los chicos malos de preparatoria.

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–13–

Ahora que sabía que la persona que estaba caminando a un lado de mi era completamente real, las cosas simplemente no se hacían más fáciles. Comencé a estar aterrado.

Frank era un poco más bajo que yo, tal vez si las demás personas nos veían, podían suponer que yo era su hermano mayor –ya que Frank no se soltaba de mi mano.– De todas formas, las calles no estaban tan concurridas de personas caminando por allí. Seguía siendo de mañana cuando bajamos del bus, frente a un parque.

Nos dirigí hasta algún lugar entre los árboles y saqué una manta que había puesto en mi mochila, la extendí en el césped y me senté allí. Observé a Frank y cómo veía hacia los árboles y juegos para niños, en aquella extensión de terreno verde. Parecía estar perdido en sus pensamientos, tal vez este lugar le recordaba a algo.

Luego me miró y se sentó a un lado de mi, recostó su cabeza en mi hombro y suspiró, sentí algo de paz. Todavía tenía la nariz roja por haber llorado en el bus. Era patético. Me pregunto qué habrá pensado el conductor al verme bajar.

Tal vez pensó que yo estaba escapando.

A lo lejos vi a una anciana paseando un perrito, Frank miraba atentamente, como si nunca hubiera visto un perro antes. O como un niño que quisiera tener un perro y sus padres no le dejan.

Llevé tímidamente mi mano a acariciar su rostro, era suave. Desde su sien hasta el final de su mentón, un par de cicatrices apenas se notaban. Dejé de tocarlo cuando algunos ciclistas pasaron cerca de nosotros.

Como si fuera algo malo.

Me sentí algo enfermo, tomé una de las botellas de mi mochila y bebí parte del agua, le di de beber un poco a Frank, que después de beber se acostó sobre la manta y cerró sus ojos.

No tardé en copiar su acción y acostarme a su lado, el sonido lejano de las aves en la copa de los árboles, más las hojas chocándose suavemente entre sí por el viento, me provocaban cerrar los ojos y dejarme vencer por el cansancio, estaba tan debilitado que ni siquiera podía cambiar de posición para acomodarme mejor, sentí como Frank pasaba uno de sus brazos por mi cintura y su respiración tranquila me hicieron sentir que todo estaría bien. Que podía dormir.

Y lo hice hasta que el sol estaba del otro lado del horizonte, ya estaba anochesiendo y las personas no cruzaban por el parque; por el miedo o la oscuridad. Frank estaba sentado de piernas cruzadas, mientras me veía fijamente y comía una manzana. Me reincorporé y froté mis ojos, no sabía qué hacer.

Si no volvía pronto, posiblemente Donna estaría enojada cuando vuelva.

“Frank, debemos irnos.”

Murmuré, envolví la manta del suelo y la arrugué dentro de mi mochila. Frank ya estaba de pie, con la misma mirada de preocupación que yo: había olvidado que él detesta la oscuridad de la noche.

Tomó casi de inmediato mi mano.

“Tranquilo, tomaremos otro transporte y estaremos en casa pronto.”

Le dije, sonriéndole para brindarle mayor confianza. Aunque una parte de mi también estaba aterrada. Yo jamás había escapado de casa durante todo un día. Y mucho menos salía sin decirle a Donna hacia adónde iba.

Caminé algo más rápido de lo normal, casi había olvidado que era verano y que yo ni siquiera podía trotar unos metros sin cansarme y sudar. Cruzamos todo el camino estrecho de pavimento en las orillas del parque, cuando en una de las esquinas, noté alarmado a esas personas.

Las mismas que si me veían por el pasillo de la escuela, no me dejaban escapar sin haber recibido un insulto, un grito, un empujón, un golpe o un escupitajo.

Sentí pánico, mis manos sudaban y mis ojos buscaban alarmados alguna salida. Ellos sólo estaban a unos metros, no tardarían en girar su vista y notarme a mi: al gordo chico de la escuela que para colmo, iba tomado de la mano de otro chico.

Ellos sabían que yo no tenía hermanos menores.

Ellos me harían trizas si pasaba junto a ellos o si giraban su vista hasta vernos.

De pronto, ni siquiera podía moverme, sentía como la mirada de Frank intentaba estudiarme e intentar que yo soltara su mano. No podía, ni siquiera estaba respirando.

Si ellos me veían de la mano de otro chico, le dirían a todos. Le dirían a todos.

“Gerard.”

Escuché la voz de Frank pero ni siquiera pude responderle, o comprender, sabía que mi mano posiblemente estaba lastimando la suya. Pero él parecía preocupado por mi. Me movió desde los hombros y dijo mi nombre aún más fuerte.

“¡Gerard!”

Fue una mala idea, los chicos de mi preparatoria giraron a vernos. Sentí como la sangre se escapaba de mi rostro, me sentí lelo. Ellos fumaban y bebían mientras caminaron curiosos hasta nosotros.

Quizás estaban demasiado drogados como para tratarnos mal, porque uno de ellos notó cuán mal estaba yo, y cuán azul se estaba volviendo mi rostro por contener la respiración, por ni siquiera recordar respirar.

“¡Viejo, está sufriendo un ataque!”

Gritó alarmado uno de ellos, Bob, Frank lo miró alarmado. Jepha acercó su cigarro hasta mi boca y lo metió, Frank quiso quitarlo pero Bob no le dejó.

“Es para que respire.” Había dicho el rubio.

“Debes inhalar, inhala.” Decía Jepha, reaccioné e inhalé del tubito, tosí de inmediato, a causa del humo, y parecía volver dentro de mi, comencé a jadear en busca de aire y por fin el oxígeno recorría mi sistema respiratorio. Frank me miraba con lo que parecía ser alivio y Bob y Jeph, sorprendentemente, también.

¿A caso los mismos que me hacían la vida imposible en la escuela, fueron los que me salvaron?

mi monstruo punk. » frerard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora