Sin nadie en quien poder confiar, amenazados y utilizados como marionetas por una red de criminales, Jayden y Danielle no tendrán otra opción que la de romper todas las leyes y sus propios límites para tratar de mantener con vida a sus seres querido...
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Capítulo cuarenta y tres: Fractura
Viernes, 14 de diciembre.
Jayden Bremen:
—¿Qué estás haciendo, Danielle?
La pregunta sale de mis labios con impotencia. Presiono el móvil contra mi frente, cerrando los ojos. Ayer Danielle me dejó fuera por completo, le mandé un mensaje para proponerle venir a mi casa a cenar. Me contó, cuando me llamó el miércoles, que sus padres y su hermano iban a irse a visitar a sus abuelos aprovechando que ella iba a estar en la excursión navideña. Excursión a la que no ha ido.
Así que el jueves pensé que estaría bien hacer algo. No respondió el mensaje, no hasta esta madrugada al menos cuando, a las dos de la mañana, me envió un mensaje pidiendo perdón. No sé por qué, sigo sin saberlo y, lo primero que he visto cuando he buscado su ubicación esta mañana al quedarme confuso por ese mensaje, ha sido que ella estaba en casa.
Al menos hasta las diez, cuando he visto su ícono moverse durante largos minutos hasta terminar en un cementerio. Lleva ahí una hora ya, su ícono inmóvil en el cementerio de una ciudad vecina. He tratado de llamarla, pero no ha contestado. Es más, mi llamada ha ido directa al buzón.
Sin poder estarme quieto por más tiempo y con las dudas recorriendo mi cabeza a gran velocidad, hago una captura de pantalla, la envío a imprimir y la recojo en la pequeña impresora de mi escritorio unos segundos después. Apunto con rapidez detrás la fecha y una pequeña puesta en contexto, la meto en la caja que había sobre mi armario y vuelvo a colocarlo todo. Primero el trozo de cartón sobre los papeles, una vez queda perfectamente cubierto, meto unas zapatillas de Asher que se olvidó en casa, lo cierro y dejo la caja sobre mi armario de nuevo.
Busco el cementerio en el GPS y lo preparo todo antes de salir de casa. Mis padres están trabajando y todavía quedan horas hasta que mi hermana salga de clase así que eso me da mucho margen donde no tener que explicarme. Lo que hago, es ir.
Está lejos, tanto que no llego hasta pasados cerca de cuarenta minutos. Reviso su ubicación antes de salir del coche. Sigue aquí. ¿Quién pasa dos horas en un cementerio? Tienen que ser ellos, tienen que haber hecho que ella venga aquí. Dejo el coche cerca de la entrada al cementerio, como si eso fuera a ayudar a la hora de irnos, que podría pasar. Nervioso, guardo el móvil y empiezo a buscarla por aquí. Paso por las fosas y rodeo panteones. Hay flores nuevas y viejas, otros sólo están vacíos, con suciedad adornando sus nombres como un viejo recuerdo de lo que una vez fueron.
No hay nadie.
Mi cabeza estalla con teorías.
¿Y si la han citado aquí y se la han llevado? ¿Y si su ubicación lleva tanto tiempo aquí porque dejaron el móvil para que nadie pudiera encontrarla? La idea es demasiado lógica, tiene tanto sentido que aprieto el paso y mi mirada empieza a recorrer el suelo en busca de su móvil.