Una ecuación matemática en donde los dos despejábamos la x.
Domingo.
Me había terminado de cambiar hace unos minutos, mi hermana estaba jugando en mi cama con unas piezas de un rompecabezas que formaban la imagen de las princesas de Disney, estaba demasiado nerviosa por el almuerzo de hoy, mi propia madre le había avisado a Lowell que tenía que venir a nuestra casa, cuando recuerdo esa llamada no dudo en evitar sentirme más avergonzada de lo que he llegado a estar cuando mi madre empieza a hablar de mí como si fuera muy idiota e inocente, si ella supiera que el mundo que nos rodea está más dañado que quien sabe, Lowell seguramente pasó riéndose durante toda la llamada de mis intentos de apartarle el teléfono de la oreja a mamá, cosa que no resultó, porque ella siguió comentándole cosas sobre mí.
Cuando siento que el timbre de la casa inunda el espacio pego un brinco que asusta a una concentrada Nikka, mi padre había cambiado el sonido de esa cosa y este de verdad no me gusta para nada. La nena me mira, con esa carita que me avisa que va a llorar, puedo notar que sus ojos empiezan a cristalizarse, ella es muy sensible, demasiado diría yo.
—No, no, no, Nikka, nena, no llores, por favor —digo mientras me acerco y la cargo, ella empieza a llorar y yo arrugo la cara, cuando empieza no hay quien la calme —te pareces mucho a Nicole de pequeña, sí señor.
Camino con Nikka en brazos por toda mi habitación, pero ella sigue llorando, ¿Quién pepinos habrá venido tan temprano a casa? Lowell tendría que venir en una hora, bueno, eso me había dicho ayer en la noche, así que supongo que él no era. Agarro uno de los juguetes que también estaban tirados en la cama y lo muevo en el aire para que logre distraerse, pero no produce ningún efecto en ella. Denunciaré a Hasbro.
Como último recurso bajo las escaleras para que mi madre haga sus maravillas, ella es la única que tiene el poder de calmarla, con cuidado llego a la sala, pero cuando veo a la persona parada en pleno recibidor mirándome con esa sonrisa que nunca trae cosas buenas, con esa sonrisa que llama desgracias enseguida, no dudo en pegar un grito, cosa que enloquece más a Nikka y mi madre que estaba cerrando la puerta voltea a vernos y enseguida corre a agarrar a la pequeña, la rubia enseguida estira sus brazos hacia ella, no sí, mucho mimo.
—¿Qué carajos estás haciendo tú aquí? —le grito al chico frente a mí que deja caer las maletas al piso y no tarda nada en abrazarme, por Dios, que esto no me lo esperaba.
—Sorprendiéndote, oso. —me responde ya soltándome y haciendo que yo me ría.
Mi madre suelta una risa.
—¿Ya ves, puchi? Ella no tenía ni idea, últimamente se la pasa pensando en Lowell y nada más. —resopla mamá y en eso siento como el llanto de Nikka cesa, eso señores, se llama magia.
—No exageres, mamá.
—Tía que le creo todo lo que dijo, nada más mírele la cara de pendeja que trae —le apoya Oliver cruzado de brazos y negando con la cabeza, apenas llegó y ya viene con sus bobadas.
—La misma cara que traes tú por Eliana, animal.
Mi primo me regala una confirmación con sus manos y no tardo en reírme, veo como se acerca a saludar a la pequeña rubia en brazos de mamá y la niña lo mira con los ojos bien abiertos, a Oliver siempre le ha ido bien con los niños, de alguna forma es ilógico eso, sabiendo que no piensa disque tener hijos nunca.
—Pero ¿y las clases? —inquiero cuando recuerdo y él termina de hacerle cariñitos a mi hermana.
Oliver dobla su cabeza y me mira con una mueca.
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En Medio de Coronas
Genç KurguNicole nunca se imaginó fijarse en él, pero su desinteresada forma de ver el mundo y su maravillosa manera de hablar la volvían loca. Él tenía apariencia de chico coqueto e insensible, pero lo que nadie sabía era que sobre su espalda recaía el rumbo...