Capítulo 10

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No puedo soportar estar lejos de él.

—Vamos móntate, no te vas a caer, no si yo estoy aquí.

Lowell ya llevaba insistiendo desde hace unos minutos.

—¿Estás seguro de que no me va a tumbar? —le digo señalando al caballo con mi cabeza —la última vez que me subí a uno casi me parto un brazo, fue horrible.

—Mentirosa, no seas gallina.

¿Cómo supo que era mentira? 

La verdad es que no he montado un caballo en mi vida.

—Es que...

—Yo subo contigo —me interrumpe.

Ladeo la cabeza.

La carrera había terminado hace 15 minutos y a Lowell se le ocurrió la maravillosa idea de ir a las caballerizas y hablar con uno de los dueños del lugar para que diéramos un paseo en caballo, ellos desgraciadamente aceptaron. Sí, soy una cobarde. Aquí no olía tan bien que digamos y había unos cuantos chicos bañando a otro animal, ellos nos miraban sin entender.

—Así pues, sí —respondo curvando mis labios —no moriré sola.

Lowell rueda los ojos y sonríe.

—Dramática.

El castaño empieza a acomodar la silla y luego le habla al animal, yo observo todo lo que hace en silencio, él sí que ha tratado con caballos antes. 

—Ven, sube primero. —me llama.

Me acerco a él y espero a que me explique cómo montarme.

—Coloca tu pie izquierdo aquí y agárrate de allá arriba, todo lo haces en un impulso y listo.

Hago lo que me dijo y en menos de dos segundos casi caigo al suelo, mi querido acompañante se parte en risa.

—¡No te rías, idiota! —le grito.

Me las arreglo para ponerme cómoda y a por fin sentirme un poco a salvo. Los chicos ríen también disimuladamente. Soy la vergüenza andante.

En un parpadeo Lowell se sube, ojalá yo tuviera esa destreza.

—Vamos.

Estira sus brazos a mi lado y agarra la cuerda, la mueve y el animal empieza a andar, salimos al aire libre y empiezo a sonreír. Volteo levemente hacia atrás y encuentro a Lowell sonriendo, vuelvo a mirar al frente y estamos corriendo por toda la pista, ya muchas personas se habían ido del hipódromo y los que estaban nos miraban atentos.

—Agárrate fuerte —me advierte Lowell al oído.

—¿Por qué?

El caballo empieza correr más rápido, me aferro a una cosa que hay delante de mí, espero que no se rompa.

—¡Lowell, no tan rápido! —exclamo aterrada.

—¡Estira tus brazos! —me pide ignorando mi sugerencia.

Abro mis ojos.

—¡¿Qué?! ¡¿Acaso quieres que me mate?!

—¡Solo hazlo! ¡Confía en mí!

Me lo pienso por un minuto, las estadísticas juegan a favor del español, por lo que lentamente elevo mis brazos a la altura de mis hombros, cuando agarro confianza los estiro completamente, por Dios, me siento en el aire.

—¡Lowell es un idiota! —exclamo con todas mis fuerzas.

Escucho la risa del susodicho detrás de mí.

En Medio de CoronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora