34-Aquello Que nos Une.

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Sebastian:

¿Dónde estoy?

Era la pregunta que Sebastian se hacía enmedio de esa llanura de flores violetas mientras veía, a lo lejos, un árbol de titánicas proporciones que parecía no tener final. Sus manos blancas acariciaban las flores y el aroma de éstas lo embriagaban. Llevaba mucho tiempo caminando sobre el pasto verde, sus pies no dolían a pesar de la distancia que ya había recorrido, no sentía hambre, ni cansancio, ni dolor y por más que intentaba recordar quién era o como había llegado ahí su mente se encontraba con un espacio en blanco que no podía llenar con nada y la satisfacción de sentirse libre era lo único que lograba diferenciar.

—Nunca me cansaré de decirte que te amo, que todo lo que está pasando algún día lo vamos a superar y seremos felices de nuevo, te adoro, amo tus sonrisas y tus enojos, tu increíble forma de ser y de ver el mundo, me enamoré de todo lo que eres y quiero que vivas, que estés conmigo en cada momento y feliz de tenernos, yo nunca te dejaré, pase lo que pase tú y yo estaremos juntos. Te amo y te amaré siempre, aunque no me escuches, aunque algún día me dejes de querer siempre serás lo más bonito que me pudo haber pasado, siempre serás mi niño, ese que con su sonrisa cambia mi mundo, el que con su mirada me hace sentir especial, despierta por favor, despierta mi niño porque te necesito, porque sin ti mi mundo es gris, tu eres quien le da color a mi vida, despierta —.

Aquélla dulce voz que amanaba del viento le producía un sentimiento que no podía describir.

Dant

Ese nombre llegó a su mente y no supo si era su nombre o del dueño de aquélla voz en el aire.

“Dant”

Un cosquilleo le recorría su cuerpo y se estremecía con algo que se le ocurrió llamarlo felicidad. De la inmensa llanura de flores violetas alzaron el vuelo cientos, sino es que miles, de mariposas rojas, amarillas, azules y blancas. Las vio aletear en la blancura del cielo y a lo lejos aquél árbol gigante lucía como un fantasma que erizaba todo su cuerpo.

“Despierta”

Todo el espacio desapareció frente a sus ojos como un borrón y en su lugar solo vio un cuarto con paredes blancas que inmediatamente reconoció: esa era su habitación. Intentó hablar pero tenía la garganta reseca, cuando quiso moverse fue como si una parte de su espalda estuviera paralizada pues no sentía esa zona especialmente.

—¡Daant! — logró decir apenas y con un ronquido en su voz.

No tuvo necesidad de volver a gritar porque en ese instante Dant apareció en la puerta y lo miró con algo que Sebastian pudo reconocer como una inmensa alegría.

—¡Despertaste bebé! — exclamó casi eufórico —. ¿Quieres agua?—.

Antes que el contestara se dio la vuelta, fue a la cocina y regresó con un vaso de agua, se inclinó un poco y puso una pajilla en su boca.

—Trata de tomar toda la que puedas — pidió y él obedeció hasta tomarse la mitad.

—¿Que pasó? — quiso saber apenas al sentir que ya podía pronunciar las palabras correctamente —. ¿Por qué no siento la espalda? —.

—¿Recuerdas el robo en Money Group? — Sebastian asintió —. Te dispararon, estuviste grave y por poco te pierdo — al decir esto sus ojos se humedecieron en lágrimas.

Él emitió una débil sonrisa.

—No te vas a deshacer de mi tan fácilmente — exclamó en una sonrisa opacada por el dolor —. Aunque esto se siente como la mierda —.

Amores Anónimos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora