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Estaba asustado al volver a casa, se sentía como si todo el tiempo alguien estuviera viéndome desde el bosque, la necesidad de correr me atrapaba, tenía miedo, y pronto supe que estaba ansioso y paranoico. Había una verdad, y era que yo había asesinado a un chico, que supuestamente no era bueno, pero tampoco creo que debí haberlo hecho. Así que corrí, sólo era una cuadra larga que daba al bosque y al vecindario, dividía ambas partes. Mis pasos chocaban contra el pavimento y las hojas secas, mi cabello se despeinaba ante cada largo paso, se sentía un poco liberador correr hasta quedarme sin aire y volver a aspirar con fuerza, me gustaba el ruido de las hojas romperse bajo mis zapatos, pero el miedo se había transformado en adrenalina, y no me importó pasar de largo frente a mi casa, sin poder evitar ver hacia la ventana de mi habitación. Corrí hasta que fue demasiado tarde como para darme cuenta de que estaba entrando al bosque.
Mi pecho subía y bajaba, me dolía cuando el aire pasaba con fuerza por mis pulmones, corrí hasta una parte del lugar, el estar rodeado de árboles altos con hojas secas solo hizo que me sintiera menos en paz que al principio, mi rostro sudaba y podía sentir cuan calientes estaban mis mejillas, todo por el esfuerzo. Me detuve, el viento helado acariciaba mi rostro, cerré los ojos por un momento y volví a abrirlos, di un par de pasos, el suelo parecía un poco más empinado a medida que caminaba, la sensación de ser observado me mantenía al borde, observando todo a mi alrededor, tal vez estaba huyendo de mis miedos, de mí, quería sentirme valiente al entrar a la parte del bosque que me aterraba, quería sentir que no habrían fantasmas persiguiéndome, o monstruos, o tal vez quería sentir que estaba huyendo de mí, que cada paso significaba que estaba alejándome de las cosas que yo hacía y me hacían sentir mal.
Los árboles y algunas de sus ramas gigantes y desnudas, levantándose como brazos, el viento que movía mi cabello y el silbido de algunas aves, me descubrí viendo hacia arriba, hacia las copas y hacia el cielo que se desdibujaba y recortaba, desde esa vista sabía que no todo era tan malo, pero los recuerdos se mantenían frescos, y el miedo, y el cuento del que hablaba Jeph, del monstruo del bosque, de un cuento que nunca fue real, porque yo había estado en él antes.
Porque el único niño que había gritado al entrar al bosque y ver a su padre colgado, no había visto a un monstruo, había visto a la muerte. Y ahora me mantenía petrificado, al igual que el niño en mí, y ya no recordaba que árbol era, pero el miedo se mantenía presente, y tenía un nudo gigante en la garganta y la sensación de que si no regresaba a casa, tal vez nadie saldría a buscarme. De pronto quise que la tierra del bosque me tragase, ser parte del bosque, volverme un fantasma y acechar a otro estúpido adolescente. Pero no pasaría, no importaba cuánto lo deseara. Fue entonces que me giré, y los vi, todos ellos estaban mirándome también, me quedé quieto, y los veía mover sus bocas, pero no podía oírlos.
Eran Frank, mi madre, ¿mi padre? Todo era confuso, no podía respirar, solo di un paso hacia el frente antes de caer.
Y despertar.