me sentía más débil que nunca. Sólo me reí para disimular que eso me había dolido, yo en verdad esperaba que ellos notaran que estaba más flaco que hace una semana. Mi risa no paró hasta que ambos estaban viéndome seriamente, como si hubiera algo malo en mí.
“Dime, Gerard, ¿estás usando drogas?”
Ese era Ray, yo estaba tentado en responderle que sí. Aunque no era cierto. Por alguna razón, recordé las pastillas de dormir que Donna tiene en un mueble cerca de su cama, pero Ray moviendo mi hombro hizo que volviera abruptamente a la conversación.
“No, ¿cómo crees?”
“Pareces narcoléptico.”
Ni siquiera sabía lo que eso era, así que Ray y Mikey hicieron lo que acostumbraban a hacer cuando veían que mi charola del almuerzo estaba vacía. Comenzaron a dividir sus porciones de comida y dejarlas en mi plato, mi rostro enrojeció y quise decirles que no era necesario, que yo estaba bien, que no tenía hambre. Pero en lugar de eso, miré a la comida con asco y escuché la conversación que tenían Ray y Michael, hablaban de algo que yo no entendía y no podía opinar, jugué con el tenedor plástico sobre la ensalada de papas y me pregunté cuántas calorías podría haber en un solo bocado.
Mi estómago rugió y quise creer que ellos no lo habían escuchado, levanté mi vista hasta ellos y no era así, así que continué revolviendo el plato, esperando a que el timbre tocara y así librarme de mis amigos.
“Gerard, te estoy viendo, deberías comer.”
Ray parecía ser el más maduro de los tres, incluso con sus charlas sobre videojuegos él en verdad se preocupaba por mí. Y yo, simplemente lo que hacía era decepcionarlo. Habían tantas cosas que ellos dos no sabían de mí, como la muerte de mi padre, el hecho de que Donna nunca está en la casa, el hecho de que Frank apareciera un día y estoy protegiéndolo y ocultándolo, o, que hace un mes fui testigo de cómo Bob Bryar penetraba la caja torácica de Bert con una navaja suiza.
Sin darme cuenta, el timbre sonó y Ray y Mikey estaban de pie, mirándome serios. Quise evitar esa mirada, pero no pude, tal vez ellos no conocían este lado de mí y por esa razón estaban actuando de ese modo. Les sonreí, como intentando decir “estoy bien, en serio”, cuando en realidad, era un gran “no estoy bien, lo prometo”, ambos negaron y caminaron cada uno a sus respectivas clases, yo aproveché para levantarme de ese lugar y lanzar mi comida a un basurero cercano. Recibí una mirada de reproche por parte de la cocinera y sentí algo de vergüenza, dejé mi charola en una pila de charolas sucias y caminé por los pasillos completamente sólo, me pregunté en qué momento comenzó a preocuparme tan poco eso de llegar tarde a alguna clase.
Al final del pasillo distinguí a Bob y a Jepha, caminaban sigilosos hasta mí, no había nadie para defenderme si es que ellos querían golpearme o encerrarme en algún cubículo del baño, pero descubrí que tampoco me importaba demasiado. No tardaron en acorralarme contra los casilleros, simplemente esperé el golpe, un insulto o incluso un escupitajo. Pero Bob dijo:
“¿Le contaste a alguien?”
Yo sabía a qué se refería, negué repetidas veces.
“¿Cómo podemos estar tan seguros?”
Habló Jepha, acercándose a mí con cautela, ninguno estaba tocándome, simplemente querían hablar.
“Porque de lo contrario, ambos estarían en alguna correccional.”
Escupí, sintiéndome poderoso de algún extraño modo. Ellos se miraron y luego a mí, Bob sonrió, nunca lo había visto sonreír de ese modo, parecía aliviado.
“¿Y qué hay del otro chico con el que estabas?” Jepha no confiaba tan rápido.
“No dirá nada, es amigo mío y… no puede hablar, es-”
“¿Es mudo?”
Bob frunció el ceño y ahora era Jepha el que sonreía, asentí, era una gran mentira, pero estaba seguro de que era muy poco probable que ambos vieran a Frank de nuevo. Bob palmeó mi hombro suavemente, ahora dejaron de verme como si me odiaran, parecían amables.
“¿Te acompañamos hasta tu clase?”
Comentó Jepha, como si fuéramos amigos de siempre, caminaba a un lado de Bob y de mí, suspiré y me sentí seguro con los chicos más temibles de la escuela siendo amables conmigo.
“Sí, gracias.”