Capítulo 20 - Nivel

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Canción en multimedia: One Thing Right [Marshmello & Kane Bown]

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Capítulo veinte: Nivel

Lunes, 5 de noviembre

    Danielle Ilsen:

    Lo he hecho.

    Aprieto los papeles contra mi pecho, protegiéndolos del frío como si el viento pudiera hacerles alguna clase de daño, pero, después de lo que he hecho para conseguirlos, los guardo como si mi vida dependiera de que sigan perfectos. Mi vida puede que no, pero la de mi familia quizás sí lo haga.

    Todavía siento los nervios de cuando he entrado en la comisaría, la ansiedad al escuchar las voces, las risas, mientras, como Jayden había escrito, estaban en una pequeña cocina tomándose un café. Cuando uno de ellos salió a por algo, terminé tumbada bajo un escritorio, con el corazón en un puño y, cuanto más cerca estaban los pasos, con la certeza de que todo terminaba ahí. Luego, los pasos se alejaron, y yo seguí, obligándome a no parar, a no pensar, forzándome a seguir unos movimientos ya mecanizados como si no fuera yo quien estaba ahí. Dejé toda emoción a un margen para poder concentrarme, la menos hasta que encontré el archivo, le saqué fotos a la pantalla desde mi móvil -porque imprimir allí sería una grandísima forma de gritar "Eh, estoy aquí"-, cerré todo y me escabullí de nuevo. Lo edité e imprimí ya en casa y, unas horas después, espero donde me han citado, con frío y la tensión que antes había conseguido ahogar habiéndose hecho un hueco en mi interior.

    —Pero mira quién ha venido a visitarnos —canturrea una voz, rompiendo el silencio de la noche. En la acera de enfrente, hay una pareja paseando, ella, con una larga gabardina clara atada a su cuerpo y, él con una gruesa y negra que, junto a su sombrero, le vuelven reconocible para mí. Es mi intermediario. Él, ahora, está con el brazo de la mujer en el suyo y, dejando de andar, se inclina para señalarme y que ella también pueda verme—. Acércate, niña.

    Me ha citado en medio de un tramo de carretera con sólo una vieja acera tan destrozada que las personas han dejado de usar y, lo peor, es que ni siquiera me sorprende. Asegurándome de que no vengan coches, cruzo.

    Estiro las manos con la esperanza de que agarre los papeles y pueda irme. Los agarra, y la tensión sale de mi cuerpo. Ya está.

    Doy un paso atrás y la mujer chasquea la lengua con desaprobación. No sé quién es, pero eso me hace quedarme. El hombre está revisando los papeles, probablemente sólo quiera comprobarlo y luego me dejará ir, siempre me deja ir rápido, aunque da la sensación de tomárselo todo con demasiada calma como para hacerme sentir comodidad.

    —¿Puedes creerlo, Marguerite? —pregunta hacia la mujer, levantando los papeles—. Ella ha conseguido en doce horas lo que tu niño no pudo en semanas.

La mujer se tensa notoriamente y puedo jurar que el hombre está agarrándola con más fuerza de la que había usado en un primer momento. Me pregunto de qué se conocerán. ¿Es ella una de ellos? ¿O una de nosotros? Quizás sea algo más.

Compañeros de delitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora