Capítulo 45 - Compañeros y promesas.

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Largo, intenso, y con sorpresa. ¡Id a por las palomitas!

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Capítulo cuarenta y cinco: compañeros y promesas.

Sábado, 15 de diciembre.

    Danielle Ilsen:

Que Jayden me acompañe al ayuntamiento es algo que agradecer. Sobre todo porque, en cuanto les digo que estoy buscando un mapa del subsuelo de la ciudad, incluyendo túneles, líneas de metro y todo lo que puedan darme, me sonríen, me dicen que vuelva el lunes porque el acceso a los documentos sólo se da de lunes a viernes, y yo me quedo en blanco por completo. Jayden, en cambio, reacciona rápido, habla de un trabajo de clase que tenemos que entregar y consigue que el hombre nos permita pasar.

"Sólo media hora", nos da.

Jayden murmura algo más sobre el trabajo y después nos dejan en la sala de archivos no sin antes señalarmos que hay cámaras. Una vez dentro, Jayden me dice en voz baja que no me delate y empieza a buscar.

He dormido, lo sé, pero eso no ha terminado de sanar mi mente, lo que me hace preguntarme si en algún momento sanará. Estos días... Estos días sola han sido un infierno. Estaba segura de que no saldría.

Lloré. Cómo lloré.

Lloré sintiendo un dolor tan intenso en mi pecho que parecía que estuvieran desgarrándome desde dentro, como si mi angustia no cupiera más dentro de mí y necesitara salir. El jueves no lloré por miedo, lo hice porque tenía que sacar algo de mi interior y, eso, me destrozó hasta el punto en el que el dolor físico cubrió cada fibra de mi ser. Estaba sola con mis pensamientos y me dejé caer. No pude sostenerme. Estaba demasiado cansada para poder hacerlo así que me sumí en mi propio dolor. Dejé que me abrazara como un viejo amigo y que rasguñara mi ser.

Apenas puedo recordar la tarde del jueves y lo agradezco porque algo se rompió en mí ese día. La fina línea que me mantenía estable dio de sí y yo caí. Caí profundo. Es curioso, siempre pensé que el dolor era algo plano, que una vez lo sientes es como cuando se te cae un bolígrafo al suelo: ya no puede caer más bajo. Esto no fue así porque, cuando me vi en mi propio límite, cuando el dolor mental me afectó de tal forma que pasó a convertirse en dolor físico, algo más se prendió. Literalmente, sentí que caí. Durante unos segundos no pude respirar, mi corazón pareció parar y la angustia desapareció. Todo desapareció. Sólo hubo oscuridad.

Durante esos segundos no quedó nada y, cuando la angustia volvió a mí, lo que había sentido me aterrorizó más que cualquier otra cosa. Me había sentido tan vacía, tan... muerta. Mi mente se había apagado, al igual mi cuerpo parecía haberlo hecho y yo sólo... existía.   

No quedaba nada.

Cuando volví en mí, cuando seguí sin poder parar las lágrimas, ya no eran de terror por mis pesadillas o la situación. Eran lágrimas diferentes causadas por un dolor más suave. Causadas por el dolor de la pérdida de alguien, y sabía que ese alguien era yo. Ahí lo entendí, ahí me vi, ahí supe que no habría forma de salir. Incluso si termina, yo no saldré. No después de todo lo que he visto y hecho.

Compañeros de delitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora