Capitulo 2

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Me pongo en estado de alarma enseguida, con los pelos de punta

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Me pongo en estado de alarma enseguida, con los pelos de punta. Aguzo el oído mientras miro a mi alrededor, buscando al dueño de esa voz. La calle es muy oscura y la poca iluminación que hay no ayuda.

El hombre grita otra vez.

—¿Escuchas de donde viene el grito? — Le pregunto a Pedro.

—No estoy seguro… pará. ¿Qué pensás hacer?

No le contesto. Por el contrario, presto toda mi atención a los ruidos de la calle.

—Cami – Exclama Pedro, adivinando mi intención — Mejor volvamos. ¿Y si le están robando o algo peor?

—¡Necesita ayuda! — Replico liberándome de su amarre.

Corro hacia la esquina y veo en la cuadra siguiente un hombre arrodillado sobre alguien tirado en el suelo. Me acerco con cuidado para observar mejor la escena. No, no lo esta ayudando. Está revolviendo entre sus ropas. El hombre tirado se encuentra completamente inmóvil, tal vez esté...

—¡Policía! — Grito sin pensar — ¡Policía!

El hombre alza la cabeza y me mira incrédulo. No alcanzo a distinguir bien sus rasgos por la oscuridad y porque lleva puesta una capucha que le cubre casi todo el rostro. Se levanta del suelo y por un momento creo que se va a lanzar hacia mi, pero se larga a correr en sentido contrario. Aprovecho para acercarme y confirmo mis sospechas. El hombre tirado en el suelo está inconsciente, a su costado hay un pequeño charco de sangre que crece a cada segundo. Sé que no tengo mucho tiempo. Llamo con las manos a Pedro, quien está al otro lado de la calle mirándome sin poder creer lo que ve. Pero luego de unos segundos se recompone y corre hacia mi.

El hombre malherido está de espaldas en el suelo, vuelto hacia un costado. Así que para poder examinarlo bien con mucho cuidado lo sujeto del hombro y la cintura y lo coloco de espaldas sobre el suelo. Su rostro está lleno de sangre. No me detengo mucho en observarlo ya que hay muy poca luz y además lo que me preocupa ahora es otra cosa.

Busco con desesperación la herida. Le levanto la remera y un escalofrío me recorre la espalda al encontrarla. Una abertura bastante grave en su costado derecho supura sangre a borbotones. Mientras ruego que no haya perforado algún órgano vital, me saco rápidamente la campera de jean que tengo puesta, la hago un bollo y presiono la herida con toda la fuerza de la que soy capaz.

—Camila, ¿cómo vas a … — Gime  Pedro detrás de mi, agitado.

—¡Llama una ambulancia! — Le grito, al verlo frustrantemente inmóvil — ¡Apurate, se está muriendo!

El rostro de Pedro se empalidece al reparar en toda la sangre que hay en el suelo. De pronto, temo que él tambien se desmaye.
En estas situaciones Pedro siempre flaquea. Cuando una vez un compañero del teatro donde trabajamos los dos en Bariloche se cayó de casi tres metros de altura mientras practicaba acrobacia en tela, Pedro entró en pánico luego de ver la fractura expuesta del chico herido. Tuve que ir yo sola a acompañarlo al hospital.

Mientras que con manos temblorosas agarra su celular y marca los números, me encargo de controlarle los latidos del corazón al malherido. Con alivio compruebo que, aunque son débiles, aun están ahí. Más tranquila, me dedico por primera vez a estudiarle el rostro.

Es pálido a la luz casi imperceptible de la calle y su expresión está vacía. ¿Lograremos salvarle la vida? Además de la sangre, una barba tupida de varios días tapa su rostro. A la vez que con una mano aprieto sobre la herida supurante, con la otra le limpio como puedo la sangre casi seca del rostro.

Se me hiela la sangre y por un segundo dejo de ejercer presión sobre su herida al reconocer aquel rostro que, aun pálido como está en ese momento, reconocería aunque atravesásemos mil vidas.

—Benjamín — Musito sin aliento.

—Benjamín — Musito sin aliento

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𝗠𝘂𝗿𝗮𝗹𝗹𝗮 𝗮𝗹 𝗖𝗼𝗿𝗮𝘇ó𝗻 [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora