Capítulo 39 - Discusiones y verdades

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Canción en multimedia: Euphoria [Büllow]

Capítulo treinta y nueve: Discusiones y verdades

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Capítulo treinta y nueve: Discusiones y verdades

Jueves, 6 de diciembre.

    Danielle Ilsen:

    Hace días que me quedé sin palabras, hace días que no puedo decirle a Tim que todo va a ir bien o que voy a sacarle de aquí porque ni yo misma lo sé. Lo único que puedo hacer cuando le veo es abrazarle, sentarle sobre mis piernas y envolverle entre mis brazos tratando de que por un momento olvide dónde está. Como ahora.

    Todas las veces consigo aguantar las lágrimas unos minutos, al menos hasta que salgo y me rompo por completo. Con él, mantengo la compostura, porque él sólo me ve esos escasos quince minutos al día y no se merece una mala cara, se merece esperanza. El segundo día, traje algo de comer y le pregunté a Simmons, mientras me acompañaba al nuevo lugar en el que tenían a Tim, si podía dárselo. Una vez aceptó, empecé a hacerlo siempre. Traigo una pequeña mochila conmigo que uno de los subordinados de Simmons revisa a conciencia cada vez, la lleno de dulces, agua y algún refresco para que Tim elija. En cuanto me voy, tengo que llevármelo todo, pero, mientras estoy, trato de asegurarme de que él tenga un momento de paz. Apenas come le traiga lo que le traiga, sólo lo mira y llora. Me destroza verle así, me duele más no poder hacer nada.

    Estoy balanceándole un poco con suavidad, como si todavía fuera ese bebé con el que ayudaba a mis padres. A veces todavía le veo como a uno, me cuesta creer que está creciendo, que mis hermanos se están haciendo mayores y que pronto empezarán con novias y fiestas. Para mí, siempre serán eso, mis hermanos pequeños, esos a los que cuidar.

    La puerta se abre y me tenso por completo, abrazando con fuerza a mi hermano una última vez y aprovechando los últimos segundos. Mi mirada cae en la puerta. Estoy asustada, asustada por la forma en la que Tim ha ido bajando de peso, por cómo su rostro ha ido perdiendo color, su ropa ensuciándose y agrietándose y él resquebrajándose. Cada vez que abren la puerta, me ruega, en susurros, que no le deje.

    Cada vez que me voy lo hago sintiendo la más profunda culpa.

    —Te quiero —murmuro contra su frente—. No dejaré que te hagan más daño.

    Eso es lo único que puedo prometer ahora mismo, que no le hagan daño, porque para ello sólo tengo que comportarme, pero, sacarle de aquí es otra cosa. No puedo mentirle, no más.

    —Simmons quiere hablar contigo —me avisan.

    Beso la frente de mi hermano una vez más, le repito que le quiero y le dejo a un lado mientras sus uñas se clavan en mi piel en busca de sujección. Su mirada, cargada de alarma, me quema por dentro. Ni siquiera soy capaz de pedirle disculpas aunque desearía poder hacerlo, pero, ¿cómo hacerlo? Si lo suelto, no sé si podré contenerme. Lloraré, gritaré y dejaré que la culpa me carcoma hasta no dejar rastro alguno de mi persona.

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