Capitulo 26

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A los que buscan
aunque no encuentren

A los que avanzan
aunque se pierdan

A los que viven
aunque se mueran

- Mario Benedetti

Esto se está yendo de las manos, pienso, mientras Feli conduce a toda prisa a través de avenida del  Libertador

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Esto se está yendo de las manos, pienso, mientras Feli conduce a toda prisa a través de avenida del  Libertador.

Me asusta un poco su actitud, pero al menos respeta todos los semáforos. Yo también estoy preocupado por Camila, pero confío un poco más en sus habilidades de supervivencia, más aún si vive hace tanto tiempo en un lugar tan frio como Bariloche. Ella no es ninguna tonta, sabe protegerse.

De todos modos, le hago caso a Felipe y vuelvo a llamar al aeropuerto para ver si hay vuelos con destino al Sur, pero están todos cancelados debido a la tormenta que se aproxima.

- ¿Ves? Te digo que es la única solución… - Me dice enojado.

No sé si conmigo o con la situación.

- ¿No hay manera de llamarla, avisarle que espere a que pase el mal tiempo?

- ¿Vos te pensás que eso no lo sabe? Lo va a hacer igual. Cuando a Camila se le mete algo en la cabeza, no hay quien la pare.

- Entonces no sé que estamos haciendo acá… si hagamos lo que hagamos, no nos va a hacer caso.

- Está bien – Dice con un suspiro de cansancio – Dejá… voy solo.

Eso es un golpe bajo y lo sabe. Sabe que ni loco voy a dejarlo ir solo hasta un cerro en medio de la nada y encima con una tormenta cerca. Al menos me voy a asegurar que vaya con alguien de confianza ya que no puedo dejar a mi hija e irme asi sin más.

- Vamos a hablar con ella, y vemos que hacemos – Replico.

No se nos ocurrió nadie más a quien pedirle ayuda y sabemos que ella tiene un jet privado.

Llegamos a su casa en el barrio de Belgrano y tocamos timbre. Ante nosotros hay un gran portón negro con puntas afiladas en su extremo superior. A sus costados se extiende un inmenso paredón de no menos de dos metros de altura construido de ladrillos huecos. Del otro lado del portón enrejado se llega a ver una garita de vigilancia con vidrios polarizados pero parece estar vacía. Toco timbre dos veces hasta que un hombre nos atiende a través de un altavoz.

- Hola. ¿Se encuentra Luisana? – Pregunto.

- ¿Quién habla?

- Benjamín… Rojas.

Del otro lado escucho una risa entrecortada y luego silencio.

- Uh… que hijo de puta – Exclama Felipe.

- ¿Vos tenés el número?

- Qué lo voy a tener… si lo cambia cada rato…

- ¿Y el de Darío?

- No me hablo con el hermano – Me dice como si fuera algo obvio.

Resoplo con impaciencia.

- Tendríamos que haber averiguado bien antes de venir… capaz está en Canadá.

Justo cuando termino decir la frase, vemos a nuestra derecha que una mujer alta y esbelta se baja de un auto negro de alta gama en la esquina. Tiene un pañuelo celeste opaco con motivos florales en la cabeza y anteojos negros. La reconozco por su  característico lunar en el mentón cuando se nos acerca.

- ¿Qué hacen acá? – Nos dice con toda la confianza del mundo a la vez que sostiene en sus manos las bolsas de las  compras del supermercado.

Entramos a su casa, o mejor dicho mansión, mientras ella camina delante de nosotros. Tiene un gran jardín adelante que está dividido por un camino empedrado por el cual caminamos ahora. Hay una gran piscina a nuestra izquierda y una cancha de tenis un poco mas allá. El césped se encuentra bien cuidado y está poblado de flores de todo tipo. Las que mas predominan son las de color lila, aunque no tengo idea como se llaman. Si el jardín me parece impresionante y digno de Hollywood, es porque todavía no llegamos a la casa.

Contengo la respiración cuando nos acercamos a ella. Es de color beige pálido en su mayoría, con detalles blancos. Es de tres pisos y en su frente tiene balcones que asoman sus estructuras con una vista privilegiada al inmenso jardín. Además tiene un gran ventanal en la planta baja con vidrios polarizados que le dá un aspecto lujoso y moderno a la fachada.

Luisana nos dirige por la parte de atrás y entramos por la cocina. Ella deja las bolsas sobre la mesada y comienza a guardar los productos en la heladera mientras yo pienso que esa cocina es casi tan grande como mi casa.

- No sabía que te habías mudado… - Le comento.

- Acá venimos con los chicos cuando Michael se queda en Vancouver – Me explica con su acostumbrada simpleza – a él le gusta mas acá porque tenemos mas seguridad – Agrega y pone los ojos en blanco.

- Tenemos suerte de encontrarte entonces– Dice Felipe. Noto ansiedad en su expresión corporal, lo que me recuerda que no venimos acá para charlar y ponernos al día.

Ella nos mira levantando las cejas, expectante. Toma un recipiente con frutas de la heladera, agarra una manzana y luego nos lo ofrece. Nos negamos.

- Necesitamos que nos prestes tu jet… - Dice Felipe y ella comienza a reírse.

Se limita a mirarnos hasta que confesemos que es una joda. Como no sucede, comenta:

- ¿Están locos ustedes o qué tomaron?

- Es una urgencia…

- ¿De qué?

Ambos nos miramos, sin saber como explicarle todo. Es que hasta para mi es una locura, y eso que lo viví en carne propia.

Cuando terminamos de contarle, sin mencionar mi oportuno accidente, ella se queda callada.

- Suena re loco – Le digo – Pero es verdad.

- Suena a algo que Camila haría… sin dudas  - Señala finalmente.

Ella la conoce aún más que nosotros dos.

Luisana enseguida toma su celular y hace una llamada. Habla en inglés asi que no entiendo casi nada. Supongo que hablará con su marido. Cuando cuelga, su habitual actitud jovial se esfumó y nos habla con una expresión muy seria.

- Está disponible. Pero si lo quieren usar, tienen que irse ahora hasta el Palomar. Ahí los va a recibir Juan, el piloto. Vayan y pregunten por mi, ahora voy a avisarles que ustedes van.

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𝗠𝘂𝗿𝗮𝗹𝗹𝗮 𝗮𝗹 𝗖𝗼𝗿𝗮𝘇ó𝗻 [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora